Capítulo Tres

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Escuchar las voces de sus familiares sumía a Alfredo en un estado de irritación constante.

Tapaba sus oídos, intentando desesperadamente silenciar los reproches.

Odiaba que lo culparan por haber puesto su vida en pausa.

¿Qué sabían ellos?

Ninguno había visto al amor de su vida abandonarlo, justo cuando su alma anhelaba más de lo que la vida le había dado.

La mirada penetrante de su madre solo lograba agobiarlo más.

¿Acaso había olvidado ella lo que era vivir el luto por la persona que más amaba?

La gravedad de la conversación aumentaba con cada palabra, hasta que todos comenzaron a gritarse.

Alfredo jugaba con sus canicas, tratando de aferrarse a un fragmento de control.

Fue su hermana quien, percibiendo la tensión marcada en cada línea de su rostro, decidió intervenir.

—Solo estamos preocupados… No podemos dejarte solo cuando esto te está afectando tanto —dijo ella con un tono suave.

Tania lo miraba con compasión, deseando recuperar al hombre que irradiaba vida con cada palabra.

—No entienden… —Alfredo se levantó de la mesa y se refugió en su habitación.

Tania lo siguió y, sin decir nada, se recostó a su lado en silencio.

—No entienden... —repitió él, en un susurro cargado de amargura.

—Lo intentamos, Alfredo.

—No lo hacen. Solo se sientan a juzgar mi estado porque les conviene que esté sano.

—¿A qué te refieres con que nos conviene? —preguntó Tania, sorprendida.

—Sabes que antes era quien más aportaba… quien más dinero traía a casa.

Tania frunció el ceño.

¿Esa era la percepción de su hermano sobre ella? ¿Una interesada?

—Estás equivocado. Yo en serio me preocupo por ti…

—No me jodas, Tania. —Alfredo la cortó—. Te preocupas por el dinero. Si de verdad te interesara yo, tratarías de comprender mi dolor.

—Me importas, Alfredo. Aunque en tu cabeza te cueste creerlo, en serio me importa tu bienestar.

Alfredo le dio la espalda y abrazó su almohada.

Tania entendió que él ya no tenía ganas de hablar. Se levantó de la cama y caminó hacia la puerta.

Antes de salir, lo miró por un momento y le dijo:

—Si sigues así, nos perderás. Mamá y yo no podemos cuidar cada paso que das. Si no te atreves a salir adelante, entonces nosotras tendremos que hacernos a un lado.

Alfredo ignoró sus palabras. Se tapó completamente con la sábana, dejándole en claro que poco le importaba lo que les pasara.

Aquellas voces...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora