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Brielle

Los murmullos suaves llenaban el salón mientras los alumnos conversaban con sus parejas sobre el trabajo, la clase transcurría con normalidad. Excepto por ese particular momento.

Dicen por ahí que, cuando una persona siente tensión es porque la otra persona también lo siente, como ambos tirando del mismo hilo, y si yo podía sentirlo entonces, ¿quién era la otra persona? No estaba imaginandolo. Me sentía observada.

Fué entonces que, mientras hacía mis anotaciones sobre las ideas de Asher, por un momento se me dió por alzar la mirada en dirección al profesor Blackwell y mi corazón se aceleró en mi pecho al descubrir sus iris grisáceas sobre mí, antes de apartar su mirada de regreso a los papeles entre sus manos.

Podía haber sido una coincidencia pero me hizo pasar el resto de la clase con un cosquilleo extraño en el vientre preguntándome si continuaba haciéndolo y me esforcé no intentar comprobarlo.

Cuando la clase terminó Asher se despidió con un beso en la mejilla. Por nuestra conversación podía decir que era un chico realmente simpático, que me sacó una que otra sonrisa, y además muy inteligente, pues tenía una perspectiva muy interesante respecto al libro. Quedamos con que iría en la tarde a mi casa para adelantarnos en el proyecto.

Guardé rápido mis cosas al escuchar el estruendo de un trueno en el cielo oscurecido por nubes grises. Me apresuré en irme cuando las primeras gotas espesas comenzaron a impactar contra el cristal de los ventanales.

Mentalmente me reprochaba no haber escuchado a mi madre esa mañana cuando me dijo que llevara un paraguas.

De pie en el marco de la puerta principal del Worthington observé con una mueca y de brazos cruzados las espesas gotas de agua chocando con el suelo, empapandolo todo a su paso.

—Si está esperando que la tormenta pare —la voz de Blackwell sonó detrás de mí y me volví hacia él— lamento desilusionarla pero no lo hará.

Que optimismo.

¿Cómo llegaría a mi bendito auto sin empaparme y arruinar el asiento?

—¿Tiene auto?

—Está estacionado lejos.

—¿No trajo siquiera una chaqueta? —pareció regañarme—. Pronosticaron una tormenta para todo el día.

—No miro las noticias.

—Debería al menos revisar el clima, ¿no le parece, señorita Van der Wedden?

Debía decir que la forma en que me hablaba parecía en la que un adulto regañaría a un niño pero realmente no me molestaba. Su expresión relajada y su forma tan elegante de pronunciar mi apellido con su Señorita Van der Wedden, en realidad, me agradaba. Sonaba educado.

Lo miré y él me tendió su chaqueta, la cual observé confundida.

—Tomela.

¿De verdad estaba ofreciendome su chaqueta?

Negué.

—Está lloviendo muy fuerte, va a mojar su auto —me crucé de brazos, intentando sentir algo de calor ante el viento que empujaba las gotas de agua—. No me molesta esperar, además me lo merezco por no haber escuchado a mi madre cuando me dijo que trajera un paraguas.

—Entonces serán unas largas horas —advirtió—. Oscurecerá pronto y puede ser peligroso conducir así, tome la chaqueta y vaya a casa.

Mi mirada viajó de él a su abrigo antes de darle vueltas y finalmente aceptarlo.

Profesor BlackwellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora