Volví a casa después de toda la escena en el parque, y para mi sorpresa, la familia ya se había ido. Solo quedaba mi mamá, sentada en la sala, con los ojos un poco llorosos, como si hubiera estado conteniendo toda la tensión de ver a mi papá después de tanto tiempo. Nos miramos en silencio, y aunque no le dije nada, ambas sabíamos lo que sentíamos. Fue una noche complicada, llena de pensamientos que revolvían más de lo que arreglaban.El día siguiente amanecí más calmada. Después de desayunar, decidí hacer lo que mi papá había querido desde el principio: fui al hotel donde estaba quedándose, llevé a Salomé, conocí al niño, y me tomé una foto con él para que mi padre se la llevara a Estados Unidos. Todo como él quería, para que estuviera tranquilo.
Pero en cuanto cerré la puerta del hotel, sentí un alivio. Como si hubiera hecho lo que tenía que hacer, y ahora pudiera dejarlo atrás.
Unos días después
Ese día, mi mamá estaba de descanso en casa, y, como siempre, estaba aprovechando para hacer aseo. Yo había ayudado a Salomé con las tareas, y luego me fui a dar una ducha rápida, poniéndome algo cómodo: un short y un buzo amplio, porque aunque no hacía tanto frío, el cielo estaba gris y se sentía una brisa fresca.
—Liz, llévame a la casa de Thian, ¡por fa! —dijo Salomé, con esos ojitos que sabía usar muy bien para salirse con la suya.
—Uy, pero esos novios más cansones, —le respondí en broma, viendo cómo sus mejillas se ponían rojas.
Mi mamá, que estaba recogiendo cosas en la cocina, levantó la vista y sonrió. —Le hablé a tu tía Sandra, dijo que sí, que podías llevar a Salomé.
—Bueno, chiqui, nos vamos después de almorzar, —le dije a Salo, y ella asintió emocionada.
Caminamos hasta la casa de Thian, y mientras íbamos, me puse a revisar las firmas que la gente había dejado en mi yeso. Nunca me detenía a leerlas, pero en ese momento me entretuve con los mensajes y corazones que me habían dibujado, algunos bonitos y otros definitivamente en tono de broma.
Llegamos a la puerta y toqué el timbre. Por fin, después de quién sabe cuánto tiempo, habían arreglado el bendito timbre. Esperé unos segundos, y fue Richard quien abrió la puerta. Salomé no perdió tiempo y lo saludó con un abrazo, al que él respondió mientras nos dejaba pasar.
No pude evitar mirarlo un poco de reojo. Richard estaba con una toalla atada a la cintura, el pelo mojado, como si recién hubiera salido de la ducha. El agua aún resbalaba por sus hombros, y tenía un brillo en la piel que... bueno, intenté no mirarlo tanto, pero él no me la ponía fácil.
Salomé subió corriendo al cuarto de Thian, y de inmediato escuché los gritos de ella llamándolo, con esa energía que solo los niños tienen.
Yo me acomodé en el sofá, sacando el celular para distraerme. Sin embargo, no podía evitar mirar a Richard de reojo mientras él se giraba para subir las escaleras. Justo cuando iba a dar el primer paso, la toalla resbaló un poco, y se quedó a punto de caerse. Al verlo luchando para sostenerla, no pude evitar soltar una risita.
—¿Qué, entonces me va a tocar ir a buscar otra toalla, o qué? —dije, sonriendo con un toque de burla.
—¿toalla? Más bien, deje de mirarme el chimbo, mija, que después no me echa la culpa de lo que sueñe—Richard se giró, arqueando una ceja, con esa expresión de superioridad que solo él lograba tener. —Ay, hombre, pues claro. ¿Qué pasa, le preocupa que se me caiga la toalla o qué? ¿Qué, se va a escandalizar si ve algo o qué?
Me reí, tratando de mantener la calma. —Escandalizarme no. Es que no quiero tener pesadillas, ¿sabe?
Él soltó una carcajada y se acercó, todavía sujetando la toalla con una mano. —No, tranquila, que las pesadillas solo las tiene uno si se arrepiente. Y, sinceramente, dudé que eso pase conmigo, mija.
Rodé los ojos, tratando de no reírme. —Sueñe dice... Pero no se crea, ¿eh? Si uno quisiera un "espectáculo", créame que lo buscaría de verdad, no este intento de Circo del Sol.
Él se echó a reír, y con una cara de confianza que me ponía los nervios de punta, se acercó un poco. —Ay, sí, cuente otra, Elizabeth. Dígame que no le gusta el show, que yo le creo. Así de fácil. Porque de que miró, miró.
Sentí el calor subirme a las mejillas, pero no me iba a quedar callada. —Sí, sí, dígame lo que quiera. Pero a mí eso de ir a ver "espectáculos" gratis no me interesa.
Richard me miró con esa sonrisa ladeada. —¿Espectáculos? Nah, eso es solo para los privilegiados, Elizabeth. Y para usted, no. Solo hay taquilla si de verdad se anima.
Noté cómo mis palabras se habían quedado en el aire, y cómo el silencio se hacía un poco más denso entre nosotros. Por un momento, nos quedamos mirando el uno al otro, sin necesidad de decir más. Había algo en su mirada, en la forma en que me observaba, que me hacía sentir una mezcla extraña entre incomodidad y un ligero nerviosismo que no me gustaba admitir.
—Vea, no me mire así, —dije, tratando de sonar confiada. —Le va a dar tortícolis de tanto hacer la misma cara.
Richard se encogió de hombros y se apoyó contra la pared, cruzándose de brazos, todavía sin perder esa expresión de burla. —A ver, pues, ¿y qué más hago si usted parece que se echa para atrás cada vez que digo algo? Pues es pura inseguridad, eso es todo.
Suspiré, cansada de su tono de superioridad. —Ay, Richard, deje la novela, ¿sí? Y, bueno, póngase algo de ropa de verdad, que ya casi me hace dudar si estoy en una escena de película mala.
Él se echó a reír, con esa risa grave que le daba un aire de confianza, casi desafiante. —Ay, no diga eso, que yo sé que en el fondo le da rabia, pero de la buena. Además, es usted la que se queda mirando cada vez que me ve en toalla. Yo qué culpa, pues.
—¿Mirar? ¡Ay, por favor! —exclamé, haciéndome la ofendida. —Deje de soñar tanto, porque igual uno ve lo mismo en los libros de anatomía.
Richard soltó una carcajada y subió las escaleras, sin dejar de mirarme de reojo. Justo antes de desaparecer en el pasillo, se giró y me lanzó una mirada que mezclaba burla y... algo más.
—Pues yo no sé, Elizabeth. Pero me parece que si tanto mira es porque algo le gusta. ¡Téngase confianza y acéptelo! —me dijo, guiñándome el ojo.
Richard se enderezó finalmente, y con una última sonrisa me dijo:
—Y la próxima vez, Elizabeth, cuando quiera mirarme el chimbo, no se corte, hágalo con confianza. Que para eso estamos.
Solté una carcajada, tratando de ignorar el calor en mis mejillas. —Claro que sí, Richard. Pero póngase algo antes de que lo confundan con un desastre, ¿sí?
Él tenía una forma de sacar lo peor de mí, de hacerme enojar y hacerme sentir cosas que no quería admitir. Pero mientras me sentaba ahí, sentía que, tal vez, eso no estaba tan mal.
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Tentación - Richard rios
Fanfic"Primera regla familiar: no te metas con tu primo. Segunda regla: no lo repitas mucho, que la tentación crece."