Aprendiendo a Dejar Ir

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Carmen apenas podía recordar la última vez que se había sentido tan abrumada por el peso de sus propios pensamientos. Todo había sido un torbellino desde la ruptura con Sergio, como si cada aspecto de su vida estuviera teñido de esa confusión dolorosa. Aunque su madre había sido un apoyo invaluable, Carmen sabía que su sanación sería un proceso que tomaría tiempo y esfuerzo.

Al día siguiente de la ruptura, Carmen se enfrentó a la tediosa tarea de ir a clases. Al recorrer los pasillos del instituto, cada rincón parecía resonar con recuerdos de Sergio. El aula de matemáticas, donde solían intercambiar miradas y pequeñas notas en los márgenes de sus cuadernos; el gimnasio, donde él la había ayudado en la última prueba de resistencia, y el pasillo cerca de la biblioteca donde se habían dado el primer beso, un momento que ahora parecía de otro tiempo, lejano y casi irreal.

Durante las primeras horas de clase, se esforzó en concentrarse en las lecciones. Sin embargo, todo lo que lograba escuchar era un murmullo distante mientras sus pensamientos la transportaban a los momentos que habían compartido. Una vez más, los sentimientos de tristeza y nostalgia la invadieron, y la clase de historia, que generalmente disfrutaba, se convirtió en un reto por mantener la compostura. Su lápiz comenzó a dibujar sin que ella lo notara: líneas torpes y figuras vagas que se transformaron en la inicial de Sergio. Al percatarse, sintió una mezcla de frustración y tristeza.

Durante el recreo, Paula se acercó, notando de inmediato el estado de ánimo de su amiga. Con una sonrisa comprensiva y un pequeño toque en el hombro, le dijo:

—Sé que no necesitas hablar si no quieres, pero estoy aquí para lo que necesites.

Ese simple gesto fue suficiente para Carmen. Le dio una pequeña sonrisa y respiró profundamente, agradeciendo en silencio el apoyo incondicional de su amiga. Aunque no tenía ánimo de hablar de lo que sentía, la presencia de Paula le dio una pequeña chispa de fortaleza. Fue como si alguien le recordara que, aunque se sintiera sola, había personas dispuestas a acompañarla en ese proceso.

Cuando Carmen regresó a casa esa tarde, decidió tomar su diario. Al principio, las palabras se le trababan; no sabía por dónde empezar ni cómo describir lo que sentía. Pero lentamente, las frases comenzaron a fluir. Escribió sobre el dolor que sentía al recordar los buenos momentos, sobre la confusión que le producía la distancia de Sergio y sobre el miedo de enfrentarse a un nuevo día sin él. Cada palabra escrita era como un alivio, un pequeño paso hacia la liberación de su tristeza.

Su madre entró a su habitación y la encontró escribiendo. Sin decir nada, se sentó a su lado y le acarició el hombro. Carmen sintió una paz extraña, una especie de certeza de que no estaba sola en ese proceso, y por primera vez en días, se sintió un poco menos abrumada. No habló con su madre sobre la ruptura, pero le dedicó una sonrisa agradecida.

Entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora