Capítulo 30: Aun así, avanza.

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Cerré los ojos un segundo, intentando apartar la voz de Forn, pero cuando los abrí, lo que veía no había cambiado. Ahí estaba Mirella, todavía con sus ojos escrutadores puestos sobre mí, y Aya estaba acomendando los pescados entre sus brazos. Algo en su mirada me provocó una incomodidad extraña y una irritación aún mayor.

"¿Qué estás haciendo ahí parada, Aya?" Solté, en un tono innecesariamente brusco para lo tranquila que era la situación.
"Si ya terminaste, podrías haberte apurado. Nos queda un camino largo y no quiero perder más tiempo por acá. Además, ¿para qué mierda te fuiste sola? Después pedís respeto y sos la primera en hacer lo que se te canta".

Aya me miró con sorpresa, casi como si no pudiera creer lo que había dicho. No era normal en mí hablarle así, pero no podía detenerme, no sé por qué, pero algo me impulsaba a seguir siendo... desagradable.

"¿Perdón?"

"¿Siempre vas a responder eso? Sé que tu vocabulario es bastante limitado, pero..."

La voz de Forn volvió a resonar en mi mente, perforando mis pensamientos.
"Quiero que sepas que no te estoy haciendo nada malo. Tu mente es demasiado débil como para dejarse llevar por la ligera magia que tiene mi anillo".

Apreté los puños, sintiendo un calor extraño recorriendo mi cuerpo. Estaba lleno de rabia y confusión. ¿Por qué pensaba así de repente? Esto no sonaba a mí, y, sin embargo, las palabras de Forn parecían filtrarse como veneno diciendo cosas extrañas. Mi mente no es... débil.

"Luciano, no deberías contestarme así, no te hice nada malo. Solo me fui porque estaba molesta con el gnomo", dijo, dándose la vuelta.
"Si te molestó, te pido unas disculpas".

Mirella, que no había dejado de observarme, ahora me miraba con tristeza en su cara.
"Luciano, no entiendo... ¿hicimos algo mal? ¿Por qué estás tan enojado?"

"No estoy enojado, Mirella. Solo estoy harto de que ustedes no puedan hacer algo decente sin mi supervisión", respondí, cruzándome de brazos y alejándome de ella unos pasos.
"Siempre tengo que estar pendiente de todos para que salga todo bien, como si ustedes no pudieran hacer nada por sí mismos".

Aya se quedó quieta, todavía dándome la espalda, con los hombros tensos. Podía ver cómo se le crispaban las manos, apretando los peces que había cazado. Mirella, a mi lado, frunció el ceño, mirándome seriamente. Había decepción en sus ojos, y me di cuenta de que era yo quien se la había provocado. Sin embargo, en lugar de sentir arrepentimiento, lo único que surgió fue una molestia creciente, como si hubiera algo en ellos que me fastidiara.

"¿Qué pasa, Aya? ¿Por qué no seguís cazando más? ¿O acaso querés que te aplaudamos? Se ve que el estar sola por tanto tiempo te pegó fuerte".

Aya giró lentamente. Sin embargo, intentó mantenerse firme, aunque claramente estaba afectada por lo que le había dicho. Mirella, por su parte, dio un paso atrás, como si estuviera viendo a un desconocido en mí.

"Luciano, ¿qué te pasa?" Dijo Mirella con voz temblorosa.
"No eres tú... no hablas así".

"¿Ah, no? ¿Qué sabés vos de mí, Mirella? Solo sos una pequeña hada que ni siquiera sirve para nada más que hacer lucecitas o matar a alguien. Sos tan inútil que hasta para moverte dependés de mí. Siempre estás encima mío, como si fueras incapaz de hacer algo por tu cuenta".

Sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas.
"Luciano... No puede ser que de verdad pienses esas cosas. Tienes que... Tienes que calmarte. Yo sé que no eres así".

"¡Ay, qué problema! ¡La loquita se puso a llorar! ¿Qué vas a hacer, te vas a ma...?"

De pronto, unas líneas rojas comenzaron a rodear mi cuerpo, cortando mis palabras.
Por un momento, parecían apretar mi cuerpo, pero desaparecieron, dejando un ligero entumecimiento en mi cuerpo.

El pibe isekaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora