Los días se convirtieron en una rutina de horror para Eldrid. Cada día estaba envuelta en una pesadilla donde sólo había hueco para el maltrato, los bailes, las drogas y el alcohol. Y por supuesto los hombres.
La vigilancia del antro era constante, ya se conocía a la perfección los horarios de esos hombres grandes y musculosos de cada esquina del lugar, e incluso lo que pedían para beber alguna que otra noche. Como a ellos, Eldrid ya sabía entretener a los clientes que entraban, entre bebidas y bailes cautivadores, añadiendo su ropa provocativa que llamaba la atención nada más se veía. A pesar de que visto de fuera se viera fácil, todas las chicas cargaban con un enorme cansancio y el miedo a que les pasara algo más allá de lo malo del club, cosa que intentaban cubrir con el maquillaje.
Cada noche Eldrid tenía que enfrentarse a una variedad de clientes. Algunos eran hombres de negocio buscando diversión, otros eran figuras sombrías del bajo mundo. Pero todos tenían una cosa en común: el poder de hacerle daño. Poco a poco iba aprendiendo a protegerse lo mejor que podía, anticipando ciertos movimientos y leyendo las intenciones de cada uno.
Ella seguía en pie gracias a sus compañeras. Entre todas se apoyaban y buscaban de manera precipitada alguna forma de escapar de aquel sucio lugar, soñando con poder ver de nuevo la luz del sol. Ángela era la más aventurera, todos los planes eran ejecutados por ella a pesar de que era de las que menos tiempo llevaba allí, pero Cam siempre ayudaba, pues era la que más tiempo llevaba y la que conocía cada movimiento de los guardias.
Entre todas compartían sus historias y sus lágrimas, algo que las ayudaba a desahogarse de toda la pesadilla que pasaban día tras día. La amistad cada vez se volvía más fuerte entre todas.
Cada día era monótono, menos la pasada noche. Eldrid se había librado de bailar, tan solo debía pasearse por el club y servir las copas que los clientes sedientos de carne pedían. Pero algo le llamó la atención. Había entrado una chica al club acompañada de un hombre no muy viejo. Normalmente allí las chicas no pasaban, por lo que la miró extrañada. Mientras recogía las copas de un reservado ya vacío, vio a la chica del pelo largo castaño mirar a su alrededor con cara de disgusto. No sabía cómo tenía el valor de entrar allí sin miedo alguno. Cuando iba a la barra a dejar todas las copas vacías, la vio acercarse mientras su acompañante la esperaba.
—Hola, mi nombre es Lenora Grey. —se presentó de manera amable y disimulada, ya que había visto a los guardias.
—Eldrid. —sonrió. —Si desea que le sirva algo, vengo en un momento.
—No, no, no vengo por eso. —se apresuró. Antes de volver a hablar, se acomodó y miró a sus lados para verificar que nadie las miraba. —Soy periodista, estoy haciendo una investigación sobre la trata de blancas. —explicó, notando a Eldrid tensarse.
—Vas a meterte en problemas, márchate ahora que puedes. —le susurró de manera rápida, mirando por encima del hombro de Lenora. —No puedo decir nada, lo siento.
—No te preocupes. —sacó de su libreta una pequeña tarjeta, donde estaba su nombre y su número de teléfono. —Guarda mi tarjeta por favor, conseguiré destapar esto. Mucha suerte.
Eldrid cogió la tarjeta sin apartar la mirada de uno de los guardias, por lo que Lenora supo que debía irse. Se despidió de la pelirroja, intentando hacerla saber que no estaba sola y junto a una seña a su compañero, salieron del antro.
Trata de blancas.
Esa palabra resonó fuerte en la cabeza de Eldrid. Sabía dónde estaba metida, pero aún no se acostumbraba a que le dieran tal golpe de realidad.
Esa tarjeta a partir de esa noche se había convertido en un motivo de lucha para salir de allí. Para poder volver a ver a Emilie, para saber de Alessandro, de sus padres... ¿qué pensarán de ella?
Los días seguían en curso, y las chicas llegaron a tener un pequeño respiro gracias a uno de los guardias, Luca. Era el único que había sentido lástima por los malos tratos que sufrían, por lo que les facilitaba comida e incluso ropa cómoda para cuando terminaran su turno.
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—Dan, tengo que hablar contigo.
Martino le había mandado un mensaje a su compañero. No habían tenido apenas tiempo libre desde que llegaron a Milán, Aldo los tenía de un lado para otro sin descanso.
—Nos vemos en el bar de Greta al anochecer.
Respondió el rubio mientras se encontraba en la casa de su abuela. Al no verla por tanto tiempo, sentía el deber de ayudarla por todos estos años atrás en los que lo único que había hecho era dañarla.
Había decidido no molestar a Alessandro en estos días, por lo que todo el tiempo se lo había dedicado a la dulce señora de pelo blanco, que en realidad no aparentaba para nada su edad. Hoy habían ido al supermercado, haciendo una pequeña parada en una tienda de jardinería. A su abuela le gustaban las flores, no era fanática ni entendía lo que el dependiente de la jardinería le explicaba para el cuidado de estas, pero le daban alegría.
Dante la había ayudado a trasplantar las flores que había comprado, desde la maceta hasta el jardín mientras pensaba en cómo podía haber sido tan rebelde en su niñez y adolescencia, sin apreciar los momentos como esos. Siempre se arrepentiría.
Cuando llegó la hora, fue al encuentro con Martino. Ya habían dos cervezas servidas sobre la mesa cuando Dante entró y saludó a su compañero con un choque de manos.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó con algo de sorpresa el rubio. —¿Le has pedido tiempo libre a Aldo?
—Verás... —Martino se mostraba nervioso. Resopló antes de tomar un largo trago a su cerveza. —Lo siento Dan, te juro que lo siento, yo no sabía nada.
Dante lo paró, sin entender nada.
—Aldo estaba desesperado por no saber nada de Alessandro y nos ha hecho viajar hasta aquí. —cuando empezó a explicar, Dante abrió los ojos. —Ha ido a casa de sus padres y al final... —hizo una pausa, pasándose una mano por la cara con frustración. —Dan yo no sabía que estaría aquí, te lo juro.
—¿Qué cojones hizo Aldo, Martino? —preguntó el rubio con tono duro.
—Lo ha encontrado. Nos ha hecho coger a una chica y cuando estaba en el coche escuché un disparo. —respondió nervioso. —Salió Aldo solo, Alessandro estaba dentro, lo ha matado.
Dante se quedó en silencio. No podía creer que Aldo haya podido matar a quien era prácticamente su hijo. No podía creerse que haya perdido a su hermano.
—¿Dónde se llevaron a la chica? —preguntó en un murmuro, con rostro serio, levantándose de su asiento.
—Al club que está cerca del centro. —confesó mirándolo apenado y con temor. —Siento no decírtelo antes Dan.
—¡Joder! —frustrado salió del bar, subiéndose al coche.
Tomó varios respiros sentado en el asiento del piloto para aclarar su mente. Conocía tanto a Aldo que sabía que no le pondría las cosas fáciles, y que el mayor sabría que él iría en busca de Eldrid.
Esa noche solo pudo volver a la casa de su abuela, quien se mostró preocupada por la cara amarga de su nieto y su falta de apetito, y llamar a Alessandro una y otra vez con la esperanza de escucharlo de manera fallida. Había decidido ir a Trentino la mañana siguiente para ver si lo encontraba, se negaba a asumir que había muerto. La siguiente parada sería Eldrid.
Entre llamadas a su amigo, recibió una de Emilie. Al ver su nombre se le formó un nudo en la garganta, no podía cogerlo, no hoy. Dejó que el móvil sonara, arrepintiéndose una y otra vez de no contestar, pensando en cómo le diría que no sabía nada de ellos. Dejó el móvil sobre la cama para ir a darse una ducha, no podía con el estrés que tenía encima ni con su cabeza dando vueltas todo el tiempo. Para él ahora mismo todo estaba perdido.
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Entre dos mundos
Teen FictionLa vida de Eldrid nos enseña que todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Los sueños se convierten en pesadillas en el momento más inesperado y ella lo comprobó de la peor manera posible. Italia, su destino soñado, se transformó en su infier...