El autobús se detuvo con un chirrido que a Aleksh le recordó demasiado al sonido de las ruedas del tren en sus pesadillas. Una mujer embarazada subió, su vientre prominente evidenciando al menos siete meses de gestación. Aleksh se hundió en su asiento, el sudor frío comenzando a formarse en su nuca.
"Hazlo", se dijo a sí mismo. "Solo levántate y ofrece el asiento."
Pero sus músculos no respondían. Su mente reproducía fragmentos de su pesadilla: las vías, las ataduras, la sonrisa cruel de su otro yo.—Disculpe, señora —una voz anciana se elevó desde el asiento detrás de él—. Puede tomar mi lugar.
La vergüenza golpeó a Aleksh como una bofetada. Una anciana, probablemente con el doble de necesidad de estar sentada, había hecho lo que él no pudo.
—Gracias —respondió la embarazada, su voz suave pero cansada.
Aleksh mantuvo su mirada fija en la ventana, pero podía sentir los ojos de otros pasajeros sobre él. ¿O era solo su imaginación? ¿Su propia consciencia juzgándolo?El día continuó como una serie de pequeñas batallas morales. En la cafetería de la universidad, una estudiante dejó caer sus libros. Aleksh se detuvo a medio paso, su cuerpo dividido entre ayudar y seguir su camino.
—Permíteme —esta vez logró actuar, agachándose para recoger los textos esparcidos.
La chica sonrió agradecida. —Gracias, no muchos se detienen estos días.
—No es nada —respondió, aunque internamente sentía una mezcla de alivio y orgullo. Una pequeña victoria contra su otro yo.
Durante la clase de ética, el profesor González dissertaba sobre moralidad situacional.
—La bondad no es un estado absoluto —explicaba, sus gafas reflejando la luz fluorescente—. Es una serie de decisiones, momento a momento.
Aleksh tomaba notas mecánicamente, mientras su mente vagaba:
"¿Cuántas decisiones hacen a una persona buena? ¿Cuántas malas decisiones se necesitan para convertirse en alguien malo?"El profesor continuó: —El famoso dilema del tranvía de Philippa Foot nos plantea...
Aleksh se tensó en su asiento. El lápiz en su mano se partió con un chasquido que sonó como un disparo en el silencio del aula.
—¿Se encuentra bien, señor Drive? —preguntó el profesor.
—Sí, yo... necesito aire —murmuró, levantándose abruptamente.
En el baño de la universidad, Aleksh se enfrentó a su reflejo. No era el otro yo de sus pesadillas, pero tampoco estaba seguro de reconocer completamente a la persona que le devolvía la mirada.
—¿Intentando escapar de nuevo? —susurró a su reflejo.
Una voz desde uno de los cubículos lo sobresaltó: —¿Dijiste algo, amigo?
—No, nada —respondió rápidamente, saliendo del baño.
En el pasillo, una cartelera llamó su atención. "SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO - NUEVAS DISPOSICIONES". Las letras parecían brillar con una intensidad sobrenatural.
Su teléfono vibró. Un mensaje de su madre: "Hijo, ¿viste las noticias? Están hablando de conscripción. Por favor, ven directo a casa después de clases."El mundo parecía estar cerrándose sobre él. Cada decisión, cada momento de duda moral, ahora parecía insignificante frente a lo que se avecinaba.
En el camino a casa, pasó frente a una estación de tren. El silbato sonó, haciendo que su corazón se detuviera por un momento. Se quedó paralizado, observando los vagones pasar.
Un mendigo se acercó, extendiendo una mano temblorosa: —¿Podría ayudarme con algo de cambio?Aleksh metió la mano en su bolsillo, sacando todas las monedas que tenía.
—Tome —dijo, entregándolas—. Espero que le ayude.
El hombre lo miró sorprendido: —Dios lo bendiga, joven.
"¿Lo ves?" quiso gritar Aleksh a su otro yo, al juez implacable de sus pesadillas. "Puedo ser mejor. Puedo hacer lo correcto."
Pero una voz en su mente, demasiado similar a la de su reflejo oscuro, susurró: "¿Y de qué sirve ser bueno en un mundo que se prepara para la guerra?"
En casa, encontró a sus padres pegados al televisor. Las noticias mostraban imágenes de ejercicios militares, de jóvenes siendo transportados en camiones.—Aleksh —su madre lo abrazó apenas entró—. Dicen que comenzarán con los de dieciocho años en adelante.
Su padre, normalmente estoico, parecía haber envejecido años en un día: —Hijo, tal vez deberíamos considerar...—No —interrumpió Aleksh—. No hay nada que considerar. Si me llaman, iré.
Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera pensarlas. ¿Era esta su forma de redimirse? ¿De demostrar que podía tomar las decisiones difíciles?
Esa noche, acostado en su cama, Aleksh esperaba las pesadillas habituales. Pero por primera vez en mucho tiempo, cuando cerró los ojos, no soñó con trenes ni decisiones imposibles.
En su lugar, soñó con uniformes, con botas marchando sobre tierra mojada, y con una peculiar sombra en el horizonte que tenía los ojos de un violeta imposible.
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T-S3R
Science FictionEn un mundo al borde de la guerra, Alekshdrive sufre pesadillas recurrentes sobre el dilema del tranvía, que reflejan sus decisiones morales diarias. Cuando es reclutado para una guerra contra los tecnológicamente superiores narzcis, sus dilemas mor...