Capitulo 9

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El hospital era un lugar sombrío esa tarde. Las luces brillaban fríamente en los pasillos, y el bullicio del personal médico parecía un eco distante en medio del caos interno que cada uno llevaba consigo. Helena estaba allí, conectada a una máquina, mientras su cuerpo descansaba, pero su alma parecía perdida en un mar de tormentas emocionales.

Farid y Samuel se encontraban en la sala de espera, junto a la camilla donde Helena había sido ingresada. Samuel, con el rostro marcado por la preocupación, no dejaba de mirar el reloj, como si el paso del tiempo pudiera cambiar algo. Farid, por su parte, intentaba mantener la calma, pero su corazón latía con fuerza. Sentía la presión de estar atrapado en medio de una guerra emocional que, aunque no era suya, le estaba desgarrando por dentro.

—¿Crees que se va a recuperar? —preguntó Samuel, su voz temblorosa.

Farid no contestó de inmediato. No podía. No podía hacer promesas, porque la verdad era que no sabía qué iba a pasar. La única cosa que podía decir con certeza era que todo esto iba a empeorar. La situación con Helena había alcanzado su punto más crítico, pero todo lo que había sucedido entre ella, Josué y Valeria aún estaba sin resolverse. Los peores demonios de todos estaban a punto de salir.

En ese momento, la puerta de la sala de espera se abrió, y una figura conocida entró, rompiendo el silencio. Josué. Aunque había pasado todo el día atormentado por lo que había ocurrido, no pudo quedarse lejos. Tenía que estar allí, tenía que saber si Helena se encontraba bien, si él todavía tenía alguna oportunidad de arreglar las cosas.

Farid lo miró fijamente. La tensión entre ambos se podía cortar con un cuchillo. Samuel, en cambio, solo lo observó con el ceño fruncido. La presencia de Josué en ese momento no hacía más que aumentar la ansiedad en el aire.

—¿Cómo está? —preguntó Josué con voz grave, sin atreverse a acercarse más.

Farid no lo miró de inmediato, pero sus palabras salieron con el veneno que se había acumulado en su interior.

—Eso es lo que tú deberías saber, ¿no? El daño que le hiciste, ¿no te das cuenta de lo que has hecho? —Farid soltó un suspiro, y al mirar a Josué, el rencor era palpable—. Estás aquí ahora porque es fácil sentirte culpable cuando alguien está al borde de la muerte, ¿verdad? Pero no eres bienvenido.

Samuel intentó calmar la situación, pero sus palabras quedaron ahogadas en la furia creciente de Farid.

—No, no. Farid tiene razón —dijo Samuel, con tono cansado—. Todos estamos sufriendo por todo esto, pero no podemos seguir permitiendo que los errores de todos nos destruyan a nosotros también. No te acerques más, Josué. Ya es suficiente.

Josué, con los ojos vacíos de culpa y tristeza, sintió como si lo empujaran aún más hacia el abismo. La distancia emocional que había creado entre él y los demás se hacía más grande. Solo podía mirar a Farid y Samuel con desesperación, pero no tenía respuesta. No había palabras que pudieran arreglar lo que había roto.

En ese momento, la puerta de la habitación de Helena se abrió de nuevo, y una enfermera apareció, interrumpiendo el tenso silencio.

—¿Son ustedes familiares de la paciente? —preguntó, su rostro serio y profesional.

Farid se levantó de inmediato, y Samuel lo siguió. Josué, por otro lado, no se movió. Su presencia ya no tenía lugar allí, pero su corazón lo impulsaba a seguir.

—Sí, somos... —Farid comenzó, pero se detuvo al ver la mirada de la enfermera, que claramente esperaba una respuesta más oficial.

—La paciente ha sido estabilizada, pero su estado emocional es muy delicado. Necesitaremos que se realicen algunos exámenes psicológicos antes de poder darles más información —informó la enfermera, antes de desaparecer nuevamente por la puerta.

Entre Sombras y DesvelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora