𝗡𝗮𝗿𝗿𝗮 𝗖𝗼𝗯𝗿𝗮 (𝗲𝗻𝗲𝗺𝗶𝗴𝗼 𝗱𝗲 𝗗𝗲𝗿𝗲𝗰)
La habitación estaba envuelta en una penumbra inquietante, la única luz provenía de una lámpara que proyectaba sombras danzantes en las paredes. El aire olía a cigarrillos y cuero, un recordatorio del mundo en el que me movía. Me recliné en mi silla de cuero negro, sintiendo cómo la ira y la estrategia comenzaban a entrelazarse en mi mente.
-Ya localizaron al supuesto principe... -dijo uno de mis empleados, su voz rápida y nerviosa.
Le miré con atención.
-¿Y dónde está? -pregunté, manteniendo la calma, aunque una chispa de curiosidad se encendió en mí.
-Uno de los nuestros me informó que está con su esposa pasando la luna de miel en Cancún.
Una sonrisa sardónica se dibujó en mis labios. Así que el muy canalla tiene esposa. La traición siempre tiene un precio, y yo estaba dispuesto a cobrarlo.
-¿Y qué más sabes? -demandé, sintiendo cómo mi mente comenzaba a girar como un engranaje bien aceitado.
-Al parecer, comenzaron a salir de un día para otro y luego, dos semanas después, se casaron...
Fruncí el ceño. Todo esto me parecía demasiado sospechoso. La rapidez del romance era digna de un mal guion de película. ¿Qué escondía ese *principe*? ¿Qué secretos llevaba consigo? Cuanto más pensaba en ello, más crecía mi desconfianza.
-Demasiado sospechoso... -murmuré para mí mismo. La idea de que alguien pudiera burlarse de mí me llenaba de rabia.
Mi empleado me miró cauteloso, como si esperara alguna reacción drástica.
-¿Se le ofrece algo más, señor? -su voz temblaba ligeramente.
Lo observé con detenimiento. Era un hombre leal, pero sabía que incluso la lealtad tenía sus límites.
-Alista el plan para un secuestro... -ordené finalmente, sintiendo una oleada de emoción recorrerme-. Le vamos a quitar esa joyita al *principe*.
Vi cómo sus ojos se iluminaron con una mezcla de miedo y admiración antes de salir rápidamente para cumplir con mis órdenes. Mientras tanto, yo me quedé allí, pensando en el poder que podría obtener al manejar a ese *principe* como un peón en mi juego.
La idea me excitaba; no solo podría desquitarme por viejas ofensas contra Derec, sino que también desestabilizaría a mis rivales en este juego del poder. Imaginaba cómo sería tener al *principe* bajo mi control, obligándolo a hacer lo que yo quisiera.
Con cada paso que daba hacia la venganza, la imagen del *principe* y su flamante esposa se volvía más vívida en mi mente. ..
𝗡𝗮𝗿𝗿𝗮 𝗗𝗶𝗮𝗻𝗮
La luz del sol se filtra a través de mis poros, envolviéndome en un cálido abrazo dorado. El aire salado del mar llena mis pulmones, y cada inhalación es un recordatorio de la libertad que siento aquí. Las olas rompen suavemente en la orilla, creando una melodía relajante que acompaña mis pensamientos. El aroma del océano es revitalizante, con un toque de algas y arena que me transporta a un estado de calma profunda.
-Piensas coger sol todo el día... -me reclama Derec, interrumpiendo mi ensueño. Su voz resuena entre el murmullo de la playa y me hace volver a la realidad.
Lo miro de reojo; está sentado a mi lado, con unos shorts que no dejan nada a la imaginación y unas gafas oscuras que realzan su aire despreocupado. Su piel está bronceada, pero su actitud es todo menos relajada.
-Desde que llegamos esta mañana no has hecho más que mirar al vacío... -añade, con un tono de reproche que me hace soltar una risa suave.
-Tal vez estoy disfrutando del paisaje... -respondo, girando mi cabeza para observarlo mejor. A mi alrededor, los demás bañistas nos miran, pero más que a mí, sus ojos están fijos en él.
-¿Ves? Todos te están mirando -le digo, arqueando una ceja mientras me cruzo de brazos-. ¿No crees que deberías ponerte algo que cubra tu torso?
Derec suelta una risa burlona y levanta las manos en señal de rendición.
-¡Por Dios! Estamos en una playa. No pretendes que me vista como si fuese a un restaurante... ¡Vaya locura! -bufa, mientras se recuesta en la arena con desdén.
Me muerdo el labio para evitar sonreír ante su obstinación. La brisa marina juega con su cabello mientras lo observo tirarse hacia atrás, como si el sol pudiera borrar todos sus problemas.
El agua fría me recibe al contacto y siento cómo cada ola acaricia mis pies descalzos. Derec se levanta rápidamente y se une a mí, lanzándose al agua sin pensarlo dos veces.
-¡Ven aquí! -grita mientras salta sobre una ola pequeña.
No puedo evitar reírme mientras lo sigo, sintiendo cómo el mar limpia cualquier preocupación que tuviera antes.
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Estaba en el apartamento, la brisa del mar acariciando mi piel mientras miraba por el balcón. La luna se reflejaba en el agua, creando un camino de luz que parecía invitarme a caminar sobre él. Me sentí tranquila, como si el mundo a mi alrededor se detuviera por un instante. Pero esa paz se rompió cuando sentí un escalofrío recorrer mi espalda al recibir suaves besos en mi cuello.
-La noche está muy linda, ¿ no crees? -me preguntó él, su voz era un susurro que me hacía sentir viva.
No podía dejar de pensar en lo que había decidido: no quería nada íntimo con él. Miré hacia su rostro, tratando de mantenerme firme.
-Creo que con palabras bonitas no me llevarás a la cama; ya te dije que no tendré nada íntimo contigo -respondí, esforzándome por sonar segura. Pero en el fondo, una parte de mí dudaba. ¿Era realmente tan fácil resistirse?
Él sonrió con picardía.
-Eso ya lo veremos. Las palabras se las lleva el viento...
Se acercó lentamente, y mis labios se encontraron con los suyos en un roce casi imperceptible. Cerré los ojos, y de repente todo lo que había decidido se desvaneció. Mi corazón latía con fuerza; la química entre nosotros era innegable.
-No te puedes resistir... -susurró en mi oído-. El deseo es inevitable; es como una corriente que nos arrastra sin que podamos evitarlo.
En ese momento, la razón se desvaneció y dejé que mis instintos tomaran el control. Lo besé, y fue como encender una chispa en medio de la oscuridad. Su sonrisa me atrapó; me sentí atraída hacia él de una manera que no podía explicar.
Mientras nuestros labios se movían juntos, mis manos comenzaron a explorar su piel, sintiendo cada músculo tenso bajo mis dedos. ¿Por qué había dicho que no quería nada? La conexión entre nosotros era demasiado fuerte para ignorarla.
La luna seguía brillando en el mar, testigo silencioso de nuestra entrega mutua. En ese instante, todo lo demás quedó atrás; solo existíamos nosotros dos y el deseo que nos envolvía como un manto cálido.
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Cautiva del Príncipe
RomanceTodos elegimos a nuestras parejas, o mejor dicho, nuestro corazón elige... Pero este no fue el caso de Diana.Su padre se encuentra atrapado en deudas con el mafioso más temido de España, y la única manera de saldar esa deuda es que ella contraiga ma...