Capítulo 23

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Nico es un grano en el culo.

No sé en qué momento se me ocurrió llamarlo a él, de tanta gente pasando por la carretera que me hubiera ayudado yo elegí la peor opción: Nico. A ver, yo llevo un vestido y tacones, y ya me llené de polvo y grasa, ¿Le importa? Pues no, aunque eso no es tan importante, es que frente a Nico yo no soy muy lista y teniéndolo así tan cerca de mí explicándome algo no puedo concentrarme.

—Así no es, Nina.

—¡No me hables así!

—¿Y cómo quieres que te hable? Ah, espera, ¿No eras tú la que no quería que te llamara «mi» pulga? Porque ahora te ofendes si te llamo por tu nombre.

—¡No es porque me llames por mi nombre! —Mejor voy a callarme, me aclaro la garganta y le digo con más calma: —Es porque me estás gritando.

—No te estoy gritando. Esas tuercas no están bien talladas, vas a conducir dos cuadras y verás como tu propia llanta te rebasa. Te ahorro la vergüenza.

—Ay, qué considerado.

—Y pasar vergüenza es lo de menos ¿Qué tal si causas un accidente y alguien se muere?

—¿Todas tus historias terminan así de trágicas? —Mejor me trago el coraje y tomo de nuevo la cosa esta que no sé cómo se llama y vuelvo a tallarlas una por una sin ponerle atención a Nicolás y la novela catastrófica que se le ocurre. Cabe mencionar de que estoy de rodillas, sobre su chaqueta, frente a mi llanta y a la par de él. Termino de socar la última tuerca y lo interrumpo: —¿Ya están?

—No.

—Puta madre.

¡Dios! ¿Qué pecado de mis antepasados estaré pagando ahora? Vuelvo a apretarlas todas y cuando creo que ya quedó... creo, estoy sudada, exhausta y odiando a Nico un poquito más, aunque eso último es bueno. Aprieto la última con toda la fuerza que puedo y se me quiebra una maldita uña.

Mierda.

Nada de esto me estuviera pasando si yo no tuviera un auto, en un taxi ya estuviera en la casa de mi abuelo.

Okey, se me partió desde la mitad y estoy comenzando a sangrar, voy a ponerme gritar o histérica, pero me acuerdo de que Nico está a mi lado y no le voy a dar más motivos para que se ría de mí. Lo nota, por supuesto, digo... hay sangre a montones, entonces me toma la mano y yo le digo:

—Esto es tu culpa.

—¿Mía? Me dijiste que te estaba gritando ¿No? Entonces te dejé hacerlo y que aprendieras por las malas. Déjame ver.

—Gracias por hacerme más fácil lo de no volver a hablarte.

Nico suelta una carcajada de esas cínicas suyas y se saca un pañuelo del bolsillo.

—Eso no te lo crees ni tú, mi pulga.

Me pone el pañuelo sobre el dedo y creo que voy a desmayarme, no sé si por la sangre o el dolor, Dios mío, no... a ver, desmayarme frente a Nicolás jamás, voy a respirar hondo y calmarme. Se pone de pie y como está tomando mi mano me obliga a mí también a pararme, abre la puerta de su camioneta y me pide que suba. No puedo discutir cuando siento que se me está cayendo un dedo, así que lo hago y después lo veo a él rodearla, subirse de su lado y sacar algo parecido a un estuche de la guantera.

—Esto te va a doler, perdón.

«Perdón» dice. Ay, por Dios, ¿me va a doler más acaba de decir? Se pone unos guantes de latex y después empapa una gasa. Ay, mierda. Sí me va a doler. Entonces miro a otro lugar para arrugar la cara tranquila cuando me comienza a limpiar el dedo, me quita los anillos y después saca también de la guantera una ristra de pastillas. Antinflamatorios, dice.

Bendito Karma © (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora