Capítulo 2. El Guardaespaldas Jeff

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Capítulo 2

El guardaespaldas Jeff


—Por favor, me pongo en sus manos. Háganlo lo mejor posible —dijo Alan, mientras seguía mirando a Jeff y esperando a que este lo mirara, en un momento u otro tendría que hacerlo. No sabía por qué, pero quería que Jeff lo mirara a los ojos, y Alan quería verle los suyos.

Jeff, por su parte, no compartía ese deseo. Más bien todo lo contrario, deseaba evitar ese cruce de miradas lo máximo posible, aunque sabía que en algún momento eso tendría que pasar, el tipo de trabajo que iban a hacer les obligaría a pasar muchas horas juntos, y lo mejor sería que esa primera vez fuera entonces, en esa presentación, porque pensaba que cuanta más gente hubiera esa primera vez, quizá no lo pasaría tan mal, ya que se vería obligado a controlar mejor sus emociones y por lo tanto, más agradecido estaría su corazón, su mente y su cuerpo en general. Todo él era un caos que había ido creciendo en intensidad los últimos días, desde el momento que escuchó el nombre de Alan salir de la boca de su jefe.

El asunto se empezó a torcer hacia una semana exactamente. Su jefe, Pete, lo había llamado al despacho para hablarle de un nuevo cliente que acababa de contratar los servicios de la empresa.

Esos días Jeff no se sentía cómodo entrando en el despacho de su jefe, Pete, después de la última conversación que habían tenido.

—Me gustas Jeff.

Jeff se quedó con la boca abierta unos segundos, tratando de digerir lo que acababa de oír.

—¿Q..qué?

—Lo que has oído. Me gustas y no de ahora, hace tiempo que siento algo por ti y he decidido que no quiero callar más. Me gustas y sería muy feliz si tú también...

—Pete... yo.... No... yo no siento nada por ti, lo lamento... Eres mi jefe y siento por ti respeto y admiración, y me encanta este trabajo, pero nada más.

—¿Y si yo no fuera tu jefe?

—No, ni aunque tuviera un trabajo diferente, no sentiría nada por ti más allá de lo que ya te he dicho. Eres un gran jefe y me diste la mejor oportunidad laboral que nadie hubiera podido darme en ese momento. Pero más allá de la gratitud y el respeto no siento nada. Y si me disculpas, tengo mucho trabajo.

Jeff decidió acabar ahí la conversación saliendo del despacho a toda velocidad.

Hacía ya cuatro días de esa conversación y no habían vuelto a hablar desde entonces, ni de ese ni de cualquier otro tema. Pete parecía estar muy ocupado y pasaba mucho tiempo fuera de la empresa, lo cual tranquilizó mucho a Jeff, ya que no tenía ni idea de qué iba a suceder tras la gran confesión, si tendría que buscarse otro trabajo o podría seguir trabajando allí. Fue entonces que Pete lo llamó al despacho para tratar un asunto de trabajo. Jeff esperaba que fuera así y no una excusa para volver sobre el mismo tema. Así que colocó bien alto sus barreras y entró en el despacho de Pete.

—¿Me llamabas?

—Sí, siéntate. ¿Cómo estás?

—Bien. ¿De qué querías hablar?

—Vaya, siempre al grano, no quieres pasar más tiempo de la cuenta conmigo, ¿no?

—Pete, yo...

—No te preocupes. Bromeaba. Tengo edad suficiente para aceptar el rechazo. No te voy importunar, quiero dejarlo claro, ni pienso acosarte ni nada por el estilo, solo porque me hayas rechazado. Pero también quiero decirte, que, por ahora, no me voy a rendir. Seguiré aquí, por si te apetece cambiar de opinión y darme una oportunidad.

—Te agradezco tu sinceridad Pete. Quizá en otra vida, a lo mejor tendrías alguna oportunidad, pero no ahora ni mañana ni en un futuro cercano ni lejano. En todo caso, ¿de qué querías hablar?

Pete suspiró casi derrotado. Seguía sin querer darse por vencido. Desde que conoció a Jeff, sintió que era alguien especial, y el paso del tiempo se lo había confirmado. Pero también veía que Jeff era alguien que no se abría mucho a la gente. Era bastante reservado, incluso con los miembros de su equipo. Se divertían juntos de vez en cuando, pero Jeff siempre mantenía las distancias. Intentó entablar una relación de confianza con él, pero siempre se estrellaba contra un muro. Cansado de eso decidió confesarse sabiendo que tenía pocas o ninguna posibilidad de que le dijera que sí.

Y así fue, Jeff lo rechazó de forma tajante aunque sin perder en ningún momento las formas. No sentía ningún tipo de atracción hacia Pete, ni cualquier otro tipo de sentimiento que no fuera respeto y agradecimiento por la oportunidad que Pete le había dado de demostrar todo su potencial en la empresa. Pero ese agradecimiento profundo no implicaba nada a cambio y Jeff lo tenía muy claro, hasta el punto de que si eso significaba problemas en su trabajo, lo dejaría. No lo había hecho nunca hasta ahora y no pensaba hacerlo, pagar la confianza depositada en él de esa manera. Él ya había pagado esa confianza con su trabajo, con todas las horas de más que había empleado para hacer mejor a su equipo y de rebote a la empresa. No debía nada más y no le debía nada a nadie.

Tras aquella respuesta negativa Pete estuvo dolido, pero también sabía que no tenía ningún derecho a enfadarse. Jugó sus cartas y perdió. Aún así, decidió no darse por perdido del todo. Tenía la esperanza que, en algún momento, algún día, Jeff decidiría abrirse con alguien, y él sería el elegido. La esperanza era lo último que se pierde, según dicen, y a Pete aun le quedaba mucha.

De cualquier modo, allí estaba Jeff sentado con la espalda bien recta y en alerta. Se notaba a la legua que no se encontraba demasiado cómodo estando los dos solos en el despacho.

—Te ha llamado porque tenemos un nuevo cliente que ha contratado el equipo "niñera".

—¿El mismo cliente ha contratado el "servicio niñera"? —A Jeff le costaba mucho creer que el mismo cliente había solicitado ese tipo de servicio. Era un servicio que vendían "para clientes traviesos" a los que les gustaba huir del servicio de protección e ir a su aire. Solían ser, por lo tanto, padres, suegros o juntas directivas las que se encargaban de encargar esos servicios. Por supuesto ese nombre no era el oficial, pero era así como lo conocían internamente.

—Cierto. No ha sido el cliente propiamente, sino su secretario.

—Cada vez entiendo menos...

Y una semana después allí estaban, en el despacho de Alan, con Jeff haciendo acopio de toda la fuerza mental que había podido reunir durante esa semana para ese momento.

¿Cómo podía ser que después de tantos años, la sola mención del nombre de Alan, primero y el verlo, encontrárselo frente a frente, después, le afectara de una manera tan profunda?

Jeff no quería que Alan lo recordara. Le daba miedo que Alan no lo valorara como el profesional que era en aquel momento, que solo lo viera como el niño que siempre lo buscaba o lo esperaba en la calle, si es que Alan llegaba a acordarse de él. Pero más que eso, lo que más le preocupaba eran los sentimientos que temía lo invadieran al ver a Alan frente a él, que le hiciera sentirse un niño otra vez, aquel niño que usaba su imaginación para vivir grandes aventuras y construir grandes sueños e ilusiones pero que también tenía muchas inseguridades y miedos. Siempre pensó en un futuro brillante fuera del lugar donde había vivido su infancia. No fue el peor sitio del mundo, aunque podría haber sido mejor, pero allí fue bastante feliz, sobre todo, gracias a dos personas que, la una de forma consciente, y la otra sin tener ni idea de ello, ayudaron a Jeff en convertir en realidad ese futuro diferente y mejor: su hermano y Alan.

El CEO y el GuardaespaldasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora