Capítulo Doce

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Tania entró a la casa y dejó su abrigo en el perchero con movimientos mecánicos.

-¡Ya llegué!

Su voz resonó en el silencio, como siempre. Sabía que no recibiría respuesta, pero el ritual le ofrecía una ilusión de normalidad, un consuelo pequeño y efímero.

"Esto es una estupidez", pensó, pero el peso en su pecho no disminuía.

Avanzó por el pasillo, dirigiéndose a la habitación de su hermano.

La puerta estaba entreabierta, dejando escapar una penumbra grisácea que parecía no decidirse entre luz y sombra. Tania se detuvo un momento frente a la entrada, respiró hondo.

Mientras abría la puerta, Tania cambiaba su expresión sombría por una máscara de calidez.

Había realizado tantas veces aquel procedimiento que podía sentir acalambradas sus mejillas.

Al cruzar el umbral, la densidad del aire logró perturbar su paz interior.

Alfredo estaba acostado boca arriba en la cama con los ojos clavados en el techo.

Su rostro tenía una inmovilidad extraña, como si el tiempo hubiera dejado de correr para él. Tania sintió un escalofrío al verlo así.

-¿Estás despierto? -preguntó en voz baja, pero no obtuvo respuesta.

Se aclaró la garganta, un gesto más de nerviosismo que de necesidad, y dio un paso hacia él. El silencio en la habitación era opresivo, como un muro que la mantenía fuera del mundo de su hermano.

"¿Alfredo?"

Suspirando, se quitó los zapatos y se recostó a su lado. La cama crujió bajo su peso, un sonido tan fuerte en ese entorno que la hizo tensarse. Alfredo, sin embargo, no reaccionó.

-¿Te sientes bien? -murmuró, girando la cabeza para mirarlo.

El rostro de Alfredo era una máscara vacía. Sus ojos, abiertos pero ausentes, parecían mirar más allá de este mundo, como si estuviera viendo algo que nadie más podía percibir.

Tania tragó saliva. Había empeorado.

Esperó, su corazón latiendo con fuerza, mientras el silencio parecía espesarse a su alrededor. Finalmente, se atrevió a llamarlo de nuevo:

-Alfredo... ¿vas a hablarme?

No hubo respuesta. La frustración comenzó a hervir en su interior, pero fue reemplazada rápidamente por un miedo profundo e inexplicable.

Tania se incorporó un poco para mirarlo más de cerca, y entonces lo vio.

Su respiración se detuvo por un instante. Las manos le temblaron hasta quedarse inmóviles.

Los ojos de Alfredo estaban muertos. Vacíos.

No había nada humano en ellos.

Y Tania supo, que la consciencia de su hermano la había abandonado.

Aquellas voces...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora