17| • ~- El peso del silencio -~ •

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29 de Mayo del 2024 (Jueves) (día siguiente)

Poco a poco, mis ojos comenzaron a abrirse. Reconocí el techo de mi habitación, las paredes, los muebles... Todo parecía estar en su lugar, pero yo no. Algo dentro de mí estaba roto, descolocado, y por un segundo me pregunté si todo lo que había pasado era solo una pesadilla.

Quería aferrarme a esa mentira, pero no pude. El despertar fue cruel, implacable. Mi cuerpo habló primero: un dolor punzante se extendió por cada articulación, como si alguien hubiera encadenado cada uno de mis movimientos al peso de lo ocurrido. Todo me dolía.

Llevé la mano a mi cabeza, sintiendo un leve mareo. -Mierda... -murmuré, frustrada.

Me levanté tambaleante, con las piernas temblando bajo mi propio peso. Sentía que con cada paso algo invisible me empujaba hacia abajo, como si el suelo quisiera tragarse lo que quedaba de mí.

Cuando levanté la mirada, ahí estaba Uzi. De pie, al otro lado de la habitación. Me miraba con una expresión que me perforó el pecho: una mezcla de compasión y culpa que dolía más que cualquier palabra. No pude sostenerle la mirada. No quería ver en sus ojos el reflejo de lo que yo ya sabía. Bajé la vista, cerrándome, buscando escapar aunque fuera por un instante.

Cada paso hacia el baño era un suplicio. Las piernas me ardían, el pecho se comprimía como si un peso invisible me aplastara. Pero no podía detenerme. Algo en mí necesitaba confrontar la verdad, aunque la temiera.

Cuando al fin llegué al baño, levanté la vista hacia el espejo. Lo que vi me dejó sin aliento.

No era yo. O al menos, no la que quería ser. Mi reflejo era un recordatorio cruel de lo que había pasado: cabello desordenado, piel pálida como un fantasma, ojos hundidos en un abismo de cansancio... Y las marcas. Esas marcas en mi cuello que no podía ignorar. Las miré fijamente, como si al hacerlo pudiera borrar el recuerdo de cómo llegaron ahí. Pero no podía.

El peso de todo me golpeó de nuevo, esta vez como una ola que me arrastraba al fondo. Mis manos se aferraron al borde del lavabo mientras un nudo en mi garganta crecía. Sentí náuseas, el estómago revuelto, pero me tragué el impulso de vomitar. ¿De qué habría servido? Nada podría limpiar lo que sentía.

Me quedé ahí, frente al espejo, contemplándome, perdida entre el asco, la culpa y un vacío que no podía llenar. Cada segundo parecía eterno.

Un sonido repentino me arrancó del abismo. La alarma de mi celular rompió el silencio, resonando como una bofetada. Mi cuerpo reaccionó por instinto, sobresaltado, pero mi mente estaba demasiado cansada para hacerlo.

El día había comenzado. Y yo ya me sentía al borde del colapso.

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Y otra vez, estaba en ese instituto. Cada vez que cruzaba la entrada, sentía un peso invisible que se aferraba a mis hombros, como si el lugar en sí tuviera vida y disfrutara recordarme cada herida, cada vergüenza. Ya se había vuelto una rutina para mí. No me molestaba, pero tampoco podía decir que encontraba algo remotamente agradable en ello.

Cada pasillo, cada salón, cada cubículo... Todo parecía cargado de emociones inquietantes. Miedo e incomodidad me recorrían como si fueran parte de mi sombra, siguiéndome a donde fuera. Tal vez eran las huellas de lo que había vivido aquí. O tal vez era yo, simplemente una cobarde patética que no podía soltarse de lo que me ataba.

Pero ese día, algo era diferente. Una sensación pesada, casi asfixiante, se aferraba a mi pecho. No era solo incomodidad; era asco, una repugnancia que me desgastaba con cada pensamiento que atravesaba mi mente. Me sentía atrapada en una maraña de autodesprecio. Bastaba con que un pensamiento vulgar se asomara para que mi estómago se revolviera, como si fuera a vomitar ahí mismo.

~¿𝘾𝙪𝙖𝙡 𝙚𝙧𝙚𝙨 𝙏ú?~ [𝓙 𝔁 𝓥]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora