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—¿Crees que el dinero lo es todo? —dije, sacando las llaves de mi moto de mi bolsillo y lanzándoselas a los pies—. ¡Si tan importante es el dinero, llévatelo! ¡No lo quiero, no me importa! Estuve a punto de morir en un accidente y ni siquiera viniste, pero para presentar a tu hijo sí apareces. No quiero nada de ti ni de tu sucio dinero. Mi mamá siempre ha trabajado para darnos lo mejor, sin necesitar nada tuyo. Así que te puedes largar con tu "familia".

Sin esperar más, di media vuelta y comencé a caminar hacia la salida del patio. Escuché a mi mamá llamándome, pero no me detuve. Las lágrimas me escocían en los ojos, pero no eran de tristeza. Eran de pura rabia, de esa impotencia que llevaba años acumulando.

Salí de la casa y caminé por las calles sin rumbo, solo con la necesidad de alejarme de todo. Llegué a mi antiguo barrio sin darme cuenta, y me encontré sentada en el viejo parque, en el mismo lugar donde solía jugar de niña con mis primos. La nostalgia me golpeó fuerte, recordando los días en que la vida parecía tan simple, cuando todo lo que importaba era si alguien traía una pelota para jugar.

Las lágrimas finalmente comenzaron a caer. Mi familia... Mi familia era un desastre. El hombre que debería haber estado ahí, apoyándome, simplemente se había ido, y ahora, después de tanto tiempo, pretendía aparecer y actuar como si nada hubiera pasado. Como si fuera suficiente presentarme a su hijo y esperar que yo aceptara todo sin cuestionar nada.

Mi celular empezó a sonar. Miré la pantalla y vi un montón de llamadas perdidas de mi familia, de Alex, de Ever, de mi mamá. Hasta Jenna me había llamado, probablemente porque mi mamá le preguntó si estaba con ella. Con un suspiro, apagué el teléfono y lo guardé en la chaqueta. No quería saber de nadie.

La lluvia comenzó a caer, suave, como un sereno triste que acompañaba mi soledad en aquel parque destartalado. Cerré los ojos, dejando que el agua calmara un poco la tensión en mi pecho, aunque no lograba llenar el vacío.

Estaba así, sola y en silencio, cuando escuché unos pasos detrás de mí. Me asusté y agarré una piedrita, lista para lanzarla si alguien intentaba hacerme daño. Pero cuando miré, vi a Richard, quien se sentó a mi lado sin decir nada. Su presencia me sorprendió, pero en ese momento no sabía si quería compañía o no.

—¿Qué mierda haces aquí? —le pregunté, mirándolo con desdén, aunque él no pareció afectarse.

Richard me observó con calma, su mirada seria pero comprensiva. —Supuse que estaría acá, así que vine a buscarla. No podía dejarla sola en un momento como este.

Lo miré en silencio, tratando de mantener mi enfado. —No me conoces, ¿sabes? No tienes idea de lo que pasa en mi vida.

—Aunque no lo crea, la conozco más de lo que piensa, —dijo Richard con un tono suave, manteniendo su mirada firme en la mía. —Neymar me ha hablado mucho de usted, y la verdad... recuerdo muchas cosas de cuando éramos pequeños. La Elizabeth que conozco no se deja vencer, ¿cierto?

Me quedé en silencio, queriendo responderle con una burla o hacerle algún comentario sarcástico, pero su mirada tenía una mezcla de seriedad y calidez que me desarmó. Bajé la vista, suspirando, mientras la rabia y el dolor se mezclaban en mi pecho.

—Todos están preocupados por usted, —continuó Richard, sin moverse de mi lado.

Rodé los ojos, tratando de quitarle importancia. —No importa, ya saben que volveré... siempre vuelvo, ¿no? —dije, tratando de sonar fuerte, aunque la verdad era que no quería enfrentar a nadie, mucho menos después del espectáculo que acababa de dar.

Richard permaneció en silencio, observando el parque como si entendiera todo lo que sentía sin necesidad de palabras. Después de un momento, puso una mano sobre mi hombro, un gesto inesperado, pero que me hizo sentir, por primera vez en horas, que no estaba tan sola.

—¿Sabe qué? —dijo, bajando la voz. —Esos gritos, esas cosas que le dijo a su papá... probablemente no hubiera tenido el valor de decirlas cualquiera, pero usted sí lo hizo. ¿Sabe lo que me parece? Que usted es de las que, aunque le duela, enfrenta las cosas como son. A veces hay que soltar todo para poder seguir adelante.

Levanté la mirada hacia él, tratando de mantener la compostura. Pero la lluvia seguía cayendo, y con el sereno sobre mi piel y la calidez de su mano en mi hombro, las lágrimas volvieron a brotar, esta vez más silenciosas, cargadas de un dolor profundo que no podía contener.

—No entiendes nada, Richard, —susurré, sintiéndome más vulnerable de lo que quería admitir. —No sabes lo que es que alguien te deje así... No sabes lo que es crecer esperando que vuelvan... para que al final, solo vengan a recordarte lo poco que les importas.

Él me miró en silencio, su expresión completamente serena. —Quizá no entiendo del todo, pero sé lo que es sentirse abandonado... o al menos, sé que nadie merece vivir con esa carga. Usted ya ha sido más fuerte de lo que cualquiera debería tener que ser, Elizabeth. Lo ha enfrentado, y eso... eso ya dice mucho.

No sabía qué contestarle, así que solo cerré los ojos, tratando de absorber cada palabra. Su voz era calmante, y sentía que, de alguna forma, me comprendía de una manera que nadie más había hecho hasta ahora.

—Además, ¿sabe algo más? —dijo Richard, con una sonrisa leve en los labios. —Aquí en este parque... su familia dejó tantos recuerdos. Quizá esto es lo que necesitamos, un lugar donde podamos respirar. Donde usted recuerde lo fuerte que ha sido.

Suspiré, mirándolo de reojo. —No sé si eso me consuela, o me hace querer llorar más, —admití, medio riendo entre lágrimas.

Richard soltó una risa suave, y se acercó un poco más, hasta que pude sentir su calor a través de la chaqueta mojada. Sin decir nada más, me rodeó con un brazo y me atrajo hacia él. Su abrazo era cálido y firme, como si quisiera sostener cada pedazo roto dentro de mí.

—Llore lo que tenga que llorar, Elizabeth. A veces eso es lo único que queda, y no está mal. Aquí estoy yo, ¿sabe? Para que llore lo que le dé la gana, y cuando termine... sepa que aún tiene a su gente. Aunque su familia sea complicada, aunque esté llena de chismes y líos, la tiene a usted, y a Salomé. Ellas la quieren con el alma. Y yo... —dijo, dejando la frase en el aire.

—¿Usted qué? —murmuré, sin poder evitar la curiosidad.

—Yo... quiero que sepa que siempre va a tener en mí a alguien con quien desahogarse, —dijo él, bajando la mirada como si también se sintiera expuesto.

—Ya cállese que habla como un viejo, —le contesté riendo, y él se unió a la risa, pero su brazo aún seguía firme alrededor de mis hombros, y su proximidad me hacía sentir algo que no quería admitir.

Me volví hacia él, encontrándome con su mirada fija en mí. Hubo un segundo de silencio pesado, un espacio entre nosotros que ninguno de los dos parecía dispuesto a romper. La forma en que sus ojos se posaban en los míos me hizo sentir el corazón acelerado, y me di cuenta de lo cerca que estaba, de su mano todavía apoyada en mi hombro, y de su respiración, que se sentía más profunda, más intensa.

—Richard, —dije en un murmullo, sin saber exactamente qué estaba pidiendo.

Él me observó en silencio, su mirada baja y tranquila, pero con un brillo que me hizo sentir atrapada entre la realidad y el deseo. Su mano se deslizó lentamente, y su pulgar acarició mi hombro de una forma que me erizó la piel.

—Te molesta?—susurró él, sin romper el contacto visual.

La respuesta estaba en mi cabeza, pero no en mi boca. En vez de contestarle, dejé que mis manos cayeran sobre las suyas, y solo pude responder con una leve sacudida de cabeza, sin palabras, dejando que el silencio fuera suficiente.

Él sonrió apenas, y se acercó un poco más, hasta que pude sentir su aliento rozando mi mejilla, la sensación caliente de su respiración en el aire frío de la noche. La lluvia aún caía suave a nuestro alrededor, creando un velo que parecía aislarnos del mundo, como si solo existiéramos él y yo, allí en ese parque.

Apoye mi cabeza en su hombro yNos quedamos así

Tentación - Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora