El hombre en el bosque.

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Mateo y Adrián intercambiaron miradas. Sabían que estaban en un territorio peligroso, y lo que parecía ser un encuentro casual podría volverse algo mucho más complicado. La tensión en el aire era densa, y la necesidad de protegerse el uno al otro se intensificaba.

—Solo estamos explorando —respondió Adrián, tratando de mantener la calma—. No queremos problemas.

Pero Mateo sintió que la situación estaba a punto de volverse peligrosa. Necesitaban pensar rápido y actuar.

—¿Podemos ayudarlo? —preguntó Mateo, sintiendo que había una historia detrás de esos ojos perdidos.

El hombre dio un paso adelante, y los latidos de Mateo se aceleraron. En un mundo donde la desconfianza reinaba, el peligro siempre acechaba. Pero había algo en su interior que le decía que este momento era crucial. La decisión que tomaran podría cambiarlo todo.

El hombre dio otro paso hacia ellos, su mirada vacía pero su postura tensa, como si cada movimiento fuera calculado. La incertidumbre flotaba entre ellos como una niebla espesa. Mateo podía sentir el peso de la situación, y su mente corría a mil por hora, buscando una salida, buscando una manera de evitar un conflicto.

Adrián, que había permanecido en alerta, se adelantó un poco, su voz calma pero firme. —¿Estás perdido? —preguntó, sin dejar de observar al hombre, pero intentando no mostrar demasiada hostilidad.

El hombre no respondió de inmediato, parecía estar luchando consigo mismo, como si sus pensamientos estuvieran en guerra. Finalmente, sus ojos se fijaron en Mateo, y algo en su mirada hizo que el corazón de este se acelerara. Era como si el hombre estuviera buscando algo... algo en él.

—No... no estoy perdido... —dijo finalmente, su voz quebrada, como si hablara a través de una niebla de desesperación—. Pero... pero no sé dónde ir... ni qué hacer...

Mateo intercambió una mirada con Adrián, que le dio un ligero gesto para indicar que no parecía una amenaza inminente. Sin embargo, la situación seguía siendo peligrosa, y había algo inquietante en la forma en que el hombre los miraba.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Adrián, con voz suave, como si intentara ganar su confianza sin perder la precaución.

El hombre vaciló antes de responder. —David... Me llamo David... —su voz se quebró al pronunciar su nombre, como si decirlo en voz alta le costara más de lo que debía.

El silencio se alargó, y Mateo sintió una oleada de compasión por el hombre, pero también una sensación de peligro latente. A lo lejos, podía ver a Ethan acercándose, notando el ambiente tenso, pero aún ignorante de lo que estaba sucediendo.

—David, ¿estás solo? —preguntó Mateo, esta vez con un tono más bajo, intentando que el hombre no se sintiera acorralado. Sabía que, por mucho que quisiera ayudar, también debían mantener su seguridad como prioridad.

David asintió lentamente, y luego se dejó caer sobre sus rodillas, como si un peso invisible lo hubiera derrumbado.

—No... No tengo a nadie. Ellos... todos se fueron... —su voz se desvaneció en un susurro, y Mateo sintió cómo una corriente de tristeza lo envolvía. Había algo en la manera en que hablaba que hacía que todo pareciera más grave. Como si la desesperación lo hubiera consumido por completo.

En ese momento, Ethan llegó a su lado, viendo por primera vez a David. Su rostro se endureció al instante, y sin pensar, colocó una mano protectora sobre el hombro de Mateo, claramente incómodo con la situación.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ethan, su tono más brusco.

—Está... solo —respondió Adrián rápidamente, notando la creciente desconfianza de Ethan—. No parece ser una amenaza, pero necesitamos saber más.

Tal vez en otra vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora