La muerte es una parte inevitable de la vida, un final que nos lleva a un estado desconocido. Es como un viaje al que no sabemos a dónde nos llevará.
Al final, es un ciclo natural, una transición hacia lo desconocido que, quizás, es solo el comienzo...
Por un momento, sentí que empezaba a alucinar después de décadas de soledad. Aunque nunca me había faltado la compañía, pasé toda esa eternidad sumido en la reflexión.
Con el tiempo, al escuchar las mismas voces que al principio, empecé a entender lo que había ocurrido.
Ahora soy un feto, pero no uno cualquiera: soy el futuro Morfin Gaunt, el tío del villano de una de mis sagas de libros favoritas, Harry Potter.
El hecho de poder oírlos me indica que tengo unas 25 semanas de gestación, quizás más.
Los latidos del corazón de la que ahora será mi madre se han convertido en mi sonido favorito; es como si mi mundo estuviera tejido a su ritmo, un canto de vida que me envuelve.
Y, por alguna extraña razón, ese sonido logra calmar mi mente inquieta, que no deja de trabajar, brindándome un respiro en este océano de pensamientos.
La voz de mi madre, aunque distorsionada, me llega en fragmentos de susurros llenos de amor.
A veces, me pregunto cómo será la vida fuera de este refugio oscuro. Pero no tengo prisa por llegar; la tranquilidad que siento aquí, en este espacio seguro, es abrumadora.
Mis pensamientos se ven interrumpidos por movimientos a mi alrededor. Mi madre se ajusta en su asiento, y el roce de su ropa me llega como un susurro entre las sombras. Cada pequeño movimiento crea ondas que viajan a través de su piel, y yo, aún en mi estado vulnerable, siento una conexión palpable con ella.
Los días pasan, y con ellos crece mi curiosidad. Empiezo a distinguir matices en las voces: el tono suave y tranquilizador de mi madre, la risa contagiosa de alguien más, tal vez un familiar que espera mi llegada. A veces, reconozco la voz de un hombre, llena de emoción; sé que es el que se hace llamar padre. Aunque no puedo entender las palabras, la emoción detrás de ellas me hace sentir que ya he encontrado un hogar.
Sin embargo, en el fondo de mi ser, a veces surge una inquietud que me hace dudar de que todo será color de rosa al salir de aquí.
Las voces se vuelven más nítidas, y a veces escucho fragmentos de conversaciones sobre mí. “No puedo esperar a tenerlo en mis brazos”, dice mi madre, y en ese instante, siento que la conexión entre nosotros se fortalece. El amor que ella siente es palpable, y en esos momentos, la ansiedad se disipa, dejando solo un profundo sentido de pertenencia.
En los momentos de quietud, me encuentro conversando con mi futuro, imaginando lo que seré. Quizás no solo un Gaunt, sino algo más. Quizás un Morfin que aprende a amar y que elige la luz sobre la oscuridad.
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Mi vista era borrosa, apenas lograba distinguir los contornos de las cosas. En cambio, mi oído estaba agudo, permitiéndome captar claramente las voces que me rodeaban.
Había nacido hace poco, y la experiencia fue extraña y algo dolorosa. Respirar por primera vez se sentía como tragar agua; ardía en los pulmones.
—Es hora de comer, mi Morfin —dijo mi madre, Celia Gaunt.
Su voz sonaba más hermosa cuando no estaba distorsionada.
El pequeño bebé soltó una risita tierna que hizo vibrar el corazón de la madre primeriza. Sin embargo, sus ojos reflejaban tristeza al mirar al niño, pues sabía que lo había condenado a una vida marcada por su apariencia endogámica.
—Te prometo que haré lo posible para protegerte —susurró, aunque en su corazón sabía que no siempre podría cumplir esa promesa. La vida de un Gaunt estaba destinada a estar llena de miseria, y ella no podía escapar de ese legado.
No pasaron diez segundos antes de que una segunda persona entrara en la habitación: Marvolo Gaunt.
Celia le dio una pequeña sonrisa para que se acercara. El viejo hombre se aproximó, observando al pequeño bebé que comía de forma tranquila, con un creciente orgullo en su mirada.
—Se puede sentir su magia desde afuera —murmuró. Desde el nacimiento de su hijo, había notado una energía asfixiante que envolvía toda la casa—. Morfin será quien tome el señorío de la casa Slytherin, estoy seguro... Puedo sentirlo.
—Morfin —repitió Celia, mirando al mayor, quien sonreía complacido.
—No quiero que te atrevas a volverlo débil, ¿entendido? Mi hijo será quien lleve a la familia Gaunt a la cima.
Su voz se volvió sombría, y las palabras se deslizaron inconscientemente en Parsel.
—Solo es un bebé, solo es nuestro bebé, Marvolo —murmuró Celia, consciente del significado de las palabras de quien alguna vez fue su primo y que ahora era su esposo.
—Es Morfin Gaunt, mi heredero, no es solo un bebé —su voz se hizo firme mientras alzaba al niño en sus brazos.
Morfin, al ser separado de lo que consideraba su lugar seguro, comenzó a derramar lágrimas, pero no emitió sonido alguno.
—Deja de llorar, un Gaunt no llora —replicó Marvolo, dirigiéndose al bebé con tono autoritario.
Celia miró al niño con preocupación, deseando consolarlo, pero aún no podía levantarse tras el reciente parto. Sabía que no tenían dinero para pociones sanadoras.
A medida que las lágrimas caían por el rostro de Morfin, la atmósfera en la habitación se tornaba tensa. Celia deseaba un futuro diferente para su hijo, uno donde no tuviera que cargar con las pesadas expectativas de su linaje. Pero la sombra de Marvolo y sus ambiciones siempre acechaba, una realidad de la que no podía escapar.
—Por favor, Marvolo, aún es muy pequeño, no te entiende. Devuélvemelo, por favor, necesita a su mamá —suplicó Celia, extendiendo los brazos hacia su hijo.
Marvolo la miró unos momentos antes de murmurar algo en Parsel y entregarle al bebé, quien rápidamente dejó de llorar al acomodarse en sus brazos y se quedó dormido.
—Está bien. Cuando aprenda a caminar, yo mismo le enseñaré. Y no quiero que lo malacostumbres, Celia, o te lo quitaré para siempre.
—Sí, le daré la mejor educación, te lo prometo. Será un digno heredero.
—Eso espero.— Murmuró antes de irse de la habitación.