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Apenas amanecía y, aunque estaba profundamente dormida, pude escuchar vagamente el sonido de la puerta del cuarto abriéndose. Sin abrir los ojos, sentí la presencia de alguien en la habitación y escuché la voz de mi tía Sandra hablando en un susurro con Richard.

—Vamos a salir a almorzar, ¿ustedes quieren ir? —preguntó ella, mientras se asomaba en el umbral de la puerta.

Richard, con voz adormilada y algo ronca, apenas se movió. —No, má, yo paso la verdad... y me imagino que Elizabeth tampoco se va a despertar. —Se giró un poco, acomodándose entre las sábanas.

Mi tía soltó una risita leve, como resignada. —Bueno, entonces ya sabe, cuando Elizabeth se despierte le hace algo de comer y procure no dormir tanto, que ya es la una de la tarde.

Escuché la puerta cerrarse y el cuarto volvió a quedar en silencio. Todavía sin abrir los ojos, me acomodé un poco más bajo las sábanas, que estaban cálidas y me protegían del frío. Richard, al sentir que me movía, se pegó más a mí, acomodándome el brazo con el yeso con un cuidado que hizo que mi corazón diera un pequeño vuelco.

Estaba tan cómoda que no quería moverme, pero después de un rato, abrí los ojos lentamente. Sentía los párpados pesados y el cuerpo agotado, como si hubiera dormido por días. Al mirar alrededor, me di cuenta de que Richard ya no estaba en la cama. Tomé el celular para ver la hora y casi me atraganté al ver que ya eran las 3:30 de la tarde.

—¿Tanto dormí? —murmuré, sorprendida.

Me puse las chanclas y salí de la habitación. Caminé por el pasillo, echando un vistazo a los cuartos y la sala, pero Richard no estaba por ningún lado. Seguramente había salido o estaba ocupado en alguna otra parte de la casa. Sin saber muy bien qué hacer, fui a la cocina, pensando en buscar algo que comer.

Abrí la nevera y encontré un paquete de fresas. No tenía tanta hambre, pero me apetecía algo dulce, así que decidí prepararme un plato. El único problema era que, con una mano, cortar las fresas iba a ser complicado, pero no quería quedarme inútil, así que tomé el cuchillo y la tabla de picar.

Con un poco de torpeza, comencé a cortar las fresas. Entre cada movimiento, el cuchillo resbalaba y casi corto más la tabla que la fruta, pero me negaba a pedir ayuda. Mientras intentaba mantener el ritmo, empecé a tararear una canción para distraerme.

De repente, sentí una presencia a mi lado, y una voz baja y conocida me habló justo al oído.

—¿Y por qué no me llamaste para ayudarte? —preguntó Richard, de repente tan cerca que su voz me hizo estremecer.

Me llevé la mano al pecho, sobresaltada. —¡Ay, maldito! ¿Así es que uno llega? Me dio un susto horrible.

Él se echó a reír, con una mirada divertida mientras me observaba. —¿Asustarla? ¿Tan feo soy, o qué?

—Un poquito, —le dije, tratando de bromear, aunque mi voz salió nerviosa.

Richard soltó una risa leve, pero luego, con un tono más serio, dijo: —Venga, yo hago eso. Se puede cortar.

Rodé los ojos y sujeté el cuchillo con más firmeza. —No, Richard. No me puedo quedar inservible mientras tengo este yeso. Tengo que aprender a hacer las cosas por mí misma, —contesté, tratando de sonar decidida.

Él no dijo nada más, pero sin darme oportunidad de resistirme, se colocó justo detrás de mí. Sentí una de sus manos posarse en mi cintura, firme pero cálida, mientras con la otra mano tomó el cuchillo y lo guió suavemente en la tabla. La diferencia de altura se hizo evidente, su pecho se alineaba con mis hombros, y pude sentir la fuerza de su cuerpo contra el mío, como un muro protector.

Mi respiración se aceleró mientras él cortaba las fresas, guiando mis manos con un movimiento lento y preciso. Sentía su pecho rozando mi espalda, su respiración en mi oído, y su toque en mi cintura que me hacía sentir más consciente de cada centímetro entre nosotros. O mejor dicho, de la falta de espacio entre nosotros.

—¿Nerviosa? —murmuró, sin apartarse ni un milímetro.

Intenté concentrarme en las fresas, pero el calor de su cuerpo y la suavidad de su tono hacían que mis pensamientos se dispersaran. Tragué saliva y traté de bromear para salir del aprieto. —¿Yo? ¿Por cortar unas fresas? Claro que no...

Richard dejó escapar una risa leve, un sonido grave que sentí vibrar contra mi espalda. Su mano en mi cintura se deslizó un poco hacia arriba, haciendo que mi piel se erizara. —Seguro, —dijo, y en ese momento no supe si se refería a las fresas o a otra cosa.

Seguimos así, en silencio, su pecho presionando ligeramente contra mi espalda mientras sus manos seguían guiando las mías en cada corte. Sentía el calor de su cuerpo, su aroma tan cerca que era imposible ignorarlo. Mis pensamientos estaban un desastre y mi pulso acelerado; apenas podía concentrarme en respirar.

—Elizabeth... —murmuró de nuevo, esta vez su voz más baja, como si estuviera hablando solo para él.

Levanté la cabeza, pero no giré del todo. Solo podía ver su reflejo en el borde del vidrio del gabinete. Me parecía que la atmósfera en la cocina se había vuelto más pesada, como si cada movimiento fuera calculado, como si algo en el aire estuviera cargado de tensión.

Antes de que pudiera decir algo, escuchamos ruidos desde el pasillo. Ambos dimos un pequeño respingo y nos alejamos rápido, disimulando. Era mi tía Sandra, que acababa de regresar con todos de su salida. Entró en la cocina, mirándonos con una sonrisa sin saber que interrumpía algo más.

—¡Hola, chicos! —dijo, poniendo sus bolsas en la encimera. —Bueno, veo que la niña ya está despierta. ¿Richard, le hiciste algo de comer?

—Sí, ma', estaba justo en eso, —respondió él, sin mirarme.

Yo asentí rápidamente, sonriendo como si nada. —Sí, me estaba ayudando con las fresas, —dije, tomando aire para calmarme.

Mi tía nos miró de arriba a abajo, sin notar nada raro. —Muy bien, entonces sigan con eso. Pero nada de accidentes, ¿ah? Que de esta casa no quiero más heridos.

Tentación - Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora