CAPÍTULO 7

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La selva, que momentos antes había sido un escenario de caos y violencia, ahora se sumía en un silencio espectral, roto solo por el goteo de la lluvia sobre las hojas y los gemidos de los heridos. La victoria, si es que se le podía llamar así, había dejado un sabor amargo en la boca de Aleksh. La imagen del Narzci cayendo, su cuerpo convulsionando antes de quedar inerte, se repetía en su mente como una película macabra. Había matado. La idea, antes un concepto abstracto, ahora era una realidad tangible que le pesaba en el alma.

—Drive, ¿estás bien? —La voz de Tser lo sacó de su trance. Ella estaba a su lado, su rostro pálido bajo la luz tenue de la selva, una fina línea de sangre surcando su frente.

—Estoy bien —mintió Aleksh, intentando sonar convincente—. ¿Y tú? Estás herida.

—Es solo un rasguño —dijo Tser, restándole importancia—. Nada que unas vendas no puedan solucionar.

Pero Aleksh notó el temblor en sus manos mientras intentaba revisar la herida. La bala Narzci, aunque no había impactado directamente, había rozado su frente, dejando una herida profunda que necesitaba atención médica.

—Necesitamos llegar a un lugar seguro —dijo Aleksh, su voz tensa por la preocupación—. No podemos quedarnos aquí. Los Narzcis podrían regresar.

—Tienes razón —asintió Tser—. Sígueme. Conozco un lugar.

Tser, a pesar de su herida, se movía con una seguridad que a Aleksh le pareció asombrosa. Lo guio a través de la espesura, siguiendo un camino invisible para los ojos inexpertos. La selva, que para Aleksh era un laberinto verde e impenetrable, para ella parecía un mapa familiar.

—Por aquí —dijo Tser, señalando una abertura oculta entre las raíces de un árbol gigantesco—. Es una cueva. Solíamos usarla como refugio durante las misiones de reconocimiento.

La cueva era pequeña, apenas lo suficientemente grande para que cupieran los dos. La humedad se filtraba por las paredes, creando un ambiente frío y húmedo. Tser se desplomó en el suelo, apoyando su espalda contra la roca. Su rostro estaba pálido, bañado en sudor.

—Ayúdame con esto —dijo, extendiéndole su botiquín—. Necesito detener el sangrado.

Aleksh, con manos temblorosas, limpió la herida con cuidado. La piel alrededor del corte estaba roja e inflamada.

—¿Dónde aprendiste a hacer esto? —preguntó Aleksh, mientras aplicaba un vendaje improvisado.

—Digamos que la vida me ha enseñado algunas cosas —respondió Tser, su voz débil—. Cosas que preferiría olvidar.

Aleksh la miró en silencio, intrigado por el misterio que la envolvía. ¿Quién era Tser realmente? ¿Cuál era su historia?

—Deberías descansar —dijo Aleksh, cubriéndola con su chaqueta—. Te ves exhausta.

—Y tú deberías comer algo —respondió Tser, señalando su mochila—. No querrás desmayarte de hambre.

Compartieron la poca comida que les quedaba en silencio, la atmósfera cargada de una tensión extraña, una mezcla de miedo, incertidumbre y una incipiente intimidad. La cueva, un refugio precario en medio de la selva hostil, se convirtió en su pequeño universo, un espacio donde la guerra y sus horrores parecían distantes.

—Tser… —comenzó Aleksh, titubeante.

—¿Sí?

—Hay algo que necesito saber.

Tser lo miró fijamente, sus ojos violetas brillando en la penumbra.

—¿Qué es?

—En el campo de tiro… cuando disparaste al objetivo… —Aleksh dudó, buscando las palabras adecuadas—. Parecía que… sabías exactamente dónde disparar. Como si conocieras la anatomía de los Narzcis… mejor que nosotros.

Un silencio tenso se apoderó de la cueva. Tser apartó la mirada, su rostro ensombrecido.

—Es solo… una coincidencia —dijo finalmente, su voz apenas audible.

—No lo creo —insistió Aleksh—. Hay algo que no me estás contando. Algo sobre ti… algo sobre los Narzcis.

Tser respiró hondo, como si estuviera a punto de confesar un secreto.

—Aleksh… —comenzó, pero la interrumpió un sonido desde el exterior.

Pasos. Voces. El inconfundible sonido metálico de las armas Narzcis.

—Nos han encontrado —susurró Tser, su voz cargada de miedo. —Escondete.

Aleksh, sin tiempo para reaccionar, se acurrucó en un rincón oscuro de la cueva, conteniendo la respiración. Tser, con un esfuerzo sobrehumano, se puso de pie, ocultando su debilidad tras una máscara de determinación.

La entrada de la cueva se iluminó con una luz fría y azulada. Siluetas oscuras se recortaban contra la luz, sus voces resonando con un eco metálico.

—Aquí no hay nadie —dijo una voz áspera.

—Busquen bien —ordenó otra—. No pueden haber llegado muy lejos.

Aleksh, oculto en la oscuridad, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Estaban atrapados.

T-S3RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora