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Brielle

—Brielle —escuché la voz de mi padre a mis espaldas y fué entonces que me dí cuenta que estaba en mi habitación—. La cena ya está lista, ¿qué tanto haces?

Estaba demasiado sumida en mi escritura, tan concentrada que ni lo había escuchado entrar.

—Tuve un altercado con mi profesor de literatura y ahora debo escribir un ensayo de cinco mil palabras defendiendo mi postura sobre Dorian Gray —comenté distraídamente, intentando no perder el hilo de mi escritura.

—¿Y cuántas palabras vas? —se interesó en saber, acercándose con los brazos cruzados para echarle un vistazo a la computadora y sus ojos se abrieron ligeramente sorprendidos.

Seis mil cien.

—Vaya. Supongo que fué toda una discusión.

Papá no iba a enfadarse conmigo, sabía que no era alguien conflictiva, mucho menos con mis profesores. Al contrario, ellos me adoraban. Si había discutido con uno mis motivos tenía.

Y los tenía. Maldito Blackwell.

—No, realmente, pero fué sarcástico y despectivo.

—Entonces muéstrale lo que tienes —me animó, dejando un beso en mi coronilla—. Y trata de que no te repruebe al menos en la primera semana, ¿si? Tu madre se infartaría. 

Sus palabras me sacaron una sonrísa.

—De acuerdo.

Se encaminó hacia la puerta pero antes de cerrar se volvió hacia mí.

—¿Quieres un yogurt de fresas?

Por Dios, sí.

—Por favor —asentí animada.

—Enseguida regreso.

Papá era el mejor.









—¿Sabías que Blackwell tiene esposa? —mencionó Tatum con la mirada sobre mi profesor a unos metros de nosotras, entrando al salón de clases unos minutos antes de que ésta comenzara.

¿Cómo sabía ella todas esas cosas? Ni siquiera asistía a esa clase. Los rumores corrían rápido en Worthington.

—Es caliente. No su esposa, él —aclaró, mirándome.

Caliente sí era. Lo que tenía de atractivo lo tenía de arrogante e insoportable.

—¿Quién podría casarse con él? —cuestioné—. Es insoportable y tan inflexible. No me lo imagino sonriéndote por las mañanas y dándote los buenos días.

Era difícil imaginarlo de buen humor.

—Yo podría darle unos buenos días —bromeó y cuando rodé los ojos con diverción ella rió, dándome un empujoncito—. Sabes que bromeo.

El timbre sonó.

—Suerte.

—La última vez que dijiste eso me castigaron —le recordé.

—Doble suerte, entonces.

Me lanzó un beso antes de alejarse.

Cuando entré a clases el salón comenzaba a llenarse y fijé mi atención en Blackwell, avanzando directamente hacia su escritorio con la mirada al frente y dejando mi ensayo frente a él.

—El ensayo que me pidió, profesor Blackwell —pronuncié educadamente con una sonrisa orgullosa ante lo que había escrito, más no simpática.

No intentaría caerle bien. Los profesores me adoraban porque naturalmente era alguien organizada, responsable y disciplinada, lo había aprendido de mi padre, pero no era una sonrisitas desesperada por caerle bien a mis profesores.

Profesor BlackwellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora