ocho

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El día del partido de Lamine llegó antes de lo que esperaba

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El día del partido de Lamine llegó antes de lo que esperaba. Me desperté con una mezcla de emociones revoloteando en el estómago, una sensación de nerviosismo que no podía sacudirme. A lo largo de los últimos días, había estado pensando en lo importante que era para él este partido, y aunque yo siempre había estado en mi propio mundo de la gimnasia, sabía que el fútbol también lo era todo para Lamine. Sabía cuánto había trabajado para llegar hasta aquí y lo mucho que le importaba. Así que, aunque yo no fuera experta en deportes, me prometí a mí misma que estaría ahí, apoyándolo con todo mi corazón.

Llegué al estadio con Sheila y Keyne, que en ese momento ya dormía en su carrito. Sheila y yo intercambiamos miradas cómplices mientras nos abríamos paso entre la multitud. Era la primera vez que asistía a un partido de Lamine, y sentía esa presión, no solo por la importancia del partido en sí, sino también por los sentimientos que me estaban empezando a surgir hacia él. Desde la última cena con su familia, algo había cambiado, como si la amistad que teníamos estuviera tomando un nuevo camino. Y aunque intentaba no pensar mucho en ello, estar aquí, apoyándole, solo hacía que mis sentimientos fueran más evidentes.

—¿Estás bien? —me preguntó Sheila mientras buscábamos nuestros asientos. Ella siempre parecía tener una intuición casi mágica para detectar cuando alguien se sentía nervioso.

—Sí, estoy bien —mentí, sonriéndole mientras nos acomodábamos en las gradas—. Solo un poco de nervios.

Sheila sonrió con una dulzura que me recordó a Lamine. Ambos compartían ese brillo en los ojos, esa capacidad para tranquilizar a la gente con una simple sonrisa.

—Es normal. Para él también es importante que estés aquí, ¿sabes? —dijo mientras ajustaba la mantita de Keyne en su carrito—. Habla mucho de ti.

Sentí que mi corazón se aceleraba con esa última frase. Sheila debía haberse dado cuenta de mi cambio de expresión, porque soltó una pequeña risa y me dio una palmada suave en el brazo, como si me estuviera diciendo sin palabras que no me preocupara, que todo estaba bien.

El partido comenzó, y aunque no entendía todas las jugadas, me esforzaba por seguir el ritmo. Lamine estaba en el campo, y con cada pase, cada carrera, podía sentir la presión y la intensidad del momento. Mis ojos no podían apartarse de él. Lo veía concentrado, decidido, dando todo de sí en cada movimiento. Y aunque intentaba mantener la calma, la verdad es que estaba tan nerviosa como si fuera yo la que estuviera compitiendo.

IGUAL QUE UN ANGEL; Lamine YamalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora