Las flores azules

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La mañana llegó con un suave rayo de sol filtrándose a través de las ramas de los árboles. En el refugio, Mateo se despertó con una sensación de pesadez en el pecho. Mientras se levantaba, vio a Adrián y Ethan conversando en un rincón, sus rostros iluminados por la luz matutina.

—Buenos días, Mateo —saludó Adrián, con una sonrisa cálida.

—¿Listo para un nuevo día? —agregó Ethan, intentando transmitir energía.

Mateo forzó una sonrisa, pero su mente seguía atrapada en lo que había pasado la noche anterior. Después de un desayuno ligero, Adrián propuso salir a explorar el área cercana.

—Quizás podamos encontrar algo útil. —dijo, tratando de animar a Mateo. —Además, sería bueno salir un poco. Zoe podría venir con nosotros.

Mientras caminaban, el silencio que rodeaba el refugio se llenó de sonidos naturales. Adrián, notando la tensión de Mateo, decidió dar un paso hacia adelante.

—Oye, Mateo... —comenzó, mirando hacia el horizonte. —Sé que lo que pasó ayer no fue agradable.

Mateo miró al suelo, sintiendo que el peso en su pecho regresaba.

—No quiero hablar de eso. —respondió, su voz apagada.

Adrián lo miró a los ojos, su expresión era suave. Ethan no se animaba a decir nada, se sentía culpable por haber tratado así a Mateo el día anterior.

—Entiendo, de verdad. Pero hay formas de enfrentarlo. ¿Qué pasaría si comenzamos de a poco? Algo simple, como tomar la mano de alguien aquí, es seguro.

Mateo se estremeció al imaginarlo, el recuerdo de su amigo herido siendo golpeado de nuevo.

—No puedo.

Ethan, sintiendo la angustia de Mateo, dio un paso adelante.

—¿Qué tal si lo hacemos juntos? Siéntete libre de no hacerlo, pero podríamos practicar. Podrías tomar mi mano, y si te sientes incómodo, simplemente me lo dices.

Mateo los miró, sintiendo un nudo en el estómago. La idea era aterradora, pero había algo en la firmeza y la calidez de sus amigos que lo hacía dudar.

—¿Y si les pasa algo? —preguntó, la vulnerabilidad en su voz era evidente.

—Está bien sentir miedo. —respondió Adrián—. Lo importante es que estamos aquí contigo, y podemos parar en cualquier momento. No tienes que enfrentarlo solo.

Mateo inhaló profundamente, mirando a su alrededor. La naturaleza a su alrededor parecía ser testigo de su lucha. Zoe, sin entender del todo lo que estaba pasando, decidió animar a Mateo.

—Mateo está bien agarrar a alguien de la mano. —Le dijo con voz alegre y tomó a Adrián de la mano. —Mira, no me pasó nada.

Milo se sentó en el suelo y alzó la pata, llamando la atención de Zoe y haciendo reír a todos.

—Mira, Milo también quiere. —Soltó a Adrián y fue con el perrito. —¿Verdad que sí, Milo?

Tomó su pata y Milo movió la cola, feliz. Zoe y Ethan lo acariciaron y éste se tiró al suelo para que le frotaran la panza. Todos sonrieron, la tensión disminuyó considerablemente.

—Está bien. —dijo finalmente, sintiendo que el valor comenzaba a brotar. —Intentémoslo.

Ethan extendió su mano, y Mateo la tomó con cautela. La sensación de contacto era extraña, pero en lugar de dolor, sintió una pequeña chispa de calidez. Adrián dió un paso atrás para observar. Sintió como si hubiera pequeñas espinas en su pecho al ver esto, "Debería tomar mi mano, no la de él, ni lo conoce..." Pensó con algo de resentimiento pero al ser consciente de lo que acababa de pensar, se sintió culpable y se preocupó por llegar a sentir celos de su amigo.

Tal vez en otra vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora