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Estaba en mi cuarto, acostada viendo La Casa de Papel por cuarta vez, cuando la voz de mi mamá resonó desde abajo.

—¡Elizabeth! —gritó con ese tono que usaba cuando quería que hiciera algo sí o sí.

Rodé los ojos. —Ay, cansona, no deja a uno existir tranquila, —murmuré para mí misma antes de bajar.

Al llegar, la encontré barriendo con esa energía de siempre, como si nunca se le acabara.

—Hoy estoy de descanso, mañana también, así que iremos al cumpleaños de la abuela. Empáquele las cositas a Salomé, se viste y después me ayuda a vestirla, ¿oyó? —dijo sin mirarme, concentrada en el barrido.

Asentí, porque ya hacía rato que no iba donde mi abuela. Caminé hasta el cuarto de Salo y la encontré sentada, absorta en su tablet. Saqué su bolso de abejitas, metiéndole una pijama (segura de que nos quedaríamos a dormir), algo de ropa, su cepillo de dientes, el de cabello, pañitos húmedos, ropa interior y un par de juguetes.

—¿A dónde vamos? —preguntó Salomé, sin despegar la vista de la pantalla.

—A casa de la abuela. Escoge lo que te vas a poner, me voy a bañar, —le respondí mientras salía del cuarto.

Antes de seguir con esto, les tengo que tirar un dato. Hace años, éramos solo mi mamá, mi papá y yo. Una tarde cualquiera, una chica de veintitantos años, embarazada, llegó a nuestra puerta. Dijo que estaba esperando un bebé de mi papá. Imagínense el drama.

Mi mamá, en shock, esperó a que mi papá llegara del trabajo. Al principio, él negó todo, pero luego terminó aceptándolo. Mi mamá, sin rabia ni escándalo, decidió dar por terminada la relación. Y días después, esa chica simplemente desapareció, dejándonos una bebé en la puerta. Mi mamá, sin dudarlo, la tomó en brazos, y tras unos días decidió quedarse con ella.

Así que Salomé llegó a mi vida, y la amo más que a nada. Mi mamá la crió como suya, y toda la familia la adora. Nadie menciona mucho el tema, pero quería aclarar para que entendieran la historia.

Continuando...

Me metí a la ducha, disfrutando del agua caliente. Me puse unos jeans anchos, un top café nuevo que pedí por Shein y unos tenis blancos. Empaqué una mochila pequeña con lo básico, igual que con Salo, y fui a maquillarme mientras mi mamá se cambiaba.

Ya el sol estaba bajando cuando mi mamá nos llamó desde abajo:

—¡Liz! ¡Salo! ¡Vámonos! —gritó.

Nos subimos al carro y el camino fue de unos treinta minutos, pero a mí se me pasó rápido con mis audífonos puestos, desconectada del mundo. Al llegar, mi mamá tocó la puerta y mi abuela la abrió con una sonrisa de oreja a oreja, recibiéndonos con un abrazo. Entramos a la sala y ahí estaban mi tía Sandra y mi tío Neymar, charlando como siempre.

—¡Tía! ¡Tío! —me acerqué y los saludé con un beso en la mejilla, como era costumbre.

A Jhon Steven solo le di un puñito, nada más. Con él casi no hablaba, pero Ney era distinto. Siempre lo veía porque Thian, su hijo, y Salomé están en el mismo salón, así que nos cruzábamos seguido.

Miro hacia una esquina y veo a la zarrapastrosa de mi tía Rosario, la reina del chisme, con una sonrisa de satisfacción. Mi mamá me empujó levemente hacia ellos para que saludara, y levanté la mano para un saludo rápido.

A Sebastián y Yulianis los saludé con un beso en la mejilla, pero a Carolina no le di más que un "hola" seco; es igual de sapa y metida que su mamá.

Juvena estaba sentada en un sofá, metida en su teléfono. Me acerqué, le di un abrazo, y luego busqué con la mirada a mis primos favoritos hasta que los encontré en la esquina.

Corrí hasta ellos y los abracé.

—Pensé que no venías, zozorrita, —dijo Ever con una sonrisa pícara.

—Como nunca vienes, —agregó Alex, dándome un codazo.

—Con la chismosa de Rosario, ¿quién va a querer venir? —les respondí mientras me comía un dulce de la mesa.

Al girarme para saludar a Paula, noté que ya estaba en un rincón con Yulianis, así que me fui a sentar junto a Alex y Ever después de darle un zape cariñoso a Joss.

Después de un rato de charla, sentí la garganta seca. Todos estaban distraídos, así que saqué mi vape y me fui al balcón a dar unas cuantas caladas. El sabor dulce se mezclaba con el aire fresco, y cerré los ojos, disfrutando el momento.

De repente, alguien me quitó el vape de la mano. Abrí los ojos y ahí estaba un tipo que no reconocí.

—¿Y usted quién es y por qué está fumando esta porquería? —dijo, con un tono firme.

Lo miré mal, pensando que sería el novio de alguna de mis primas. —¿Y a usted qué le importa, sapo? —le respondí, soltándole el humo en la cara y arrebatándole el vape.

En ese instante, mi mamá me llamó, y rápidamente guardé el vape en el bolsillo.

—Liz, vení, —dijo, con ese tono que dejaba claro que no aceptaba excusas.

Me acerqué, y vi que estaba con mi tío Neymar y mi tía Sandra.

—Mi amor, yo creo que usted no se acuerda de mi hijo menor, pero ya llegó de Brasil, —me explicó mi tía Sandra, con una sonrisa que solo me confundió más.

—¡Richard, vení! —llamó mi tío Neymar.

Volteé y vi que el mismo man del balcón entraba. El tipo que me había quitado el vape. Sentí cómo la sangre se me subía a la cabeza.

—Ay, jueputa... —murmuré, antes de que él me mirara.

—¿si? —dijo con una media sonrisa, como si hubiera escuchado perfectamente.

Mi tía lo presentó oficialmente. —Mire, esta es la hija mayor de su tía Karen. Seguro no se acuerda de ella, era muy pequeña cuando usted se fue.

Richard me miró con una sonrisa de medio lado, evaluándome con una ceja alzada. —Ahhh, entonces es usted, Elizabeth, ¿verdad?

Yo solo asentí, sintiendo que ese hijue... me iba a delatar.

Me escabullí de regreso al sofá donde estaban Alex y Ever, y me dejé caer al lado de ellos, quitándome los zapatos para estar más cómoda. Ya la noche estaba cayendo y todos comenzaron a tomar cuando escuché a mi tío Neymar hablar con mi mamá.

—Cerca de mi casa están arrendando una casa. ¿Por qué no se muda con las niñas? Usted es la única que vive lejos, y así podríamos estar pendientes de ellas cuando esté trabajando.

—¡Ay, marica, va a vivir cerca de nosotros! —celebró Alex, dando saltitos de emoción.

Yo me uní a la celebración, imaginando todas las travesuras que haríamos.

Estábamos hablando, entre risas y planes, cuando de repente Thian y Salomé empezaron a pelear. Todos volteamos a mirarlos, justo en el momento en que Thian se acercó y le dio un beso de media luna a Salo, dejándola roja como un tomate.

—¡Qué bandidos! —grité entre risas, mientras le silbaba para molestar.

Neymar Jr., el primo, me lanzó una almohada y dijo entre risas: —Deje a los pelaos ser felices, Liz.

Tentación - Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora