Capítulo I

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Observo cómo las gotas de lluvia caen lentamente por el cristal de mi ventana. El día está monótono, lo que contribuye a que me sienta más débil y triste.

—Señorita Diana, ya llegaron —anuncia la voz de la sirvienta, y esas palabras me tensan de un extremo a otro.

Asiento levemente y me preparo psicológicamente para lo que se avecina.

Al dirigirme a la sala, escucho las voces…

—¿Dónde está mi futura nuera?

Un hombre con algunas canas en el cabello, vestido completamente de negro, me observa con una mirada que parece medir mi valor.

—Sabía que tu hija sería perfecta para mi hijo…

Me trago las palabras que tengo atascadas en la garganta. A mi lado, mi padre no hace más que bajar la cabeza. Si no fuera por sus deudas, esto no estaría sucediendo. Es que joder, yo no soy un objeto…

—¿Y tus maletas? —pregunta el hombre.

—En mi habitación —respondo de mala gana.

—Gastón… —pronuncia, y un hombre delgado con uniforme sale de detrás de él—. Busca las maletas de la chica y llévalas al coche.

El hombre desaparece mientras el señor continúa hablando.

—Es bueno hacer tratos con usted —dice el degenerado antes de marcharse. Me despido de mi padre con una mirada cargada de confusión y tristeza mientras sigo a un desconocido hacia lo que parece ser un destino incierto.

El viaje es silencioso, solo interrumpido por el sonido del motor. Al llegar a la mansión, me doy cuenta de que es oscura y opresiva, como sacada de una película sobre mafiosos. Al entrar al interior, ahí está él:mi futuro marido. Está vestido completamente de negro y me observa mientras da una calada a su cigarro.

—Esta chica va a ser mi futura esposa —le dice a su padre mientras expulsa el humo hacia mí, provocándome náuseas.

—Sí, y más vale que aceptes sin chistar; hace falta una mujer en los negocios… —responde el señor dirigiéndose hacia las escaleras—. Os dejo para que se conozcan mejor.

¿Conocer a quién querría conocer? ¿A un mafioso?

—Mira, morrita, voy a dejar las cosas bien claras: me caso contigo solo porque mi padre lo dice. Eres la última chica que vería en el mundo… —No puedo quedarme callada; siento que voy a explotar en cualquier momento.

—Pues dile a tu padre que te consiga otra esposa y así los dos nos ahorramos el mal rato de convivencia… —intento sonar firme, pero mi voz tiembla.

Se acerca a mí y me toma del cuello con fuerza.

—Nadie, absolutamente nadie le habla así al príncipe de la mafia… ¿Me entiendes?

Casi sin aire logro articular un "sí". Finalmente me suelta y respiro hondo para soltar todo el aire acumulado en mis pulmones.

—Así me gusta: que obedezcas —dice antes de marcharse, dejándome sola con mis pensamientos y temores en esta mansión oscura donde todo parece estar en su contra.

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El silencio en la mansión se siente pesado, como si las paredes estuvieran escuchando mis pensamientos más oscuros. Me quedo ahí, en la sala vacía, con el eco de sus palabras resonando en mi mente. La única luz proviene de una lámpara antigua que parpadea como si también temiera lo que está por suceder.

Decido explorar un poco la casa, buscando alguna salida o al menos una manera de entender en qué me he metido. A medida que camino por los pasillos, me doy cuenta de que las paredes están adornadas con retratos de hombres serios y mujeres elegantes, todos con miradas frías y distantes. Cada paso que doy parece amplificar el sonido de mis latidos.

De repente, escucho risas provenientes de una habitación al final del corredor. Con curiosidad y un poco de temor, me acerco y asomo la cabeza. Un grupo de hombres está reunido alrededor de una mesa, jugando a las cartas. La atmósfera es tensa pero relajada, como si estuvieran disfrutando de un momento normal entre amigos. Sin embargo, no puedo evitar sentir que hay algo siniestro en su camaradería.

Uno de ellos, un hombre corpulento con una cicatriz en la mejilla, me ve y sonríe de una manera que me pone los pelos de punta.

—Mira lo que tenemos aquí —dice, señalándome con un dedo grueso—. La nueva esposa del príncipe.

Los demás se giran hacia mí, sus miradas son inquisitivas y burlonas a la vez. Me siento expuesta, como si estuviera en el centro de un espectáculo.

—¿No es hermosa? —continúa el hombre cicatrizado—. Te va a gustar aquí,  preciosa. Te aseguramos que no te faltará nada… Claro si cumples con las reglas de tu futuro marido

Siento cómo mi estómago se revuelca al escuchar esas palabras. Él habla con tal despreocupación sobre mi futuro como si fuera un mero objeto en su juego.

—¿Y qué reglas son esas? —pregunto tratando de mantener la voz firme.

El cicatrizado se ríe entre dientes y se inclina hacia adelante.

—La regla más importante: lealtad. Aquí no hay espacio para traiciones… o las consecuencias son severas —dice mientras hace un gesto con su mano como si estuviera cortando algo en el aire.

Después de  que el desconocido terminò de hablar Derec entró en la habitación y, al verme, soltó un grito que resonó en las paredes.

—¿¡Qué demonios haces aquí!?

Sentí cómo su mano se cerraba con fuerza alrededor de mi brazo. La tensión en el aire era palpable.

—Solo estaba explorando la casa en la que viviré. ¿Acaso mi futuro esposo  se dignó a mostrármela? —respondí, dejando escapar un sarcasmo mordaz que me salió sin pensarlo.

En ese momento, alguien más intervino.

—Vamos, Derec, no seas así con esta belleza. Si fuera tú, no sería tan grosero.

Pero Derec lo miró con desprecio y le gritó:

—¡No metas las narices donde no te llaman! —Gritó con tanta intensidad que hizo que me tensara—. ¡Y para ti soy "Patrón Derec"! — señaló a el chico que habló con una mirada fulminante que me hizo estremecer. Su voz resonaba con autoridad—. ¡Pónganse a trabajar en vez de estar jugando sus estúpidos juegos de mesa! ¡La mercancía está por llegar!

Todos los presentes salieron apresuradamente, el eco de sus pasos resonando en el pasillo vacío. Yo me quedé allí, sintiendo cómo el miedo y la confusión se entrelazaban en mi pecho.

Derec se acercó peligrosamente a mí y dijo con un tono amenazante:

—Y tú. Deja de explorar la casa. Hay cosas que no debes saber.

Con esas palabras, se marchó, dejándome sola y llena de preguntas. Mi corazón latía con fuerza mientras miraba a mi alrededor, preguntándome qué secretos guardaba aquella mansión y por qué Derec parecía tan decidido a mantenerme alejada de ellos. La atmósfera se volvió densa; cada rincón parecía susurrar advertencias. ¿Qué más habría detrás de esas puertas cerradas?

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