Prólogo

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Estaba sumergido en el libro de química, tratando de concentrarme en la reacción de algún compuesto, cuando el bullicio en el pasillo rompió la tranquilidad. Un suspiro se me escapó sin darme cuenta. Sabía lo que estaba pasando sin tener que mirar: los Seis Reyes estaban haciendo su entrada triunfal, como siempre, captando todas las miradas.

Podía imaginar la escena con claridad, aunque me resistía a mirar. Primero venía Lewis, el alfa seguro y capitán del equipo de fútbol, caminando con ese porte que anunciaba el éxito que todos le auguraban. A su lado, George, el omega presidente del consejo estudiantil, quien sabía más de cada uno de nosotros que cualquiera; siempre tenía un secreto o rumor guardado para cualquier ocasión. Tras ellos, Lance, conocido por sus fiestas extravagantes y por una cuenta bancaria que parecía no tener fin, sonreía mientras se ajustaba el uniforme, y un par de pasos detrás venían Fernando y Carlos, ambos alfas también en el equipo de fútbol, charlando sobre algo que de seguro solo ellos encontrarían interesante.

Pero mis ojos, no pudieron resistir el impulso de mirar a mi ser amado, se clavaron en Sergio. Él cerraba el grupo, con esa sonrisa que hacía que hasta el más pequeño reflejo de luz pareciera hecho para él. Era perfecto, un omega como ninguno: tan admirado, tan deseado, que simplemente no había lugar para alguien como yo en su vida. Sabía que nunca me miraría de la forma en la que yo lo veía a él. Su risa llenaba el pasillo, y junto a él iba Nico, que también se reía, como si estuvieran en su propio mundo sin esfuerzo alguno.

—¿Qué haces? —la voz de Lando me hizo girar la vista de la ventana, regresándome a la realidad.

—Nada, —dije rápidamente, desviando mi mirada del pasillo justo a tiempo para evitar que me pillara espiando.

—Ajá, seguro, —contestó Lando rodando los ojos. Sabía de sobra qué me traía distraído—. Aún no entiendo cómo puedes seguir enamorado de Sergio después de tantos años y no le has dicho nada—Se echó a reír.

Estaba por responderle, cuando Charles apareció del otro lado y se sentó junto a mí, haciendo un gesto de fastidio.

—Déjalo en paz, Lando, —dijo con un tono firme—. Nadie te dice nada a ti por estar enamorado del hijo del director.

Lando se sonrojó, bajando la mirada, pero su orgullo fue más fuerte y rápidamente contraatacó:

—¡Cállate! Como si tú no estuvieras enamorado de Carlos.

Y ahí empezó una guerra de palabras entre los dos, una pelea llena de indirectas y comentarios agudos que me hizo sonreír. Eran ellos mismos, cada uno con sus secretos y sentimientos, y de algún modo, al verlos, me sentí menos solo en este amor imposible por Sergio, que siempre iba acompañado de la realidad de que él y yo éramos de mundos completamente distintos.

Me quedé mirando hacia el pasillo por un segundo más, sin esperar ser visto, y luego, en silencio, volví a mi libro, aunque mi mente seguía allá, donde él reía, sin saber cuánto lo amaba.

Conquistando a mi crush || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora