Capítulo uno

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Retrepado en su sillón a la cabecera de la mesa de la sala de juntas, Ohm Thitiwat, un dinamo humano de treinta y cuatro años y jefe absoluto del imperio empresarial Thitiwat, mantenía la sala en una especie de tensión casi rígida por el poder de su silencio.

Nadie se atrevía a moverse. Todos los dosieres sobre la larga y lustrosa mesa permanecían cerrados. Salvo por el informe abierto delante de Ohm. Y cuando los minutos avanzaron con agónica lentitud hacia los diez, hasta el acto de respirar se convirtió en un ejercicio difícil.

La postura en apariencia relajada de Ohm era peligrosamente engañosa, lo mismo que el pausado tamborileo de los dedos sobre la madera mientras seguía leyendo.

Ohm sabía que alguien de la junta se iba a ver salpicado de porquería por haber estado desviando dinero de la empresa. Y lo que de verdad lo enfadaba era que la estafa era tan chapucera que cualquiera con una comprensión rudimentaria de aritmética podría verlo a un kilómetro.

Por lo tanto, la lista de empleados que se atreviera a creer que podría escapar impune de robarle de esa manera se podía reducir a uno solo.Mean, su vanidoso, superficial y egoísta hermanastro y la única persona que se había ganado un puesto en la empresa sólo por favor.

En otras palabras, familia.

Enfadado, maldijo para sus adentros. ¿De dónde diablos había sacado Mean la idea de que podría librarse bien de algo así? Era bien sabido en esa organización global que cada división de la empresa se veía sometida de forma regular y aleatoria a auditorías internas con el propósito exclusivo de disuadir a cualquiera de intentar llevar a cabo eso mismo. Era la única manera en que una multinacional de ese tamaño podía esperar mantener el control.

Que necio arrogante. ¿No le bastaba con recibir un sueldo generoso por no hacer prácticamente nada? ¿Cómo había llegado a pensar que podría meter la mano en el cazo en busca de más?

—¿Dónde está? —demandó, haciendo que media docena de cabezas se alzara al súbito sonido de su voz.

—En su despacho —respondió Juno, su secretario de Londres—. Se le informó sobre esta reunión, Ohm —añadió el hombre joven.

Ohm no dudó, como no dudó de que todos los allí sentados creían que Mean estaba a punto de recibir su merecido.

Su hermanastro era un parásito social. Y no hacía falta ser un lince para ver que a la gente que trabajaba duramente para ganarse la vida no le gustaba los vividores como Mean.

Theos. Mientras entornaba otra vez los párpados, llegó a la conclusión de que había poca esperanza de echar tierra sobre el asunto con tantas personas al corriente de lo sucedido y que en silencio exigían la sangre de Mean.

¿Quería encubrir a Mean? La respuesta era sí, prefería asumir un encubrimiento que encarar la alternativa.

Un ladrón en la familia.

Sintió una oleada renovada de furia. Cerró la carpeta antes de ponerse de pie en su imponente metro noventa de altura con un impecable traje oscuro a rayas finas.

Juno lo imitó.

—Iré a...

—No, no lo harás —ordenó con su inglés levemente acentuado—. Iré yo.

Todos se movieron incómodos en los asientos al tiempo que

Juno volvía a sentarse. Rodeó su sillón y atravesó la puerta de la sala sin molestarse en mirar a nadie más.

Como tampoco se molestó en mirar a los lados al cruzar el lujoso vestíbulo ejecutivo de las oficinas londinenses de Tithiwat Industries.

De haberlo hecho, habría visto que las puertas del ascensor se abrían...

Culpable o InocenteWhere stories live. Discover now