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❝Astra's pov❞
Lloré. Lloré hasta que no pude más, hasta que mis ojos empezaron a doler, hasta que el maquillaje quedó arruinado y sentí que el aire ya no alcanzaba para respirar. Todo en mí dolía, no solo físicamente, sino desde un lugar más profundo, uno que nadie podía ver. Esperaba que nadie me encontrara en ese lugar, pero ella apareció de nuevo. Y en cuanto vi su rostro, supe lo que vendría.
—No tenés que decir nada, ya entendí. No me dejarás ser feliz, que no me enamore, blah, blah, blah, la misma mierda de siempre. Lo mismo que decís cuando conseguís lo que querés. —Su voz tenía ese tono arrogante que hacía hervir mi sangre.
Me miraba con esa sonrisa, esa maldita sonrisa que era como la llave que abría la puerta a mis miedos más oscuros, esos que prefería no enfrentar.
—No te desgastes llorando. Yo te lo advertí, pero no me escuchaste. Mirá, al menos te diste cuenta de que él no era el indicado. —Sus palabras eran como un cuchillo afilado que cortaba cualquier intento de esperanza que aún me quedara.
La miré con odio. En mi vida, solo me permití enamorarme de tres personas: mi primer amor, la persona que me hizo daño y... Iván.
Él era tan él. Tan único, tan vivo. Y yo... yo estaba rota, muerta por dentro. Solo un cascarón vacío que fingía ser feliz para que los demás no se preocuparan. Pero él era diferente. Se permitía ser él mismo, sin miedo, sin ataduras. Por eso me gustaba. No, por eso lo amaba. Pero no podía amarlo. No podía porque ella estaba ahí. Ella siempre estaba ahí.
Lo más gracioso (si es que algo podía ser gracioso en esta situación) es que ella me lo había advertido. Ella tenía razón desde el principio. ¿Cómo llegué a creer que él no le correspondería? Si él y yo nunca fuimos nada, y ella era tan bonita... Odio repetirme estas cosas, pero son verdad.
—De todas formas, ya no tenés que preocuparte, Margareth. Ya no estaré acá. No necesitarás querer lo que yo tengo porque no estaré en este lugar. —Mi voz tembló al final. No quería darle la satisfacción de verme débil, pero era difícil.
Ella sonrió ampliamente, como si acabara de recibir el mejor regalo del mundo. Se sentó a mi lado con una calma que me irritaba.
—¿Entonces por fin decidiste escuchar a tu padre? —Asentí lentamente, sintiendo el peso de esa decisión en cada fibra de mi ser. Ella suspiró con satisfacción—. Me alegro tanto. No por vos, obvio, sino por mí. Me facilitaste todo. Gracias. Ahora podré dejar de jugar a esto. Podré alejarme de él porque sabés que nunca me gustó. Solo disfruto verte sufrir. Fue un gusto tenerte un tiempo aquí, aunque las dos sabemos que no lo fue.
Sin decir más, se levantó y se fue.
Me quedé sola nuevamente, pero no por mucho tiempo. Escuché pasos y pensé que era ella otra vez, lista para darme el golpe final. Sin embargo, al alzar la mirada, vi que no era ella. Era él.
