Capítulo 25

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Definitivamente, Nico es mi karma.

Es que me molesta, me hierve la sangre, y es todavía peor porque cuando lo miro de frente todo se me apacigua, y es tal vez por esa forma que me toma por la cintura, o la manera que me acerca a él para hablarme al oído, es que me pone los pelos de punta, o quizás es por cómo me pasa la mano por el torso cuando está detrás de mí, o por hacer que le acaricie los dedos sin darme cuenta. En mi defensa, yo solo quería ver los símbolos que tiene tatuados en los dedos y cuando caigo en cuenta lo suelto. Dios mío ¿En qué momento se me ocurrió aceptar venir con él? Ahora lo tengo detrás de mí explicándome de cerca como darle a una bola, pero yo no entiendo ni papa. No es que sea tonta, es que él me pone histérica.

Pero es que también es mi culpa por pedirle que me enseñe a jugar billar.

—No no no, inclínate más, si lo haces así no vas a pegarle a nada.

—¡Ya te he dicho que no me hables así!

—Okey, inclínate más mi pulguita preciosa ¿Así está mejor? —Sus amigos están al lado, madre mía, y yo solo espero que no nos estén poniendo atención. Lo miro y con un gesto le recuerdo que ellos están ahí. No, no le importa. Su respuesta, después de darles un vistazo, es: —¿Y qué?

—Es la última vez que salgo contigo, Nicolás.

Él suelta una risa, bajita y ronca, y vuelve a ubicarse detrás de mí. Me acomoda el puente de la mano y tomándome por la cintura me inclina como él dice. Ese contacto me provoca un escalofrío en la columna vertebral ¿Lo disimulo bien? Pues claro que sí, aunque me haga tragar grueso. Además, me habla cerca del oído y lo hace suavecito, con calma, con la voz grave:

—Tienes que calcular tu fuerza, alinea tu pierna y tu brazo en una línea recta, ahora solo golpea la pelota, pero no muy fuerte. —Entonces me guía la mano para golpear la primera bola y sí, entra en el orificio, pero ese tono de voz así me desconcentra. Yo lo miro a él y él a mí, y ese contacto visual... —¿Así sí te gusta que te hable, mi pulguita?

Nota mental: No volver a salir con Nico.

—Con que no me grites es suficiente.

Esa media sonrisa también... Dios mío, tengo que encontrarle el defecto a Nico.

Toma el taco de mis manos, le pone lo que creo que es tiza y vuelve a entregármelo.

—Vamos, al menos una.

—Te aseguro que tú ni siquiera puedes meterlas todas.

—¿Es una apuesta? —Y sí me pienso lo que voy a responder y lo más sensato es decir que no. —¿Qué me das si lo hago?

—No, olvídalo. No quiero tener que meterme en al saber qué otro lugar dudoso si es que no muero congelada este fin de semana. —Escucho su carcajada y yo me ubico para pegarle a la primera bola. —A ver ¿No es que tú y yo no nos hablábamos? Recuérdame bloquearte después de hoy.

Se acerca una vez más, vuelve a acomodarme el brazo y con su ayuda le doy a la primera bola que sí entra en el agujero. Entonces así por detrás como está y con la voz baja, me aparta el cabello de la oreja y me dice:

—Bloquéame las veces que quieras, mi pulga, para tenerte debajo o encima de mí no necesito hablarte por teléfono de todas formas.

—Ah mira, qué seguro de ti mismo para algo que no va a volver a pasar.

—Los dos sabemos que sí va a volver a pasar. Tal vez no hoy, porque es que después no puedo dormir y me la paso pensándote todo el bendito día siguiente. En el sabor delicioso que tienes, en esa suavidad que me envuelve cuando entro en ti, en cómo te mojas cuando comienzo a besarte, en esos gemidos que son capaces de provocar que me corra con solo recordarlos y cómo te mueves sobre mí, mi pulguita, me vuelve loco.

Bendito Karma © (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora