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—Tom... —dijo ella, su voz temblorosa pero llena de determinación.

Él la miró, su expresión seria pero curiosa.

—¿Merope? ¿Qué haces aquí?

Ella respiró hondo, reuniendo todo el valor que le quedaba.

—Tengo algo para ti —dijo, mientras sacaba una galleta envuelta en un pañuelo verde con el apellido Gaunt cuidadosamente bordado en hilo plateado.

El pelinegro miro a la chica unos segundos antes de tomar la galleta con una pequeña sonrisa amable.

Tom Riddle trataba de ser amable con Merope porque le tenía lastima.

Empezó a comer la galleta y sus ojos se desviaron por unos segundos antes de que su atención sea captada completamente por Merope.

—Hermosa— murmuró completamente sonrojado.

Las mejillas de Merope también tomaron un tono rojo.

—Gracias, tu eres muy guapo igual.

Tom, aún mirando a Merope con una mezcla de curiosidad y algo más profundo, decidió tomar la iniciativa.

—¿Por qué no me habías hablado antes, Merope? —preguntó, dando un paso hacia ella, su voz cargada de una suavidad inesperada. Era como si hubiera algo en su interior que lo impulsara a acercarse más, a conocerla más.

Merope se sintió atrapada por la intensidad de su mirada. Todo en ella quería alejarse, pero algo dentro de ella la mantenía en su lugar, como si el destino ya hubiera marcado este momento.

—Nunca supe qué decirte... siempre pensé que me despreciabas —admitió, sus palabras escapando antes de que pudiera detenerlas. Se sentía tonta al confesarlo, pero había algo en Tom que le hacía querer ser honesta, algo que la impulsaba a dejar salir todo lo que había guardado dentro.

Tom frunció el ceño ligeramente, como si esas palabras lo sorprendieran.

—¿Yo? —preguntó, con una pequeña sonrisa—. No te desprecio, Merope. Nunca lo haría.

Merope miró sus ojos, sintiendo que la conexión entre ellos se volvía más fuerte, pero también más confusa. No sabía qué era real en ese momento, si el amor que él sentía era genuino o si todo estaba siendo manipulado por la magia de la poción.

—¿Lo dices de verdad? —preguntó, su voz casi un susurro, mientras su corazón latía con fuerza.

Tom asintió, acercándose aún más. Sin darse cuenta, la atmósfera entre ellos se volvió más densa, más cargada de una tensión inexplicable. Tom extendió su mano y la posó suavemente sobre la de Merope.

—Sí. Lo digo de verdad —respondió, con una mirada sincera. Pero algo en su interior lo inquietaba, una sensación vaga que no podía identificar, pero que comenzaba a crecer. Aunque la atracción que sentía por Merope era innegable, había algo más en ella que no terminaba de encajar.

Merope sintió el contacto de su mano, y aunque una parte de ella sabía que todo esto estaba siendo influenciado por la poción, no podía evitar sentirse atrapada en el momento. Por un segundo, su mente se aclaró, y vio una verdad amarga: el amor de Tom, aunque parecía verdadero, estaba basado en magia, no en sentimientos genuinos. Sin embargo, la parte más débil de ella, esa que ansiaba ser amada, quería creer en lo que veía, en lo que sentía.

—¿Te gustaría... salir conmigo, Tom? —preguntó, sus palabras saliendo antes de que pudiera pensar en lo que significaban.

Tom, sin pensarlo mucho, sonrió, esa sonrisa que Merope había visto tantas veces en sus sueños.

—Claro. Me encantaría —respondió, con una calidez que la hizo sentirse aún más confundida.

El hechizo de la poción se había cumplido. Tom estaba a sus pies, y por primera vez, Merope sentía que había conseguido lo que siempre había deseado. Pero, a medida que sus miradas se cruzaban, Merope no podía evitar preguntarse si, en algún momento, Tom descubriría la verdad. Si llegaría a comprender que lo que sentía no era amor genuino, sino el resultado de una poción de amor.

El tiempo parecía haberse detenido, y Merope se encontraba en una encrucijada, atrapada entre lo que su madre había planeado para ella y lo que su corazón le decía que debía hacer. ¿Debería aprovechar esta oportunidad para asegurarse de que su familia tuviera lo que deseaba, o debía luchar por algo real, algo que no estuviera dictado por la magia?

Solo pasaron cinco meses antes de que Merope y Tom tomaran la decisión de huir, dejándolo todo atrás para escapar de las sombras de sus familias. La ilusión de una vida juntos, lejos de todo lo que los ataba, parecía alcanzable. Sin embargo, la travesía de ambos se vio interrumpida cuando Merope, creyendo que un hijo podría convencer a Tom de que su amor era real, dejó de darle la poción.

Al principio, Tom no notó la diferencia. Pero cuando la magia desapareció, la verdad comenzó a emerger, y con ella, el horror de lo que había hecho. Despertó de golpe, como si la realidad lo hubiera golpeado con fuerza. Miró a Merope, su mirada fría y distante, y sin decir una palabra, huyó, abandonándola en el momento en que más lo necesitaba. Ni siquiera el bebé que ella llevaba en su vientre pudo detenerlo.

Merope, devastada, sintió el peso de la traición caer sobre ella con una fuerza imparable. Sin opciones y con el corazón destrozado, no tuvo más remedio que regresar a la cabaña de los Gaunt, con la esperanza de ser recibida de vuelta.

Al llegar, se encontró con noticias inesperada: su madre había muerto, y su hermano había despertado, por fin. La casa parecía vacía, impregnada con el aire de un dolor callado.

Su hermano la recibió con los brazos abiertos, como si todo el sufrimiento y el tiempo que los había separado no importara. La abrazó con una calidez que Merope no había experimentado en años, como si fuera un frágil cristal que temiera romper. En sus ojos brillaban lágrimas contenidas, una mezcla de tristeza y alivio.

Aunque su padre seguía empeñado en rechazarla, la presencia de su hermano fue un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. En su abrazo, Merope encontró una especie de refugio, aunque sabía que nada sería igual. Su vida había cambiado para siempre, pero al menos no estaba completamente sola.

Merope se permitió un momento de alivio en el abrazo de su hermano. Aunque las cicatrices de su alma aún ardían, la calidez de su gesto le ofreció un pequeño refugio en medio del caos. Morfin, a pesar de todo lo que había sucedido, parecía comprender más de lo que ella había esperado. No hubo reproches, ni palabras severas, solo la silenciosa empatía de alguien que había conocido el dolor en carne propia.

—No me dejaste sola —susurró Merope, aún aferrada a su hermano, como si temiera que él pudiera desaparecer en cualquier momento.

Morfin, con los ojos brillosos pero la voz firme, la miró con una intensidad que la desarmó.

—Nunca lo haría, Princesa. Aunque no entiendo todo lo que ha pasado, te voy a proteger. Lo prometo.

En ese momento, Merope sintió un peso levantarse de sus hombros.

Los días siguientes fueron un proceso lento de adaptación. El viejo Gaunt, su padre, se mantenía distante y rencoroso, rechazando a Merope con la misma dureza que siempre había mostrado, pero eso ya no importaba tanto. La presencia de Morfin, su hermano, era suficiente para que Merope no se sintiera completamente perdida.

Un día, mientras Morfin estaba fuera, Merope se acercó al espejo de la cabaña. Miró su reflejo, observando cómo su vientre comenzaba a mostrar los primeros signos de embarazo. A pesar de lo que había perdido, había algo en su interior que aún deseaba creer en la posibilidad de un futuro mejor. Quizá no con Tom, pero con su hijo. Quizá el niño que llevaba en su vientre podría ser la clave para romper con la historia trágica de los Gaunt, para crear algo que fuera suyo, algo real.

Por primera vez en mucho tiempo, Merope se permitió soñar. No con Tom, ni con el amor que nunca fue, sino con un futuro en el que ella, su hermano y su hijo pudieran encontrar un camino diferente, uno libre de la sombra de la magia oscura y los sacrificios de su familia.

El destino, pensó, no estaba completamente escrito. Aún quedaba tiempo para cambiarlo.

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