CAP. 23: Inseguridades

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Pasaron dos semanas desde aquella noche que Fabián y yo vivimos. Y durante esas dos semanas, las cosas parecían haberse calmado. La relación entre Fabián y yo había tomado un giro que nunca imaginé, pero que, de alguna manera, se sentía tan natural, tan... perfecto.

Cada día con él era especial. Los pequeños detalles, las sonrisas, los momentos que compartíamos caminando por el pasillo de la preparatoria, conversando sobre todo y nada a la vez. Cada vez que me miraba, sentía que algo dentro de mí se iluminaba. Había algo tan genuino en su manera de ser, en cómo me hacía sentir que todo estaba bien, incluso cuando el mundo fuera un caos.

Sentía que estaba viviendo un sueño, una historia sacada de algún cuento romántico que le contaban a las niñas pequeñas, esas historias en las que siempre había un final feliz, un príncipe encantado.

De alguna manera, Fabián se había convertido en eso para mí. El chico con el que siempre soñé. Mi chico perfecto.

Miraba los pequeños gestos, esos detalles que nadie más veía, y me daban la certeza de que todo estaba bien. Como cuando me escribía esas pequeñas notas, o cuando me miraba con una ternura indescriptible que me dejaba sin palabras. O cómo me tomaba de la mano sin pensarlo, como si fuera lo más natural del mundo.

Cada mañana, al llegar a clase, siempre encontraba algo nuevo. Una pequeña rosa de papel cuidadosamente doblada, acompañada de una nota que me dejaba sonriendo durante todo el día. Era como si Fabián siempre tuviera una manera especial de sorprenderme. No importaba si la clase comenzaba o si todo parecía estar en su lugar, Fabián encontraba un momento para dejarme esos pequeños obsequios en la mesa.

Esos detalles, esas rosas de papel y las notas que nunca me cansaba de leer, me hacían sentir más cercana a él. Como si cada gesto fuera una declaración de lo que sentía por mí, incluso sin palabras. Y aunque había algo sencillo en todo eso, era en esos momentos donde sentía la profundidad de sus sentimientos, como si todo estuviera dicho en esas pequeñas acciones.

Sí, todo era bonito. Todo era perfecto. Como siempre había querido que fuera.

Y no podía evitar sonreír cada vez que pensaba en él. En lo afortunada que me sentía por tenerlo a mi lado. Tenía la sensación de que, de alguna manera, este era el comienzo de algo mucho más grande, algo que, de verdad, podría durar para siempre.

De repente, escuché el timbre de la puerta. Me levanté, extrañada. No esperaba a nadie. Camine hacia la entrada y, cuando abrí la puerta, mi corazón dio un vuelco.

Allí estaba él, Mathius. Su presencia me descolocó. Después de todo lo que pasó, no esperaba verlo, ni mucho menos que estuviera allí. Su mirada era tan fría como la última vez, pero había algo diferente, algo que no me gustaba.

—Hola, Deisy—dijo, con su voz tranquila, como si nada hubiera pasado entre nosotros.

El miedo comenzó a recorrer mi cuerpo. Mi mente estaba en blanco. No sabía qué hacer. ¿Por qué estaba aquí? ¿Qué quería?

—¿Qué estás haciendo aquí?—logré decir, con la voz temblando, pero traté de mantener la calma.

Mathius me miró, su rostro no mostraba ni enojo ni alegría, solo una fría indiferencia. Dio un paso hacia mí, pero lo detuve.

—Solo quiero hablar, Deisy—dijo, con una suavidad que me hizo dudar. Su tono de voz, su forma de mirarme... todo parecía tan persuasivo.

Mi corazón latía con fuerza. No podía dejarlo entrar. No después de lo que había pasado. Lo que ocurrió entre nosotros no podía borrarse tan fácilmente. Pero al mismo tiempo, algo en mí dudaba.

Atardecer EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora