Los ojos violetas no eran producto de su imaginación. Pertenecían a una recluta que se encontraba tres filas adelante, su cabello rubio platinado recogido en una trenza militar perfecta. A diferencia del resto de los reclutas, que proyectaban una mezcla de miedo y confusión, ella parecía perfectamente cómoda en el ambiente marcial.
—¡Atención! —el grito del sargento instructor hizo que todos se enderezaran—. Mi nombre es Sargento Krieg, y desde este momento, sus miserables vidas civiles han terminado.
Aleksh intentaba mantener la vista al frente, pero sus ojos se desviaban inevitablemente hacia la figura de la misteriosa recluta.
—Para empezar —continuó Krieg—, formarán parejas de entrenamiento. Estas parejas serán permanentes. Si su compañero falla, ustedes fallan. Si su compañero muere en combate... —hizo una pausa dramática—. Bueno, esperemos que no llegue a eso.
El caos controlado de la formación de parejas comenzó. Aleksh vio con creciente ansiedad cómo los reclutas se emparejaban rápidamente, hasta que...—Tú —la voz del Sargento Krieg tronó—. El soñador de la tercera fila. Y tú, la de los ojos raros. Juntos.
El corazón de Aleksh dio un vuelco cuando la chica de ojos violetas se acercó a él. De cerca, su belleza era aún más impactante, pero había algo más en ella, algo que no terminaba de encajar.
—Soy Tser —dijo ella, su voz sorprendentemente melodiosa para el entorno militar.
—Aleksh —respondió él, notando que sus manos temblaban ligeramente—. Alekshdrive.
Una sombra de reconocimiento cruzó el rostro de Tser, tan rápida que Aleksh pensó haberla imaginado.
—¡Primer ejercicio! —gritó Krieg—. Carrera de obstáculos. El último par en completarla dormirá fuera esta noche.
La pista de obstáculos parecía diseñada por un sádico: muros de tres metros, alambres de púas, pozos de lodo, y túneles que parecían trampas mortales.—Sígueme —dijo Tser, y sin esperar respuesta, se lanzó hacia el primer obstáculo.
Aleksh la siguió, asombrado por su agilidad. Ella se movía como si hubiera nacido para esto, cada movimiento preciso y eficiente. Él, por otro lado, sentía que sus extremidades eran demasiado largas, demasiado torpes.
—No pienses tanto —le aconsejó ella mientras se deslizaban bajo el alambre de púas—. Tu cuerpo sabe qué hacer. La mente solo estorba.
—¿Cómo... —jadeó Aleksh— ...cómo sabes tanto de esto?
Tser no respondió inmediatamente. Saltaron un muro juntos, sus manos encontrándose brevemente en la cima.—Todos tenemos nuestras historias —dijo finalmente—. Algunas son mejor no contarlas.
Terminaron la pista en tercer lugar, cubiertos de lodo y sudor. Aleksh se desplomó en el suelo, sus pulmones ardiendo. Tser, por otro lado, apenas parecía agitada.
—No está mal para un primer día —comentó ella, ofreciéndole una mano para levantarse.
El contacto envió una corriente eléctrica por el brazo de Aleksh. Sus ojos se encontraron, y por un momento, el mundo militar a su alrededor pareció desvanecerse.
—¡A las duchas! —el grito del Sargento rompió el momento—. ¡Tienen cinco minutos!
Las siguientes semanas se convirtieron en una rutina brutal de entrenamiento físico, tácticas militares y manejo de armas. Aleksh descubrió músculos que no sabía que tenía, y dolores que no sabía que eran posibles.
Pero también descubrió a Tser.
En los momentos robados entre ejercicios, durante las comidas, o en las breves pausas de descanso, ella comenzó a revelar fragmentos de sí misma. Nunca suficiente para formar una imagen completa, pero lo suficiente para mantener a Aleksh fascinado.
—¿Por qué te alistaste? —le preguntó una noche, mientras limpiaban sus rifles.
—¿Quién dice que me alisté? —respondió ella, sus ojos violetas brillando en la penumbra del barracón.
—Nadie se mueve como tú sin entrenamiento previo.
Tser detuvo sus movimientos, sus manos congeladas sobre el arma desarmada.
—Hay cosas que es mejor no saber, Aleksh —dijo suavemente—. Especialmente en tiempos de guerra.
—¿Como el color de tus ojos? —se atrevió a preguntar.
Ella lo miró fijamente, y por un momento, Aleksh creyó ver miedo en su rostro.
—Especialmente eso.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. El entrenamiento se intensificó. Los rumores sobre los Narzcis crecieron: gigantes mecánicos, armas que desafiaban la física, tácticas que parecían sacadas de pesadillas.
Pero las pesadillas de Aleksh habían cambiado. Ya no soñaba con trenes y decisiones morales. Ahora soñaba con ojos violetas que guardaban secretos mortales, con una guerra que amenazaba con destruir todo lo que conocía, y con una mujer que parecía demasiado perfecta para ser real.
Una noche, mientras la base dormía, Aleksh la encontró sentada sola en la torre de vigilancia.—Deberías estar durmiendo —dijo ella sin voltearse.
—Tú también.
—Yo no duermo mucho —respondió, y había algo en su voz que hizo que Aleksh se estremeciera.
Se sentó junto a ella, sus hombros tocándose ligeramente.
—Tser... ¿qué eres realmente?
Ella se giró hacia él, y en la luz de la luna, sus ojos violetas parecían brillar con luz propia.—Soy lo que necesito ser —susurró—. Y pronto, tú también lo serás.

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T-S3R
Science FictionEn un mundo al borde de la guerra, Alekshdrive sufre pesadillas recurrentes sobre el dilema del tranvía, que reflejan sus decisiones morales diarias. Cuando es reclutado para una guerra contra los tecnológicamente superiores narzcis, sus dilemas mor...