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Resumen: Intentaste robarle a los fatui, y el capitán te descubrió en el acto, ofreciéndote un trato particular para beneficiarse de tu situación.
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Una nieve casi tan fina como la niebla caía sobre la tierra, pero nadie podía distinguir si eran delicados copos de nieve que caían del cielo o si era en realidad una niebla hipnótica que envolvía al mundo con su propio encanto. Sin embargo, de una cosa estabas seguro: la nieve no podía caer de forma más hermosa que ahora.
Varias personas estaban afuera en las calles heladas, listas para volver a casa a tomar una taza de té caliente para calentarse del frío y agarrar un buen libro para leer. Algunos se tomaron su tiempo en el camino, disfrutando de la sensación refrescante cuando la nieve brillante toca la piel cálida de sus rostros. Otras personas, sin embargo, desaparecieron tan rápido como habían llegado originalmente.
Tú también eras uno de ellos, corriendo exhausto por la nieve con tus piernas cansadas. En una mano llevabas una pesada bolsa de mora, que se aferraba a cada paso que dabas, mientras que con la otra mano mantenías la nieve alejada de tu cara. O al menos esa era tu idea, porque los copos de nieve caían sobre tu cuerpo de todos modos, dejándote helado.
Sin embargo, para ti no era importante, ni siquiera se te ocurrió preocuparte por ello. Si realmente tuvieras que enumerar todos tus problemas en este momento en particular, entonces este sería el más insignificante de todos ellos. Tampoco tenías tiempo para quejarte así del clima habitual. De hecho, para empezar, ni siquiera cambiaría el clima. Snezhnaya era conocida por su eterno invierno.
La verdad es que no podías concentrarte en esa situación. Todos los miles de pensamientos que tenías en ese momento se volvieron insignificantes por el pánico puro. Ni siquiera fue tu resistencia lo que te permitió seguir corriendo en ese momento, sino más bien la adrenalina que bombeaba por tu sangre a gran velocidad, causada por el miedo persistente dentro de tu cabeza.
Si no fuera por eso, seguramente estarías desplomándote en la resbaladiza carretera, respirando con dificultad. Correr no era tu fuerte, y te maldijiste un poco por ello. De repente, otro escalofrío recorrió tu columna al escuchar los pasos y los gritos de personas conocidas. El propio sonido de los latidos de tu corazón lo ahogó de modo que apenas era audible, pero el terror en tu cabeza hizo que todos tus sentidos se volvieran locos. De hecho, si no fuera por correr durante tu corta vida, el sonido de los gritos paralizaría tu cuerpo con conmoción y ansiedad clásica.
