Capítulo 8: Espejos de Piedra

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Leonard despertó con un sobresalto en una sala desconocida. Sus ojos verdes, aunque empañados por el cansancio, no tardaron en captar cada detalle de su alrededor. Parecía estar en una especie de complejo subterráneo, una prisión construida con gruesos muros metálicos y tecnología avanzada. No era la primera vez que despertaba en un lugar así; había pasado gran parte de su vida en distintas instalaciones, llevado de un sitio a otro por los Guardianes del Equilibrio.

Pero esta vez, algo se sentía diferente.

La habitación, si es que podía llamarse así, era más espaciosa de lo habitual. Había ventanas blindadas en los muros que lo rodeaban, por las cuales podía ver otras salas llenas de maquinaria y pantallas que parpadeaban con luz fría. Los científicos y técnicos que lo observaban detrás de los cristales parecían más interesados que nunca en lo que iban a hacerle hoy. En el centro de la sala se encontraba un bloque de obsidiana, brillando bajo la luz blanca y resplandeciente de los focos.

"¿Qué estarán planeando esta vez?", pensó Leonard con una mezcla de inquietud y resignación.

Justo cuando comenzaba a examinar la obsidiana, la puerta se abrió y entró un hombre alto con un semblante severo. Era uno de los supervisores de los experimentos, alguien a quien Leonard había visto en contadas ocasiones, pero de quien todos hablaban en voz baja. Lo llamaban el "Arquitecto" por su rol en la creación de experimentos como él.

—Leonard, hoy evaluaremos tu límite con materiales volcánicos —anunció el Arquitecto, sin rastro de empatía en su voz—. La obsidiana es solo el principio. Nos interesa saber hasta dónde puede tu cuerpo adaptarse a materiales más extremos y duraderos.

Leonard miró el bloque negro frente a él. Ya había pasado por pruebas con metales y rocas, pero la obsidiana era algo nuevo, y la idea de adaptarse a un material tan frágil y afilado a la vez lo llenó de una sensación incómoda. Sin embargo, sabía que negarse no era una opción. Respirando hondo, extendió una mano y tocó la obsidiana.

Al instante, sintió cómo su cuerpo respondía, cómo cada célula y cada fibra se transformaban. Su pelaje y piel cambiaron de textura y color, y una superficie vidriosa y negra reemplazó su apariencia habitual. Leonard se sintió extraño, más ligero pero frágil, como si con un simple golpe pudiera quebrarse en mil pedazos.

—Inicia la fase de resistencia —anunció el Arquitecto.

Las primeras ondas de choque resonaron a través de la sala mientras una serie de dispositivos lanzaban pequeñas explosiones controladas contra su cuerpo. Leonard se mantuvo firme, pero con cada impacto podía sentir las microfracturas que se formaban en su nueva superficie de obsidiana. Resistir, eso era todo lo que podía hacer.

Pero mientras soportaba los golpes, sus pensamientos vagaban hacia otro lugar, hacia un bosque tranquilo lleno de hojas secas y la cálida luz del sol. Recordó el sonido del viento y el crujir de las ramas bajo sus patas, los días en los que podía moverse libremente sin temor a lo que vendría después. Ese era su hogar, su verdadero hogar, no esta fría sala de experimentos. Aunque esos recuerdos ahora parecían tan lejanos, casi como si pertenecieran a otra vida.

Un ruido más fuerte lo devolvió a la realidad. Uno de los golpes había sido más intenso, y el impacto lo hizo retroceder, sintiendo una fractura en su brazo. Leonard apretó los dientes, luchando por mantener la concentración. A pesar del dolor, se prometió a sí mismo que este no sería su final.

—El sujeto parece estar alcanzando sus límites —comentó uno de los científicos tras el vidrio.

El Arquitecto se limitó a asentir, como si todo esto fuera solo una fase en un proyecto mucho mayor.

El Guardián CuánticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora