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Llegué al colegio súper tarde, justo cuando estaba empezando el descanso. Mi mamá tenía turno hoy, así que aproveché para quedarme dormida un poco más, sin pensar mucho en llegar a tiempo. Cuando entré, me fui directo a la mesa donde estaban Alex y Ever, ya que Jenna no vino hoy.

Apenas me senté y abrí un paquete de papitas, Ever me lanzó una mirada burlona. —Vea pues, llega tarde y, tras de eso, se pone a desayunar aquí como si nada, —dijo con una sonrisa de lado.

Iba a contestarle, pero Alex me dio un golpe en el brazo y señaló con la cabeza hacia el otro lado de la cafetería. —Ese no es su ex... ¿el que todavía le tira los perros?

Giré la cabeza para ver a quién señalaba, y sí, ahí estaba él, bien agarrado de la mano y besándose con otra chica de nuestro salón. El estómago me dio un vuelco.

—Qué idiota, —murmuré, levantándome de golpe y caminando directo hacia la salida ñ. Solo quería alejarme de esa escena.

Al cruzar la puerta, la coordinadora me miró con su cara de "se cree policía" y me detuvo.

—¿Y para dónde cree que va si está en descanso? —me dijo, alzando una ceja.

—¿Qué le importa? —le solté sin mirarla, y seguí caminando hacia el salón, donde me senté sola, tratando de procesar lo que acababa de ver.

Después del recreo, Alex se sentó a mi lado el resto de las clases. Intentaba hacerme sentir mejor, pero cada tanto me recordaba el incidente con algún comentario sarcástico.

—Ese idiota tenía días sin venir al colegio, y cuando viene, mire la sorpresita que trae, —dijo, sin poder ocultar una sonrisa burlona.

Lo peor era que, como buen perro, seguía respondiéndome las historias de Instagram cada vez que las veía. Sabía cómo "mostrar interés" cuando quería, pero claramente ya ni le interesaba disimular.

Al final de la jornada, me lo topé en el pasillo. Él me miró, me picó un ojo y me lanzó esa media sonrisa que alguna vez me había desarmado, pero yo lo ignoré. Era una escena ridícula ahora, y me dolía ver cómo el que había sido mi "evento canónico" me había dejado con este mal sabor.

Cuando llegué, la casa estaba en silencio; ni mi mamá ni Salomé habían llegado todavía. Aproveché para encerrar mis emociones y, de paso, encerrarme yo también en mi cuarto. Me quité el uniforme y me puse un short y un top, tirándome en la cama mientras las lágrimas empezaban a salir sin que pudiera controlarlas. Abracé el peluche de pipí gigante que me había regalado Jenna en mi último cumpleaños, y aunque me daba risa verlo, hoy solo sentía una tristeza profunda.

Sin pensarlo mucho, marqué el número de Jenna. Necesitaba contarle lo que había pasado, desahogarme un poco. Al rato, oí que alguien abría la puerta de la casa, pero no le di importancia; estaba concentrada en desahogarme por el teléfono. Cuando colgué, aún seguían saliendo algunas lágrimas, y ni el peluche gigante podía consolarme.

En ese momento, escuché cómo la puerta de mi cuarto se abría sin aviso y vi a Richard parado ahí. Ni me molesté en levantarme; estaba abrazada al peluche cuando escuché su voz.

—Dice su mamá que baje a almorzar... —dijo, pero luego se quedó en silencio un momento, mirándome y luego al peluche con una cara de total confusión—. Primero, ¿por qué está abrazando un peluche de un chimbo gigante? Y segundo, ¿por qué está llorando?

Rodé los ojos y me limpié las lágrimas, intentando mantener la compostura. —Primero, ¿por qué mierda abre la puerta sin tocar? Y segundo, ¿qué le importa? —le solté, molesta.

Richard alzó las cejas y soltó una risa seca, como si se divirtiera con mi respuesta. —Uy, no, vea pues, la princesita tiene carácter. Tranquila, no se ponga así que no vine a joderla. Solo le estoy haciendo el favor de avisarle que la comida está servida.

Suspiré, tratando de no perder la paciencia. —Mire, Richard, si lo que quiere es molestar, puede irse a hacer el favor en otro lado. No tengo humor para esto hoy.

—¿Ah, sí? ¿Y entonces? ¿Ese humor suyo es por el muñeco que tiene ahí, o por qué? —respondió, señalando el peluche y soltando una risita.

No pude evitar soltar una risa sarcástica. —Si quiere burlarse, hágalo, que me da igual. Pero le repito, cierre la puerta

Él se cruzó de brazos, como si no tuviera intenciones de moverse. —Es que me preocupa ver a alguien tan... "valiente" así, llorando por nada.

—Ah, claro, ahora usted es psicólogo, ¿no? —dije con sarcasmo, abrazando el peluche con más fuerza.

—Pues alguien tiene que decirle las cosas, porque a veces parece que no se da cuenta de lo que hace, —me respondió, lanzándome una mirada desafiante.

Solté el peluche y me enderecé en la cama, ya molesta de verdad. —¿Ah, y usted quién se cree para venir a decirme algo? Usted ni vive aquí, aparece cada tanto y actúa como si me conociera de toda la vida. No tiene ni idea de nada.

Richard se quedó callado un segundo, sorprendido por mi respuesta, pero luego sonrió, como si mis palabras no le importaran. —Bueno, bueno, ya entendí. No voy a decirle nada. Pero créame, desde fuera se ve todo mucho más claro.

Sentí que la rabia me subía. —¿Claro? ¿Claro? ¿Y usted qué sabe? ¿Acaso conoce mi vida, mis problemas? ¿O qué, ahora se cree mi consejero? Por favor.

—Tranquila, no me creo nada, —respondió, levantando las manos en señal de rendición—. Pero desde aquí se ve que a veces le gusta el drama por cosas que ni valen la pena.

Eso fue suficiente para sacarme de quicio. Me levanté de la cama y le grité, con el rostro enrojecido de rabia: —¡Váyase ya! ¡No quiero ver a nadie y mucho menos a usted! Y para que le quede claro, no voy a bajar a almorzar, así que váyase.

Richard me lanzó una última mirada, como si midiera mis palabras. Luego, sin decir nada más, se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta tras él. Me dejé caer en la cama de nuevo, abrazando el peluche con fuerza, sintiendo las lágrimas salir otra vez. ¿Qué derecho tenía él a meterse en mis cosas? ¿A hacerme sentir como si fuera una exagerada?

Pasaron unos minutos de silencio. Justo cuando pensaba que por fin me había dejado en paz, la puerta se abrió de nuevo. Esta vez, Richard apareció sosteniendo un helado.

—Para que deje de llorar, llorona, —dijo, lanzándomelo a la cama antes de girarse para salir otra vez.

Me quedé mirando el helado, sorprendida, mientras él cerraba la puerta sin darme oportunidad de responder.

Tentación - Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora