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Pasé toda la tarde en casa de Jenna, haciéndonos las que estudiábamos. Supuestamente íbamos a hacer tareas, pero al final solo terminamos una y el resto del tiempo lo pasamos jodiendo, viendo películas y grabando videos. Jenna, obsesionada como siempre, me metió en su maratón de Crepúsculo, y aunque al principio le hice caras, al final me quedé enganchada.

Estábamos terminando la última película cuando me llegó un mensaje de mi mamá.

—Hija, necesito que te vengas urgente.—

Mostré el mensaje a Jenna, quien me miró con cara de "¿y ahora qué hiciste?". Aunque sabía que en casa estaba toda mi familia, me había hecho la idea de no aparecer, para pasar el día con Jenna, que andaba enfermita. Así que había avisado a Alex y a Ever que probablemente llegaría en la noche, y que si estaban por ahí, podíamos quedarnos jugando Play.

Al ver el mensaje, suspiré. —Creo que me toca irme. Mi mamá seguro quiere que comparta un rato con la familia antes de que se vayan, —le dije a Jenna, levantándome.

Antes de salir, saqué de mi bolso unos chocolates y galletas que mi mamá había mandado para Jenna. Ella sonrió y me dio un beso en la mejilla. —Gracias, y no se ponga intensa, que ya quiero seguir viendo películas de vampiros con usted, —dijo, entre risas.

Salí y tomé un taxi de regreso a casa. Al llegar, me sorprendió que no hubiera nadie en la sala, así que me imaginé que estarían en el patio. Caminé por el pasillo y, como sospechaba, estaban todos ahí, entre risas, música y comida. Cuando entré al patio, saludé con la mano sin acercarme mucho y fui directamente hacia mi mamá, recordando que había sido ella quien me había escrito "urgente".

—Hola, ma, ¿qué pasa? ¿Pasó algo importante? —le pregunté, notando que tenía una expresión extraña, casi preocupada.

Antes de que pudiera contestarme, escuché una voz detrás de mí, una voz que reconocí al instante. Una voz que hacía mucho que no escuchaba y que no me provocaba nada bueno.

—Hola, hija, —dijo esa voz que me resultaba tan familiar y al mismo tiempo tan extraña.

Me di la vuelta lentamente, y ahí estaba él, Samis, mi "padre", mirándome con una sonrisa que no lograba suavizar la incomodidad en el ambiente. Sentí la mirada de toda la familia sobre mí, pero no me importó. Sin pensarlo, lo miré con desprecio y solté:

—¿Qué haces aquí?

Su sonrisa se congeló un poco, pero mantuvo la compostura. Con una mano, hizo un gesto hacia un niño pequeño que tenía a su lado.

—Vine a presentarte a tu nuevo hermanito, —dijo, como si fuera la cosa más normal del mundo. Luego miró a Salomé y añadió—: a tu hermanito también, Salomé.

Mis ojos se llenaron de rabia, pero traté de mantenerme firme. —¿De verdad? No puedo creer que tengas el descaro de aparecerte aquí, después de tantos años, y todo para presentar a un hijo que tuviste con otra mujer en el extranjero.

Él suspiró, como si tratara de ser paciente, y respondió con un tono que intentaba ser conciliador. —Es importante para mí que conozcas un poco de mi nueva vida, Elizabeth. Eso incluye a mi familia, que también es tu familia.

No pude evitar soltar una risa sarcástica. —La verdad es que no me interesa conocerlo. Puedes llevarte a tu hijo y a tu nueva vida y largarte, como ya lo hiciste antes, —le respondí, mirándolo con desprecio.

—Elizabeth, por favor, hija. Él está intentando arreglar las cosas, —dijo mi mamá, intentando calmarme, pero su tono solo aumentó mi frustración.

La miré, sin entender cómo podía siquiera defenderlo. —¿Por qué lo defiendes? ¡Él tuvo otra hija, nos abandonó y dejó sola a Salomé sin madre biológica! ¡Nos dejó a las dos, sin importarle nada! Y ahora aparece, como si nada, diciendo que quiere presentar a su hijo, —repliqué, mi voz subiendo sin control.

—No lo estoy defendiendo, —dijo mi mamá en tono comprensivo—. Solo pienso que esta es una etapa que ya pasamos, y él está intentando hacer las cosas mejor. Quiere que conozcan a su hermanito, Elizabeth.

Fruncí el ceño, sintiendo cómo la rabia me llenaba de nuevo. —Pues yo no quiero conocerlo. Tú te fuiste, nos dejaste aquí solas. Salomé y yo tuvimos que enfrentar todo sin ti. Ni siquiera te importó buscar a la mamá de Salomé, ni te preocupaste por su salud mental, ni por la mía. Hiciste tu vida y nos dejaste como si nada.

Noté que toda la familia nos miraba, incluso mi tía Rosario, que cuchicheaba con su esposo Carlos. Pero en ese momento, me daba igual. Por mí, todos podían escuchar lo que tenía que decir, sin filtro.

Mi papá intentó acercarse, con una expresión de dolor en la cara. —Hija, sé que cometí errores, pero sigo siendo tu papá.

—¡No te mereces ese título! —le grité, sin importarme ya nada. —No estuviste en mis cumpleaños, en mis graduaciones, en las comuniones, en los bailes, ni en los días importantes. ¡Te perdiste todo! Para mí, los que realmente han sido como padres son mis tíos, no tú, Samis.

Él se quedó en silencio un momento, pero después contestó en voz baja. —Siempre te mandé dinero, Elizabeth. Siempre estuve pendiente de tus cosas, —dijo, sosteniendo al niño en sus brazos como si eso pudiera suavizar la situación.

Tentación - Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora