Miradas

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Llegué a la escuela acompañado de mi mamá, quien se despidió de mí con un cariñoso beso en la frente antes de que me bajara del auto. Me acomodé la mochila, con esa mezcla de nervios y emoción con la que empezaba cada día. Apenas había avanzado unos pasos cuando, para mi sorpresa, vi a Checo en la entrada, justo ahí, como si el destino nos hubiera sincronizado de alguna manera. Su sonrisa iluminó la mañana de una forma que me hizo sentir el estómago revuelto de inmediato.

—Hola, —me saludó con esa calidez que siempre me dejaba sin saber bien qué responder.

—Hola, —dije, devolviendo el saludo, intentando que mi voz sonara casual, aunque probablemente era un tono más bajo de lo que pretendía.

Nos pusimos a caminar juntos, charlando sobre trivialidades mientras me esforzaba por mantener la compostura. A su lado, cada palabra parecía importante, cada mirada un recordatorio de lo mucho que significaba su compañía para mí. A medida que nos acercábamos a los casilleros, sentí que cada paso nos hacía conectar más.

Llegamos a su casillero, y cuando lo abrió, sacó algo que me tomó por sorpresa: mi suéter. El mismo que le había prestado aquella noche cuando salimos al restaurante y él se quejaba del frío.

—Por cierto, ten tu suéter, —dijo, sacándolo con cuidado y extendiéndomelo.

Me quedé mirando el suéter unos segundos, como si fuera un objeto invaluable. No había esperado volver a verlo y, de hecho, lo había olvidado por completo.

—Ya lo había olvidado, —me reí nervioso, rascándome la nuca. Quise sonar despreocupado, pero, al recibirlo, mis dedos se cerraron alrededor de la tela, aferrándome a él.

Lo llevé hacia mí, sin poder evitar acercarlo a mi nariz, y el aroma que desprendía me llenó de una calidez indescriptible. El suéter estaba impregnado con sus feromonas, con ese aroma tan suyo que siempre me había parecido tan reconfortante. Mi alfa interior se removió de placer, y casi pierdo la compostura en ese instante.

—Lo lavé, por si te preocupa, —me dijo Checo, como si hubiera notado mi reacción. Apretó los labios en un intento de ocultar una sonrisa, y fue entonces cuando me di cuenta de lo obvio que debía haber sido mi gesto.

—Lo siento, no es eso, —respondí rápidamente, sintiendo el calor subiendo a mis mejillas. Intenté corregirlo, pero cuanto más intentaba explicarme, más torpe me sentía. Me quedé allí, con el suéter entre mis manos, mirándolo como un completo idiota.

Checo se recargó en su casillero, observándome con esa mezcla de paciencia y diversión que parecía ser tan propia de él.

—Me preocupaba que dijeras que olía feo, —dijo, levantando una ceja. Su tono era juguetón, pero también había en él un matiz de sinceridad que me hizo sentir aún más vulnerable.

—No, de hecho, huele muy bien, —contesté sin pensar, y tan pronto como las palabras salieron de mi boca, quise que la tierra me tragara. ¿Cómo podía haber dicho algo así frente a él? Sentí que mi cara ardía, y busqué desesperadamente alguna forma de desviar la conversación, pero cada intento se atoraba en mi garganta.

Checo me miró, con esa expresión suya que era una mezcla de diversión y ternura. Una pequeña risa se escapó de sus labios, y fue un sonido tan perfecto, tan natural, que me dejó débil en las piernas. La calidez de su risa, esa sencillez que le hacía ver tan encantador, me desarmó por completo.

—Me alegra oír eso, —dijo entre risas, y el brillo en sus ojos me dejó sin palabras.

En ese instante, la campana resonó en los pasillos, y, si no fuera por el timbre que nos recordaba el inicio de clases, estoy seguro de que me habría quedado allí, clavado al suelo, incapaz de apartarme de su lado. Mis piernas se sentían tan temblorosas que apenas pude moverme, pero finalmente, me despedí torpemente y fui hacia mi clase, con su risa aún resonando en mi mente, como un eco cálido que se aferraba a mí con cada paso.

Conquistando a mi crush || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora