Capítulo 31: Día amargo.

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Vamos... esto no puede estar pasando de verdad. Tiene que ser una broma. No puedo haberle cortado el brazo a mi propio abuelo.

"¿Crees que sanándome... o lo que sea que estás haciendo, puedes compensar lo que ella hizo?" Dijo el hombre, apretando su brazo con su otra mano cada vez que lo tocaba con magia.
"Nada de esto cambiará que tú no deberías haber nacido..."

A pesar del miedo, y de que me estaba tiritando el ojo izquierdo de los nervios, algo dentro de mí me obligaba a continuar. Quizás era ese sentido de responsabilidad que Sariah había encendido en mí cuando me dio esta segunda vida, o tal vez era una necesidad de demostrar que yo, el hijo de Rundia, no iba a repetir su desprecio. Aun así, cada parte de mi ser odiaba lo que estaba haciendo y sucediendo.

Cuando finalmente parecían estar todos los nervios del brazo unidos, él movió los dedos y yo finalmente me digné a hablar, a responderle.
"¿Cómo puedes hablar así? ¿Cómo puedes decir eso de tu propia hija?" Me mordí el labio para no seguir soltando todo lo que pensaba.

Me esforcé por respirar, aunque el aire me quemaba. Me sentía atrapado, como si estuviera enfrentando un monstruo y no a un ser humano. Mis manos seguían intentando sanar su brazo.

"Tú no tienes idea de lo que significa ser padre. No me sorprenden tus palabras, viniendo del hijo de ese hombre aprovechador... Siempre se excusó diciendo que se dejó llevar por mi hija. ¡Maldito! Él la arruinó".

Sus palabras eran despiadadas, tanto como el ataque que le había hecho con el arma primitiva. No había forma de entrar en razón con él, Tariq me lo había avisado, y no mentía.

Lo dejé hablando solo mientras seguía diciendo más cosas horrible sobre Rin. Tenía que seguir hasta que él recuperara todo el brazo.

Mientras cerraba los ojos, sentí como si realmente esto no estuviera bien. Quiero decir, si bien estoy intentando remediar mi error, no me da una buena sensación el trabajar con un cuerpo humano. Maldición, que estoy casi experimentando con una persona, haciendo cosas que nunca había intentando y tampoco se me había pasado por la cabeza.

Me concentré un poco más, intentando seguir con los ligamentos y los músculos. Sentía que estaba consumiendo casi toda mi magia, pero no me importaba.
Finalmente, uní lo último de los tendones. Él movió los dedos con un gesto de prueba, y vi su expresión cambiar a una mezcla de alivio y rabia.

"Ya vengo", dije antes de salir corriendo de nuevo hacia el pasadizo. Lo recorrí a toda velocidad hasta llegar al viejo santuario. De nuevo seguía vacío.

Necesito agua mágica para asegurarme de que todo salga bien. El problema es que del otro lado están Mirella y Aya...
Tomé el pasadizo paralelo a la gran cueva, el que llegaba al 'segundo' santuario. Ahí solo había una salida, un solo pasadizo o lo que fuera que hubiera del otro lado de la grieta en la pared.

"Si todo es igual... debería de haber otra cueva enorme con más agua mágica..." Murmuré, arrastrando los pies.
La idea en si era absurda, ¿cómo iba a haber dos lugares iguales? Eso es lo que pensaba hasta que al cruzarla, la esfera de luz iluminó todo.

Era prácticamente igual, una cueva enorme que traía algo de agua con partículas mágicas por el suelo. Esa agua comenzaba a desaparecer por distintos agujeros en el suelo.

Ni siquiera me detuve a pensar en por qué sucedía este fenómeno. En un instante, creé un vaso de piedra y fui tomando el agua dentro de él mientras recargaba mis partículas. También aproveché para beber un poco para curar mis heridas en la planta de mis pies.

Mi respiración se volvía más tranquila, aunque mi problema en el ojo seguía ahí, tan intenso como el odio en los ojos de ese hombre. No lograba asimilar la idea de que este monstruo pudiera ser mi propio abuelo, alguien que, en teoría, debería haber amado a mi madre, haberla protegido. Pero en lugar de eso, la había rechazado, humillado... y ahora, yo era la encarnación de su resentimiento.

El pibe isekaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora