Antonio estaba asustado. Podía oír los golpes secos de su padre directamente en su puerta. Sabía que en cuanto entrara lo golpearía. Y eso le asustaba. Nadie podía ayudarlo.
Se tapó las orejas con fuerza, como si así los golpes dejaran de retumbar, pero no lo harían. Su padre nunca se rendía.
Esta vez si había sido culpa del chico pelinegro. Había dejado caer un vaso de vidrio mientras lavaba los platos. Adam, su padre, lo había visto y eso lo había enfurecido. Antonio corrió a esconderse en su cuarto, más precisamente en su closet, rogando que nadie pudiese encontrarlo, pero era utópico. De pronto la puerta se abrió de golpe, y todo oscureció para el muchachito de los ojos negros. Una vez más, su padre lo machacaría.
Antonio vivía en Londres con su pequeña familia. Su madre, Luz, su padre Adam y su pequeña hermanita, Elenna.
A él le gustaba pintar, leer y también le gustaba sentarse en el pasto y admirar las nubes, pero jamás podía hacerlo, siempre tenía trabajo o estaba golpeado como para aguantar algo de acción por el día.
Luz era una buena mujer, pero el alcoholismo y el tabaco la habían llevado a ser sumisa. Ella jamás estaba sobria totalmente, así que su hijo mayor era el que debía lavar, limpiar, cocinar y hacer el resto de las cosas en la cama. Adammo era su padre. Mejor dicho, su padrastro, pero la única vez que se atrevió a decírselo, el tipo le dejó al pelinegro un ojo morado.
Antonio no quería seguir viviendo, eso era obvio. Al menos no en esas condiciones, pero esa era su vida, debía continuar por Elenna, la pequeña niña de trece años.
La noche se hizo presente con rapidez y luego de unos retoques con maquillaje del color de su piel, Antonio estaba listo para ir a trabajar. Listo para convertirse en Lester, el precioso chico que vendía amor.
ANTONIO
No me gustaba tener secretos. No me gustaba porque no sabía guardarlos y porque con los secretos venían muchas responsabilidades y perdidas de posibilidades, como por ejemplo estudiar. Había dejado la escuela hace un año. Debía hacerlo, no quería, de hecho era bueno estudiando, me gustaba. Pero me tenía que concentrar en una sola cosa. En escapar. Y esta era mi única salida. ¿Qué más podía hacer un chico sin recursos, experiencia ni mayoría de edad? Nada. Así que a esto me dedicaba.
Me pagaban una suma alta de dinero por acostarse conmigo. El mundo de la prostitución no era divertido, pero era mi mundo. Era lo que debía hacer.
Jamás lo disfrutaba. Era asqueroso y me hacía odiarme. Pero... ¿acaso tenía otra opción?
Suspiré profundamente y me acosté en la vieja cama del motel más barato de la ciudad. El último cliente se había ido y no había durado nada. Veinte minutos y el idiota había alquilado el cuarto para cuarenta. Así que allí estaba yo, fumándome un cigarrillo, desnudo y con olor a sexo. De pronto una lágrima calló por mi mejilla y me la sequé con rapidez. Conocía esa mierda, si empezaba no podría parar más.
Me llamaban lester. Jamás decía mi nombre, no era necesario y debía mantener un cierto incognito. Me di la vuelta y comencé a levantar mi ropa del suelo mientras me vestía lentamente, sintiéndome asqueroso. Sucio.
Me odiaba.
JUNIOR
Era tarde, la noche estaba en su plenitud y Camilo no se apuraba con sus asuntos. Solo quería irme de la jodida oficina, quería beber un poco y perderme. No deseaba volver a casa, estaba algo aburrido de María y sus anécdotas de shopping y de sus amigas o de su madre. No me interesaba realmente.
—Lo siento, Jun —la voz de mi mejor amigo interrumpió mis pensamientos—. Era la pesada de Jennifer, estoy harto, esa chica no se cansa de perseguirme —me reí por lo bajo y le di unas palmadas fuertes en el hombro.
—Anda, eres todo un semental, Camilo —me burlé. Él rodó los ojos y me empujó suavemente.
— ¿Vamos por unas cervezas?
—Por fin —respondí positivamente mientras reía con él. Agarramos nuestros sacos y los maletines y nos dispusimos a irnos mientras charlábamos amenamente sobre cualquier idiotez que se nos cruzara. Estábamos cerca de la casa de mi madre ya que debía pasar a buscar algo de ropa, esta noche no dormiría con María, me iría un hotel. Camilo se detuvo en seco con su último comentario sin terminarlo y me miró curioso.
— ¿Llevaras a David? —me preguntó y yo me quedé mirándolo. Levanté una ceja ligeramente y torcí el gesto.
— ¿Para qué? Es un mocoso, tiene diecisiete, no es edad para andar en bares —respondí secamente, y vi como el rostro de Camilo se torcía como si estuviera frustrado y decepcionado.
—Ok, te espero —fue lo único que dijo. A veces no comprendía por qué coño Camilo siempre intentaba incluir a mi hermanito menor en todas nuestras salidas. Por supuesto jamás lo sacaba, David era un nene de mami. Él se podía pasar horas leyendo o estudiando o pintando, pero salir no era su cosa favorita, sin embargo cuando Camilo y yo lo invitábamos, él aceptaba gustoso y hasta parecía divertirse.
Entré a casa de mi madre y él estaba allí, David, sentado en el sofá con sus lentes de lectura puestos y ese corte al estilo Justin Bieber del que siempre me burlaba. Me miró y sonrió con dulzura.
— ¡Hola, Jun! —se levantó sacándose la manta de las piernas y me abrazo. Le di un beso en la frente y sonreí.
—Hola, mocoso, ¿Dónde está mamá? —le pregunté curioso buscándola con la mirada.
—Salió ayer, vuelve mañana —me informó. ¿Habían dejado a David solo? No era posible. Mi madre jamás lo haría, pero si, efectivamente ahí estaba.
—Prepara tus cosas, vamos —le dije autoritariamente a mi hermanito menor, ni pensar que lo dejaría dormir solo con lo miedoso que era, me llamaría a las dos de la mañana en medio de un ataque de pánico porque había ruidos en el techo. No, no.
— ¿A dónde? —preguntó con inocencia, y de pronto recordé que Camilo y yo teníamos pensado ir a un bar. Tendría que llevarlo.
—Vamos a un bar —le respondí.
—Sabes que odio esos lugares, la gente huele a humo y alcohol y es asqueroso —hizo berrinches.
—Apúrate, David, busca tus cosas y vamos, Camilo está esperándome.
— ¿Camilo va?
—Sí.
—Oh... —y sonrió con el rostro iluminado—. Bueno, ahora bajo —anunció y salió disparando para arriba a alistarse. Yo busqué un pijama viejo que tenía ahí guardado por las dudas y mi cepillo de dientes, poniendo todo en una bolsa y esperando de nuevo a David en las escaleras.
El mocoso salió corriendo a trompiscones con un bolso de ropa y vestido distinto a como estaba cuando yo había llegado. ¿Acaso se había puesto perfume? Traía un pantalón de jean negro y una camiseta blanca con cuello en V, sus gafas habían desaparecido de su rostro y su cabello estaba revuelto. Sonrió con emoción y bajó.
— ¡Ya vamos! —me apuró él, ahora abriendo la puerta y saliendo a las corridas.
Luego de cerrar todo con llave y agarrar a David de los pantalones para que no se callera al suelo con torpeza, me dispuse a abrir la puerta de mi auto y entrar, mi hermano menor me imitó y entonces saludó a Camilo, que estaba sentado en el asiento de acompañante, con una sonrisa gigante. Mi socio le devolvió el saludo a David y se volteó entusiasmado revolviéndole el cabello con delicadeza.
— ¿Cómo estás, pequeño? —lo interrogó Camilo mientras yo conducía al bar que más visitábamos con mi grupo de amigos. El Pich. No consideraba un buen lugar para llevar a David, pero es que tanto me había insistido Camilo que acepté.
—Bien, muy bien —contestó con una sonrisa tierna en su boca. Yo los miré por el espejo retrovisor. David parecía tan contento de ver a Camilo que no me hubiese parecido nada raro que tuviera un crush con mi socio, aunque claro era obvio que Camilo jamás se fijaría en un mocoso de diecisiete años. Y eso me tranquilizaba.
Yo estaba algo desconcentrado, solo estaba allí conduciendo hacia el bar sin prestar atención a nada más que al camino, mientras de fondo sonaba la charla amena de los chicos.
—Jun...Jun... —susurró Camilo—. Junior, coño, que ya estamos aquí, estaciona de una vez —me apuró mi amigo y por fin reaccioné dejando el auto estacionado en un costado cerca del Pich. Todos bajamos rápidamente un poco más desarreglados de lo habitual y lo primero que pedimos en la barra fueron dos vasos de cerveza. David estaba parado a un costado moviendo sus manos y mirando todo a su alrededor, las luces, la gente algo ebria, muchachas casi sin ropa y mucho humo de cigarro. David tenía el ceño fruncido, pero no era algo que me preocupara demasiado. Podría no haber venido si no hubiera querido.
—Oye, David está algo incómodo. ¿No crees que debería acompañarlo un rato afuera? —me susurró Camilo cerca del oído y yo pedí una margarita.
—Como quieras, me da igual, solo que no se enfríe, mi madre me mata si se enferma el mocoso —le advertí con marcado acento de desinterés.
—Bien, espéranos un momento, me lo llevaré afuera.
Asentí ligeramente una vez apenas me informó y lo siguiente que vislumbré fue a mi socio tomándole con cuidado la cadera a mi hermano y conduciéndolo afuera mientras ambos sonreían. Suspiré y me volteé de nuevo hacia la barra, dándome cuenta que me había acabado mi bebida. Le pedí a la mesera un whisky en las rocas y este lo bebí más despacio mientras me fumaba un cigarrillo.
El ambiente del lugar estaba pesado para mí. Me sentía casi atrapado entre tanta gente, y de pronto, la campana de entrada de la puerta del bar, sonó. Me volteé por inercia por un minuto.
La peor y la mejor decisión de mi vida...fue verlo.
Por la puerta cruzaba un muchacho de piel morena y cabello corto en color negro. Unos ojos grandes y negros con pestañas voluminosas, fijaron la vista en ningún lugar concreto y entonces en cámara lenta, una sonrisa dulce se dibujó en sus labios cincelados a la perfección cuando vislumbró en la otra esquina del salón a un rubio de ojos celestes algo bajito.
No pude despegar mis ojos del muchacho en toda la jodida noche. Tanto tiempo estuve mirándolo que al fin se volteó y sus orbes tranquilas se cruzaron con mis ojos fríos, explotándome la cabeza como dinamita.
Ese chico era demasiado bonito para ser real.
Era demasiado lindo para ser cierto.Una sonrisa dedicada a mí se dibujó en sus labios al mirarme y entonces comenzó a acercarse con una caminata felina.
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Placer Culposo (Gay/Yaoi)©
General FictionAntonio es un niño de diecisiete años. Una vida difícil lo lleva a tomar decisiones erróneas con graves consecuencias. Junior es un tipo de veinticinco años que lleva la típica vida de casado, rutinaria y aburrida. De pronto todo el destino los cruz...