Tus ojos...

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Mateo frunció el ceño, sus pensamientos corriendo a toda velocidad como si su mente tratara de encontrar una solución en la oscuridad. Miró a su alrededor, buscando algo que lo hiciera sentir seguro en la quietud de la noche, pero lo único que encontró fue el eco lejano de un mundo que ya no existía. El mundo ya se había ido, y con él, la normalidad. Ahora todo era lucha, supervivencia, y la constante presión de no saber qué pasaría al día siguiente.

—No estoy seguro... Pero tal vez deberíamos buscar una ruta hacia Canadá. Con el frío, es posible que no haya tantos infectados. —Su voz sonaba más insegura de lo que él mismo quisiera admitir, un toque de duda que traía consigo el peso de la desesperación. Había hablado muchas veces de planes que se desvanecían al primer obstáculo, y no sabía si confiar en lo que acababa de decir. Pero al menos, pensó, esa idea ofrecía una ligera esperanza, algo que ni siquiera su corazón se atrevía a negar.

Adrián lo miró en silencio por unos segundos, su rostro marcado por la fatiga de semanas enteras de huida. Luego, con esa calma que solo él tenía, como si el caos del mundo entero pudiera volverse más llevadero con solo un suspiro, habló.

—Conozco una ruta que lleva hasta Vancouver. Tres meses caminando solo durante el día, sin contar descansos o imprevistos. —Dijo con una claridad rotunda, como si el plan estuviera ya en sus venas, como si esa fuera la única salida.

Mateo lo miró, sorprendido por la certeza en sus palabras. Adrián nunca dudaba. Había algo en él, algo que en Mateo siempre había parecido tan lejano, tan inalcanzable. Una determinación silenciosa que, aunque no lo confesara, lo hacía sentir menos solo, como si con él todo fuera posible.

—Está bien. —Respondió, a pesar de la incertidumbre que lo apretaba por dentro. El miedo seguía ahí, acechando en las sombras, pero con Adrián a su lado, tal vez, solo tal vez, este era un nuevo comienzo. Uno que traía consigo miedo, sí, pero también algo que hacía mucho tiempo no sentía: esperanza. Era pequeña, apenas una chispa, pero suficiente para tomar la decisión de seguir adelante.

Adrián asintió con un leve movimiento de cabeza, y por un momento sus ojos se suavizaron, como si el compromiso de seguir juntos lo aliviara de algo pesado, algo que ya no quería cargar solo. Y, en el fondo, Mateo también lo entendió. El mundo era cruel, pero no estaba solo en él.

—Entonces vamos. —El tono de Adrián era firme, como siempre. Pero en sus palabras había un tinte de cansancio, algo profundo que no podía ocultar. Esa fatiga que solo los que han perdido algo muy importante pueden llevar consigo.

Mateo, aunque temeroso de lo que les esperaba, sintió una oleada de gratitud. No solo por la decisión de Adrián de unirse a ellos, sino por la calidez silenciosa que emanaba de su presencia. En medio del caos, no estaba solo.

Cruzaron las calles desiertas, sus pasos resonando en la noche vacía. El aire gélido se les metía por debajo de la ropa, calando hasta los huesos, pero nada de eso parecía importar. El miedo al futuro era más fuerte, más imparable, pero la cercanía de los dos les daba algo que ni la peor de las tormentas podría arrebatarlos: la certeza de que aún tenían algo. Algo que valía la pena proteger.

Mientras caminaban, Mateo se permitió un momento de calma y sonrió, recordando viejas historias que compartía con su hermana, o las tardes de verano que ya parecían de otro tiempo, cuando todo era normal. Pero entonces miró a Zoe, caminando junto a él, y su sonrisa se desvaneció. Ella confiaba en él con todo su ser, pero también estaba asustada. El miedo se reflejaba en sus ojos grandes y brillantes, una sombra que siempre estaba ahí, incluso cuando sonreía.

Mateo la apretó más fuerte de la mano, protegiéndola de los miedos invisibles de la noche.

—Creo que deberíamos quedarnos en algún techo. —Dijo, buscando en sus palabras la sensación de control que tanto necesitaba. Había algo sobre la altura, sobre estar alejados del suelo, de las sombras que acechaban. Un techo, por bajo que fuera, parecía ofrecerles una mínima protección en un mundo que se les desmoronaba a los pies.

Tal vez en otra vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora