XIX

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Durante un tiempo Sergio dejó de comer, de probar si quiera líquidos, no quería nada y creía que teniendo ese comportamiento llegaría más rápido a su meta, enfermarse tanto hasta llegar al punto de morir, más era su angustia y tristeza al ver al amor de su vida detrás de la pantalla de su computadora en un disco grabado que le dejó con Pato, donde se le veía feliz y contento pintando aquella pintura que le regaló en su cumpleaños. Max mientras pintaba le pedía al menor ser lo suficientemente fuerte, que para el momento en que él viera el video ya no estaría físicamente presente pero que en alma no lo abandonaría. Al final del video Max se puso frente a la cámara, sonrió y con ambas manos formó un corazón.

—Voy contigo hasta el final Pecas. Te amo.

Al terminar aquella frase el llanto de Sergio se hacía más fuerte, quería sacarse el corazón y dejar de sufrir.

El señor Pérez se encargó de medicarlo y mantenerlo sano, ni él ni su esposa y mucho menos Lance se darían por vencidos y dejar hacer lo que Sergio quisiera. Por tanta negación a alimentarse terminó en cama, se veía debilitado, pálido, perdió mucho peso, de vez en cuando Nico o alguno de los otros chicos iba a visitarle pero en cada ocasión el menor se encontraba dormido. Era entendible el dolor que sentía pero no podía continuar de esa manera, muy dentro de su ser estaba consiente de que Max no estaría orgulloso de su comportamiento pero su ausencia le dolía tanto que quería arrancarse el corazón.

Su habitación lucía ordenada por la gente del servicio que entraba cada que estaba dormido o sedado, ya que cuando estaba despierto no quería ver a nadie, lo ponía irritado la presencia de cualquier persona.

...
Una madrugada cuando despertó; sintiéndose mejor, bajó al salón en donde tenía el piano, era evidente que todos dormían. Se sentó en el banquillo y abrió la tapa, se quedó observándolas un momento, pensando en aquella canción que le había cantado Max, recordando cada nota, teniendo sus ojos cerrados comenzó a interpretarla tarareando en voz baja al mismo tiempo. Conforme iba avanzando sus ojos se humedecían, los abrió para que salieran las lágrimas, llegó hasta el final de la canción, dejó de tocar las teclas pero dejando sus dedos sobre ellas, no se había dado cuenta que detrás suyo estaba su padre hasta que este habló.

—No puedes continuar haciéndote daño, ¿lo sabes no? —dijo con notoria preocupación.

—Si —se limpió la cara y suspiró—. Ya no quiero, padre, pero, duele demasiado, lo extraño y sé que no volveré a verlo hasta encontrarnos en otra vida —su voz se quebrantó—. Ya no quiero sufrir, ya no quiero.

Su padre se acercó para poder abrazarlo y este lo permitió. Era cierto lo que decía, ya no pretendía estar en la misma situación, habían pasado al menos cinco meses desde la muerte de Max y se estaba perdiendo un mundo allá afuera.

Algo le había quedado claro al interpretar aquella canción, quería tomar la sugerencia que el rubio le había dicho en sus últimos días, ser maestro de piano, ya quería dejar de ser el niño tímido e introvertido, inofensivo y débil, sabía perfectamente que tenía un potencial superior al de muchos y quería que el resto lo notara. Le suplicó ayuda a su padre, que no lo dejara volver a caer porque ya se sentía harto, se sentía incluso fracasado por haberle fallado a Max cuando le dijo que sería fuerte, estuviese donde fuese quería que se sintiera orgulloso de él, estaba listo para hacerlo.

Al día siguiente se levantó para ir con su padre a la clínica y poder recuperar un poco su rutina que anteriormente llevaba, hacía todo el esfuerzo que estaba en sus manos para poder continuar, su madre y Lance se alegraron de verlo recuperado, no al cien por ciento, pero al menos las ganas ya las tenía. Antes de irse desayunó con ellos, le preguntó a Lance si al salir del trabajo podía acompañarlo a su casa; donde vivió con Max, el mayor se quedó indeciso, no sabía si era lo correcto pero aún así aceptó.

Losing You [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora