Capitulo 4

5 1 0
                                    

Helena nunca había imaginado que la vida podía ser tan cruel. Todo lo que había dado, todo lo que había entregado, parecía desmoronarse en un abrir y cerrar de ojos. Desde su relación con Josué, las cosas nunca fueron fáciles, pero siempre pensó que el amor que sentían el uno por el otro era suficiente para superar cualquier obstáculo. Sin embargo, lo que vio esa tarde fue el fin de esa ilusión.

Josué la había citado a un parque cercano, prometiéndole que hablarían. Helena, que había estado esperando con ansias resolver las cosas, llegó temprano. Sin embargo, al ver la figura familiar de Valeria junto a él, todo cambió. Algo dentro de ella se rompió de inmediato.

La primera vez que Josué conoció a Valeria fue durante una fiesta universitaria, donde ambos se cruzaron por casualidad. Josué, siempre el alma de la fiesta, había notado a Valeria desde el primer momento. Ella tenía esa presencia que dominaba la habitación: confiada, segura de sí misma, siempre rodeada de gente que la admiraba. La química entre ellos fue instantánea. Valeria se acercó a él sin dudarlo, y fue entonces cuando los dos comenzaron a hablar, como si se conocieran de toda la vida. La conversación fluía con facilidad, como si todo hubiera sido planeado. En cuestión de horas, Valeria logró captar la atención de Josué de una forma que Helena nunca pudo.

Por supuesto, al principio, Josué le había dicho a Helena que Valeria era "solo una amiga". Pero desde el primer momento en que Helena vio cómo se miraban, algo en su interior le decía que algo no estaba bien. No era celos, era intuición. Y ahora, ahí estaba ella, presenciando lo que nunca imaginó: Josué, con Valeria a su lado, parecía feliz, como si nada hubiera pasado entre ellos.

—¿Qué significa esto? —preguntó Helena, con el pecho apretado, sus ojos buscando respuestas en los de Josué.

Josué la miró, culpable, pero no dijo nada. Era como si las palabras se le atascara en la garganta. Helena vio cómo Valeria sonreía, esa sonrisa arrogante que no le gustaba en absoluto.

—Es lo que ves —dijo Valeria, con una sonrisa amplia, sin esconder su satisfacción—. Josué y yo estamos juntos ahora, Helena. No tienes nada que hacer aquí.

Helena se quedó paralizada. No podía creer lo que escuchaba. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había llegado a perder a Josué de esa manera tan cruel, tan repentina? Los recuerdos de los momentos que había pasado con él, de todas las promesas que se habían hecho, comenzaron a desmoronarse en su mente.

—¿Cómo pudiste hacerme esto? —preguntó Helena, su voz temblando de rabia—. ¿Cómo pudiste estar con ella sabiendo todo lo que significaba para mí?

Josué la miró por un momento, pero no contestó. Se quedó callado, como si no tuviera nada que decir. Para él, todo esto no era un problema. Había encontrado a alguien que lo hacía sentir bien, que lo hacía olvidar las discusiones con Helena. Pero no podía mirarla a los ojos, no podía enfrentar la realidad de lo que estaba haciendo. Se sentía culpable, pero estaba atrapado en sus propios deseos.

Valeria, por otro lado, no dejaba de sonreír, saboreando cada segundo de esa victoria. Siempre había deseado a Josué, y ahora que lo tenía, no pensaba cederlo a nadie, mucho menos a Helena.

—No te hagas la tonta, Helena —continuó Valeria, su tono mordaz—. ¿Creías que Josué iba a quedarse contigo para siempre? Ya ves, las cosas no siempre salen como esperamos. Yo lo hice feliz de una manera que tú no supiste hacerlo.

Helena sintió que su estómago se revolvía. No solo estaba perdiendo a Josué, sino que también estaba siendo humillada de la manera más dolorosa posible. La rabia la invadió como una ola. ¿Cómo podía Valeria decirle esas cosas con tanta facilidad? ¿Cómo podía tratarla así? No solo estaba peleando por el hombre que amaba, sino que también estaba luchando contra una mujer que no sentía remordimientos.

—No tienes ni idea de lo que estás diciendo —dijo Helena, su voz subiendo de tono—. Si realmente me quisieras, Josué, nunca estarías aquí con ella. No lo entiendes, ¿verdad? Esta es la última vez que te voy a ver. Si crees que soy tan débil, si piensas que me vas a perder y seguir adelante con tu vida como si nada hubiera pasado, estás muy equivocado.

El dolor en su pecho aumentaba, pero lo que más le dolía era el silencio de Josué. Él solo se quedaba ahí, mirando al suelo, como si no tuviera fuerzas para hablar. Valeria se acercó un paso más, como si quisiera seguir provocando a Helena.

—Mira, Helena, no te conviene seguir sufriendo por él. Si quieres, puedo darte unos consejos para olvidar a los chicos. A veces la vida es así, ¿sabes?

Fue entonces cuando Helena perdió el control. En un impulso, levantó su mano y le dio un golpe seco a Josué en la cara. La bofetada resonó en el aire, y Valeria, sorprendida, retrocedió un paso. Josué, atónito, tocó su mejilla, pero no dijo nada. Estaba más que acostumbrado a que las cosas se resolvieran de la manera fácil, con disculpas vacías y promesas rotas, pero no estaba preparado para esto.

—¡Esto es lo que te mereces! —gritó Helena, con lágrimas comenzando a caer por sus mejillas—. ¡Eres un cobarde! ¡Nunca te importé realmente, ¿verdad?! ¡Solo me usaste!

Con un suspiro ahogado, Helena dio un paso atrás, mirando a Josué una última vez. Esa última mirada fue todo lo que necesitaba para entender que ya no había vuelta atrás.

—Adiós, Josué. Esta vez es adiós. —dijo, su voz quebrada por el dolor, y dio la vuelta, alejándose de él con rapidez, sin mirar atrás.

Mientras tanto, a unos metros de distancia, Saiha observaba la escena desde lejos. Todo le parecía surrealista, como si fuera una pesadilla de la que no pudiera despertar. No sabía qué hacer, no sabía cómo ayudar. Había sido testigo de la destrucción del amor de Helena, pero no podía cambiar lo que ya había pasado. En su lugar, Farid apareció junto a ella, en ese mismo instante, y le tomó la mano.

—¿Estás bien? —preguntó Farid, notando la tensión en su rostro.

Saiha no respondió de inmediato, simplemente se quedó mirando la distancia. Sabía que no podía cambiar lo que había ocurrido, pero también sabía que su corazón ya estaba tomando decisiones por sí mismo. Era inevitable, y todo lo que necesitaba ahora era alguien que la entendiera.

—Esto es todo lo que no quiero —dijo Saiha, sin mirarlo—. Todo este drama, todo este dolor. No quiero estar en medio de esto.

Farid, sin pensarlo demasiado, se acercó a ella y la abrazó, dándole un consuelo que no sabía si ella quería, pero que, en ese momento, lo necesitaba. La presión en su pecho era palpable, y el abrazo fue el único refugio que encontró en ese instante.

Y cuando sus labios se unieron, el mundo alrededor de ellos desapareció. La tensión, el dolor, todo se esfumó en ese beso. No importaba lo que había pasado antes. No importaba el caos de los demás. Solo importaban ellos.

Entre Sombras y DesvelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora