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Pierce

El silencio reinaba en mi oficina mientras me concentraba en la traducción que estaba realizando. Era un antiguo libro francés que debía pasar al inglés británico y la prosa clásica y elocuente estaba resultando algo fascinante.

Entonces mi móvil vibró sobre el escritorio y atendí solo al ver quién era.

-Buenas noches, madre.

-¿Cómo estás, cariño? ¿Estás ocupado? No quiero interrumpir.

-Tú no interrumpes.

Del otro lado de la línea pude escuchar movimiento y más personas hablando. Debía estar organizando cosas para el desfile de presentación de su nueva colección esa noche, no lo olvidaba. Me extrañaba que me llamara teniendo entre manos algo tan importante.

-¿Tú estás ocupada?

-Un poco -admitió con una risita-, pero quería hablar contigo. ¿Qué tal ha ido tu primer día en Worthington? ¿Están intimidados?

-Mm, lo usual -respondí con sinceridad-. ¿Cómo va todo en París?

-De maravilla, como siempre. Deberías venir, sabes que me encantaría verte cuando termines este semestre.

-Lo haré -accedí de inmediato-. Lo que sea con tal de no pasar más tiempo del necesario aquí.

-¿Estás en el penthouse?

Mi madre me conocía como la palma de su mano.

-Así es.

Ella soltó una risita, podía imaginarla del otro lado negando con la cabeza. Por supuesto que mi madre estaba al tanto de la situación con Rachel en el penthouse.

La escuché hablar en francés con alguien.

-Debo dejarte. ¿Hablamos luego?

-Por supuesto. Suerte esta noche.

-Gracias. Un beso, cariño.

Al colgar, continué en lo mío. Claro que el estado de calma y concentración en el que me encontraba no tardó en resquebrajarse a medida que las sonoras pisadas de unos tacones se acercaban por el corredor.

-Hola, cariño.

Rachel se adentró en mi oficina.

-Claro, pasa -murmuré con sarcasmo sin apartar mi atención del libro frente a mí.

-Soy tu esposa -recordó como si aquello realmente importara-. No puedes imponerme esa tonta regla de no entrar a tu oficina.

Rachel adoraba esa regla porque podía romperla como le diera la gana y disfrutaría de molestarme.

-¿Se te ofrece algo? Estoy ocupado -pronuncié con fingida cortesía.

Ella se acercó a echar un vistazo a lo que estaba haciendo.

-¿Esos aburridos libros de nuevo? -se quejó.

-Te hice una pregunta, Rachel.

Intentaba no molestarme porque sabía cuánto eso le gustaba, por eso se tomó el atrevimiento de sentarse en el borde de mi escritorio aún sabiendo cuánto lo detesto.

-¿No puedo pasar tiempo con mi querido esposo?

La miré serio y ella ocultó una sonrisa tras la copa de vino que traía consigo, dándole un sorbo.

-¿Quieres? -ofreció y al tenderla salpicó unas gotas sobre mi camisa.

Dios, dame paciencia.

-Oh, lo siento -fingió estar arrepentida pero era una actuación tan mala que dejaba en claro que había sido a propósito.

-No te preocupes, querida, entiendo lo descuidada que puedes ser a veces -dije y por un instante pude ver molestia en su expresión.

-Mi madre nos invitó a cenar a su casa -cambió de tema-. Quiere verte.

Detestaba que intentara imponerme cosas y ella lo sabía, aún así seguía haciéndolo, todo el tiempo. No era como el resto de personas que la rodeaban, cumpliendo todos sus caprichos como cuando éramos adolescentes. Ni siquiera entonces lo hice.

-No puedo esta noche.

-Tampoco pudiste la vez pasada -me reprochó.

Imaginaba lo mal que iba a sentirse cuando le dijera que no podría ir tampoco la próxima semana, o el siguiente mes, o en un largo tiempo. Cenar con ella y su madre me provocaba jaqueca.

Ignoré sus palabras y pude sentir su molestia incrementar.

-De acuerdo -se bajó del escritorio y se dirigió a la puerta. Al fin-. No me esperes esta noche.

-Nunca lo hago.

-Jodete -sacó a relucir su molestia y una pequeña sonrisa tiró de mis labios.

-Qué boca.

Puso sus ojos en blanco con hastío y mostró su dedo del medio antes de salir dando un portazo.

Creí que con el tiempo maduraría y abandonaría esa actitud molesta de niña arrogante y caprichosa pero sigue igual de insoportable. Aunque el idiota era yo por no ponerle fin de una bendita vez y darme el lujo de ver su rostro cuando se lo dijera.

El saber que ella no estaría el resto de la noche solo me provocaba alivio. Volví a enfocarme en lo mío una vez que estuve solo.








Nota.

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Odio leer sobre protagonistas casados pero les prometo que este les va a encantar, solo hace la relación con la protagonista incluso más interesante.

Profesor BlackwellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora