IV

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Apenas escucho el sonido de la puerta y a Reagan tan decidida a abrir. Se movió.

Caminaba por la casa con paso firme, pero su mente era un torbellino de pensamientos y emociones que no lograba calmar. Se puso manos a la obra para preparar la casa, mover objetos frágiles, guardar lo esencial para evitar que algo se rompiera. Ya había aprendido a no confiar en Reagan, intuyo quienes eran las personas detrás y que le quedaba poco tiempo antes de que iniciaran su "diversión".

—Claro —murmuró Grace para sí misma mientras colocaba una lámpara en una esquina segura—. Como si fuera a cambiar ahora...

Grace había pasado tanto tiempo odiando a Reagan que cada palabra suya le parecía una broma más, otra promesa rota a punto de estallar. Había vivido suficiente para saber que la gente como ella no cambiaba. Los Alfas como Reagan solo entendían una cosa: el poder y el control. Grace nunca había tenido ni una pizca de esa ventaja en su vida.

Sin embargo, mientras estaba sumida en sus pensamientos, escuchó algo fuera de lo común. Era un sonido diferente, voces, pero no las risas despectivas a las que estaba acostumbrada. Algo estaba ocurriendo en la entrada. Se detuvo un momento, afilando su oído. Los amigos de Reagan, aquellos vándalos con quienes la Alfa solía pasar el tiempo, ya estaban aquí. ¿Por qué no entraban ya?

Con cautela, se acercó al pasillo, moviéndose con sigilo. Lo que escuchó la dejó perpleja. Reagan... estaba echando a esos amigos. ¿Qué demonios estaba pasando? El tono que usaba no era arrogante ni condescendiente, como siempre solía ser. Había una firmeza que antes no había notado.

Grace sintió un nudo en el estómago. Algo no encajaba, algo muy raro estaba ocurriendo.

Cuando escuchó el golpe seco de la puerta cerrarse de golpe, casi sintió una punzada de alivio mezclado con incredulidad. ¿Reagan había realmente echado a sus amigos? Ella misma no podía procesar lo que acababa de presenciar.

Grace se quedó quieta, a la sombra del pasillo, observando de reojo cómo Reagan se apoyaba un momento contra la puerta cerrada. Irradiaba una sensación de control que nunca había visto en ella.

—¿Qué acabas de hacer? —preguntó, más para sí misma que esperando una respuesta.

—Cambiando las cosas —respondió con una voz firme.

Por un momento, Grace consideró encararla y confrontarla directamente, preguntarle qué estaba pasando. Pero su instinto le dijo que era mejor observar un poco más. Aun no confiaba en la Alfa.

Mientras Reagan respiraba profundo, como si acabara de ganar una batalla importante, Grace se retiró en silencio.

A la mañana siguiente, una caja llena de supresores le esperó en la entrada de su habitación.

Los días posteriores fueron acompañados de un profundo desconcierto sobre la nueva actitud de la pelinegra. Al principio, no quería creerlo.

Grace observaba desde la distancia cómo Reagan se movía por la casa con una energía que la desconcertaba.

Cada pequeño gesto amable, cada palabra tranquila, cada acción que no encajaba con la versión de Reagan que conocía, la hacía pensar que todo era parte de un elaborado plan para manipularla. Había aprendido a estar siempre en alerta, esperando que el intento de Alfa hiciera algo para humillarla o recordarle su lugar, que no podía permitirse bajar la guardia. Y, sin embargo, los cambios estaban ahí, y eran difíciles de ignorar.

Una mañana, mientras Grace bajaba las escaleras, el aroma de algo cocinándose en la cocina la detuvo en seco. No era el olor quemado o el sonido de un microondas que asociaba con la comida rápida que Reagan solía preparar para sí misma. Esta vez era diferente. El olor a huevos revueltos y tostadas recién hechas llenaba el aire.

Calling (Omegaverse GL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora