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El coche que nos esperaba en el aeropuerto nos llevó por una carretera bordeada de palmeras, con la brisa tropical de Hawái entrando por las ventanas. La emoción no dejaba de hacerme sonreír mientras observaba el paisaje, la vegetación y el azul infinito del océano que se veía a lo lejos. Adam y yo nos mirábamos de vez en cuando, compartiendo esa chispa en los ojos de saber que estábamos a punto de disfrutar de un pequeño paraíso.

Cuando llegamos al hotel, el lugar era incluso más hermoso de lo que imaginaba. Cada villa era como un pequeño refugio de lujo, con techos de madera, jardines privados, y una piscina que brillaba con el reflejo del sol. La nuestra tenía una vista directa a la playa, donde las olas rompían suavemente contra la orilla. Al entrar, me quedé boquiabierta con la decoración, el suelo de madera, la enorme cama blanca las grandes ventanas que dejaban entrar la luz natural.

—Esto es un sueño. No puede ser real —exclamé, soltando una carcajada de felicidad mientras me tiraba sobre la cama, sintiendo lo suave y acogedora que era. El aroma fresco de la habitación me envolvía, y no podía creer que este lugar fuera nuestro, aunque solo fuera por unos días.

Adam, desde la puerta, sonreía mientras le daba una generosa propina al hombre que había traído nuestras maletas. El empleado nos deseó una buena estancia, y cuando finalmente se fue, cerrando la puerta tras de sí, me volví hacia Adam con una sonrisa traviesa.

—Ven aquí —le dije, alzando una mano para que se acercara. Hizo como que venía hacia a mi pero se dio la vuelta antes de guiñarme un ojo , Adam se lanzó como un niño corriendo hacia la piscina, haciendo un gran chapoteo que me hizo soltar una carcajada. Él emergió del agua con una sonrisa encantadora, sacudiéndose el cabello mojado, y no pude resistir la tentación de unirme a él.

Rápidamente en el agua me subí encima de él, rodeando su cintura con mis piernas mientras el agua nos envolvía. Lo besé por toda la cara, salpicando gotas de agua, hasta encontrar finalmente sus labios. Mis manos se aferraban a su cuello, sintiendo su risa vibrar contra mi piel.

—Me haces la mujer más feliz del mundo —dije, mirándolo a los ojos mientras mi corazón se llenaba de gratitud. Todo lo que había pasado en los últimos meses, todas las dificultades y las preocupaciones, se sentían tan lejanas en ese momento.

Adam me apretó un poco más fuerte, con esa mezcla de ternura y fuerza que tanto me gustaba. Sus manos recorrían suavemente mi espalda mientras reía con esa risa que siempre lograba calmarme, incluso en mis peores días.

—Si para que seas así de cariñosa te tengo que llevar a Hawái, creo que nos quedaremos aquí —bromeó, apretando ligeramente mi cintura y haciendo que me inclinara hacia él.

Le di un suave golpe en el pecho, fingiendo estar molesta, pero mi sonrisa me delataba. Me apoyé contra su pecho, hundiendo mi cara en el hueco de su cuello, respirando el aroma a mar y la calidez de su piel.

—Siempre soy cariñosa —protesté, sintiendo el agua salada refrescar mi piel. Pero sabía que tenía razón, que en los últimos meses había sido difícil encontrar momentos como este, en los que pudiéramos simplemente disfrutar de estar juntos.

Él rió de nuevo, y su mano se deslizó por mi cabello, peinándolo suavemente con los dedos. Sentí que el mundo se reducía a ese instante, a la tranquilidad del agua a nuestro alrededor y la calidez de su abrazo.

—Te amo, Bri —susurró de repente, casi como si se le escapara. La sinceridad en su voz me hizo mirarlo a los ojos, y vi en ellos algo que no había visto en mucho tiempo, una paz genuina, un cariño que se sentía profundo y sincero.

Mi corazón dio un vuelco, y le devolví el beso con todo lo que sentía, aferrándome a ese momento como si fuera el mejor regalo que me hubieran dado. Me sentí más conectada a él que nunca, y aunque sabía que la vida seguía teniendo sus complicaciones y desafíos, en ese instante, nada más importaba.

Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora