cinco

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El entrenamiento estaba siendo bastante intenso, pero me estaba yendo bien

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El entrenamiento estaba siendo bastante intenso, pero me estaba yendo bien. Cada movimiento fluía con la precisión que mi entrenadora exigía, aunque sentía el agotamiento en cada músculo. Aún así, me esforzaba por mantener la concentración y hacerlo lo mejor posible. Me encanta la gimnasia, pero no puedo negar que hay días en los que las largas horas de práctica me agotan. Este no era uno de esos días, o al menos no lo parecía hasta ese momento.

En un pequeño descanso, decidí echar un vistazo hacia las gradas, donde algunos padres estaban viendo a sus hijas entrenar. Los míos no habían podido venir esta vez, pero de repente algo llamó mi atención. Entre las figuras dispersas vi una cara conocida: Lamine. Estaba ahí, de pie, observándome con una sonrisa que me hizo olvidar por un instante lo cansada que estaba. Sentí una alegría inesperada al verlo, y no pude evitar sonreírle de vuelta, feliz. Levanté la mano para saludarle, y él me devolvió el gesto con esa sonrisa que tanto me gusta.

Volví a centrarme en el entrenamiento, pero ahora con una energía renovada. Saber que Lamine estaba allí, viéndome, me dio un impulso extra para terminar fuerte. A pesar de lo exigente de la sesión, todo se hizo más llevadero. Cada giro, cada salto, cada corrección de mi entrenadora parecían menos pesados con él allí, como si solo su presencia aligerara el ambiente.

Finalmente, la práctica terminó y me dirigí rápidamente hacia donde Lamine me esperaba, apoyado cerca de la puerta. Me sequé un poco el sudor con la toalla mientras me acercaba, todavía sorprendida de verlo.

—¡No sabía que ibas a venir! —le dije, claramente emocionada y sin ocultar mi alegría. —¿Qué haces aquí? No me habías dicho nada.

Lamine sonrió de esa manera tan suya, como si supiera exactamente el efecto que tenía sobre mí.

—Era una sorpresa —dijo, como si fuera lo más natural del mundo. —Y todavía tengo otra sorpresa para ti.

—¿Otra? —le pregunté, intrigada y alzando una ceja. —¿Qué clase de sorpresa?

—Eso no te lo puedo decir —respondió, divertido—. Las sorpresas no se cuentan, o dejan de serlo.

—Siempre igual... —dije, rodando los ojos mientras sonreía, claramente picada por la curiosidad. —Está bien, me ducho rápido y podemos irnos.

IGUAL QUE UN ANGEL; Lamine YamalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora