Capitulo 18

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Cinco años. Era difícil creer que había pasado tanto tiempo desde que mi vida se derrumbó por completo en Seúl. Y sin embargo, aquí estaba, en Jeju, un lugar que había llegado a considerar mi hogar, aunque el vacío que me acompañaba nunca desapareció por completo.

La primera vez que pisé esta isla, todo era extraño. El aire tenía una fragancia diferente, más pura, más tranquila que en Seúl. El bullicio de la ciudad se quedó atrás, y aunque me había acostumbrado al caos, el silencio aquí me ayudó a sanar, al menos un poco. Con los ahorros que había acumulado, compré una casa de dos pisos. No era una mansión ni nada ostentoso, pero tenía un jardín pequeño y acogedor, suficiente para mí. El primer piso lo alquilaba a turistas o estudiantes que venían a la isla. El alquiler me daba una pequeña entrada de dinero adicional, pero la tienda de instrumentos musicales era mi verdadera pasión.

Mi vida siempre estuvo ligada a la música. Desde que era niño, los sonidos de la guitarra, el piano, y otros instrumentos habían sido mi refugio. En mis momentos más oscuros, la música fue lo único que me mantuvo cuerdo. Así que, cuando llegué a Jeju, decidí apostar por eso. Mi tienda no era grande, pero tenía una buena variedad de instrumentos: guitarras, pianos, baterías, violines. También vendía cuerdas, partituras y otros accesorios, y aunque al principio dudaba de si podría mantenerla a flote, la tienda se convirtió en una pequeña joya local. Los músicos de la isla, tanto aficionados como profesionales, comenzaron a venir a buscar lo que necesitaban, y poco a poco, mi negocio floreció.

Además de la tienda, abrí un estudio amplio en una habitacion al lado de la tienda. Era un espacio que me había prometido a mí mismo desde que era un niño: un lugar donde pudiera enseñar lo que tanto amaba. Los fines de semana daba clases de canto y enseñaba a tocar varios instrumentos. No me veía a mí mismo como un profesor rígido; más bien, compartía lo que sabía, lo que había aprendido en mis años de estudios y experiencia. Mis estudiantes eran variados: desde niños que apenas podían sostener una guitarra hasta adultos que querían redescubrir su amor por la música. Siempre me sorprendía la alegría que me traía enseñarles, incluso en esos días en los que el pasado volvía a acechar.

Jin-woo también era una parte importante de mi vida aquí. No éramos pareja, pero teníamos una conexión fuerte. Habíamos tenido algo en la universidad, una especie de romance que nunca llegó a definirse del todo, pero que nunca desapareció por completo. En Jeju, las cosas entre nosotros eran más casuales. Nos veíamos de vez en cuando, y aunque no había compromiso, había un entendimiento entre nosotros. A veces, después de un día largo en la tienda o tras una sesión intensa de clases, pasábamos la noche juntos. No había promesas ni expectativas, solo compañía en momentos en los que ambos la necesitábamos.

Los días en la isla pasaban con una serenidad que, en su mayor parte, agradecía. Me despertaba temprano, tomaba mi café mirando el mar desde la pequeña terraza de mi casa, y luego me dirigía a la tienda. El negocio no requería mucha atención constante, lo que me permitía trabajar en mis propios proyectos musicales. Había algo terapéutico en afinar una guitarra o en sentarme frente a un piano y perderme en las melodías que se formaban casi por sí solas.

Sin embargo, a pesar de la calma que había construido a mi alrededor, había días en los que el pasado se colaba sin ser invitado. Las noches eran las peores. A veces despertaba en medio de la oscuridad, con el eco de la fiesta en mi mente, con las imágenes de Minho y Ji-Hyun persiguiéndome en sueños. Me preguntaba qué habría sido de ellos. ¿Habían seguido adelante? ¿Minho estaba feliz con su hijo? Nunca busqué respuestas a esas preguntas; no me atreví a regresar a ese lugar emocionalmente, ni siquiera a través de las redes sociales o las noticias. Me había deshecho de mi celular el día que me fui, y desde entonces, había mantenido mi vida lo más desconectada posible de lo que había dejado atrás.

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