prologo

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Estaba en la Villa Olímpica, sentada en una esquina de la sala de descanso, con los auriculares puestos y los ojos cerrados

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Estaba en la Villa Olímpica, sentada en una esquina de la sala de descanso, con los auriculares puestos y los ojos cerrados. Sentía las piernas ligeras, pero los nervios no me dejaban tranquila. Llevaba años soñando con esto: los Juegos Olímpicos, el escenario más grande del mundo, la oportunidad de representar a España y, quién sabe, tal vez llevarme el oro. Pero ahora que estaba aquí, no sabía si estaba más emocionada o asustada.

"Venga, Deva, concéntrate", me dije a mí misma. Era el momento de demostrar por qué estaba aquí. Había entrenado sin parar, había superado cada obstáculo, cada crítica, cada lesión. Esto era por mí, por mi familia, por el equipo.

Cuando escuché que llamaban mi nombre para salir al tapiz, me levanté de un salto. Estaba temblando, pero me obligué a respirar hondo y soltar el aire despacio. No podía permitirme el lujo de distraerme ahora. Todo mi país estaba pendiente, pero sobre todo, yo misma lo estaba. Este era mi momento.

Al salir al pabellón, el ruido era ensordecedor. Las banderas de España ondeaban por todas partes, y aunque no veía ninguna cara conocida entre el público, podía sentir el apoyo de todos. Allí estaba mi madre, mi padre y mi hermana, aunque no los viera, sabía que me estaban viendo desde alguna pantalla.

"Ponte a tope, Deva", me repetí mientras hacía mi saludo inicial. Me coloqué en posición, la música comenzó, y en ese instante todo desapareció.

La cinta volaba en mis manos, fluía como si fuera una extensión de mí misma. Cada giro, cada salto, cada movimiento, lo había practicado mil veces. Pero esta vez era diferente. Esta vez lo sentía con más fuerza, como si en lugar de mis músculos fueran mis emociones las que guiaban el ejercicio. El ritmo de la música se aceleraba, y yo con ella. Estaba volando. Y cuando llegó el final de la rutina, con la última pirueta perfecta, supe que lo había dado todo.

El pabellón explotó en aplausos, pero yo apenas escuchaba. Mi corazón latía tan rápido que pensé que iba a explotar. Me quedé ahí de pie, con las manos en las rodillas, intentando recuperar el aliento, mientras miraba de reojo a los jueces. El puntaje salió unos segundos después, pero para mí fueron horas. Cuando lo vi en la pantalla, no me lo creía.

IGUAL QUE UN ANGEL; Lamine YamalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora