Capitulo 10: ¨La Fiesta¨

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...

Luther se adentró en la habitación de su padre, un espacio tan frío y calculador como el propio Reginald. Mientras buscaba entre los cajones y archivos, encontró unas bolsas blancas con etiquetas detalladas. Al leerlas, el aire se le fue de los pulmones: cada una tenía el nombre de una expedición que había hecho en la luna.

Cada bolsa era una misión que él había considerado vital, un sacrificio personal para el supuesto bien de todos. Pero ahora lo veía claro: Reginald nunca había leído ni una sola palabra. Su padre, con una frialdad casi inhumana, lo había enviado allá simplemente porque no quería verlo.

Con el corazón oprimido y una mezcla de ira y desilusión en el rostro, Luther salió del cuarto y fue directo al bar de la academia. Llenó un vaso hasta el borde, se lo bebió de un trago y se sirvió otro. Su cabeza daba vueltas, pero no por el alcohol; los recuerdos de toda una vida de sacrificios se entremezclaban con el peso de la cruda verdad.

Al poco tiempo, Klaus e Isabel lo encontraron. Klaus, con su usual actitud despreocupada, intentó animarlo, lanzando algún comentario gracioso para aligerar el ambiente.

—¿Vamos, grandote? —le dijo Klaus, dándole una palmada en la espalda—. ¿No te habrás tomado toda la barra de papá, verdad?

Isabel también intentó levantarle el ánimo.

—Luther, no merece la pena ahogarse por alguien que nunca se molestó en escucharte —dijo con una leve sonrisa, tratando de conectar con él—. Sabemos que diste todo de ti.

Pero nada parecía hacer efecto en él. Luther, el más responsable de todos, quien rara vez se permitía perder el control, simplemente los miró con una expresión amarga.

—¿Saben algo? Creo que necesito despejarme... Hagamos algo diferente —dijo finalmente, apurando el último trago—. ¿Qué tal si... si vamos a una discoteca?

Klaus arqueó las cejas, divertido e incrédulo.

—¿La discoteca? —repitió, casi riendo—. ¿Estás hablando en serio, Luther?

Luther asintió, con un atisbo de sonrisa en su expresión abatida. Isabel lo miró de arriba a abajo, sin saber si era el alcohol o una decisión genuina. Al final, Klaus e Isabel intercambiaron una mirada y se encogieron de hombros.

—Vale, vamos a bailar, entonces —dijo Isabel, sonriendo.

Klaus soltó una carcajada y levantó su vaso.

—¡Por fin, Luther! Vamos a ver si esa seriedad tuya sobrevive a una noche de baile.

Y con eso, los tres se prepararon para salir, dejando atrás la frialdad de la academia y las cicatrices que Reginald había dejado en ellos.

4o

Cada uno se preparó para la noche a su estilo, intentando olvidar la pesadez de los eventos recientes. Luther optó por una ropa casual, sencilla pero lo suficientemente presentable como para pasar desapercibido en la discoteca. Klaus, como era de esperar, eligió uno de sus looks más extravagantes: una camisa de seda con patrones llamativos, abierta hasta el pecho, varios collares y anillos que tintineaban con cada movimiento, y una chaqueta que parecía de otra época.

Isabel, por su parte, eligió un vestido rojo suelto, con un largo que caía justo por encima de las rodillas, resaltando su figura sin llegar a ser demasiado revelador. Klaus fue el primero en notarla cuando ella apareció, y soltó un silbido apreciativo, llevándose una mano al pecho en un gesto exagerado.

¨Sombras de lo que eramos¨Where stories live. Discover now