Capítulo nueve: Los muros se cierran

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Emily podía sentir el peso de su secreto sobre ella como la presión de una tormenta justo antes de estallar. Los muros de Fox River parecían hacerse más altos con cada día que pasaba, los guardias más vigilantes, los reclusos más desconfiados. Adondequiera que se volviera, sentía que los ojos de la prisión estaban sobre ella.

Su turno en la enfermería se sintió más largo de lo habitual. Estaba hiperconsciente de cada pequeño sonido, cada ligero movimiento a su alrededor. Era como si la prisión misma estuviera conteniendo la respiración, esperando que algo se rompiera, esperando el momento inevitable en el que todo se derrumbaría.

Sara había estado más callada de lo habitual, sus ojos a menudo se desviaban hacia Emily cuando pensaba que no estaba mirando. Emily podía sentir la tensión entre ellas como el filo de un cuchillo. Su hermana no era tonta. Podía decir que algo no iba bien. Cada mirada, cada pregunta, sin importar lo inocente que fuera, parecía cavar más profundo en la determinación de Emily.

Pero Sara no era la única que estaba observando.




































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El día después de la tensa reunión de Emily con el director Pope, la llamaron de nuevo a su despacho. Su estómago se encogió de miedo mientras atravesaba el largo pasillo, el familiar tintineo de llaves y el eco de los pasos amplificaban su ansiedad. No tenía ni idea de lo que sabían, si habían reunido nuevas pruebas ó si simplemente estaban presionando más para quebrarla.

Cuando entró en el despacho, Pope estaba allí, flanqueado por otros dos oficiales. Su expresión era sombría, como si la hubiera estado esperando. Los guardias estaban de pie junto a la puerta, con los ojos fríos y las posturas rígidas.

"Tancredi", dijo Pope, con voz firme pero llena de una amenaza silenciosa. "Parece que nuestra investigación ha descubierto algunas...discrepancias".

El corazón de Emily dio un vuelco. "¿Discrepancias, señor?"

Pope se reclinó en su silla, sus dedos golpeando la superficie de su escritorio. —Sí. Se le ha visto conversando con reclusos fuera de sus funciones médicas. No solo con Scofield, sino con otros. Se dice por aquí que ha sido más que una simple enfermera para ciertos prisioneros. Tengo razones para creer que no está siendo del todo sincera conmigo.

Su pecho se congeló. —¿Y puedo preguntar quién le ha contado esas...calumnias, señor?—preguntó ella, con los dientes apretados mientras intentaba, sin éxito, calmar la sensación de ardor que le ardía en las orejas. Sus palabras la hacían parecer como si hiciera cosas repugnantes con sus pacientes.

Aparte de Michael, solo había mantenido una actitud profesional con cada uno de los criminales convictos.

—Tengo derecho a mantener la información confidencial como me parezca, señorita Tancredi, todo lo que puedo decir es que un miembro de confianza de nuestro personal de seguridad compartió esta información de forma anónima—. Fue su excusa.

Emily se quedó sin aliento, pero se obligó a mantener la calma. —Yo los trato, señor. Ese es mi trabajo. No sé qué más está insinuando.

La mirada del director se endureció. —Creo que sí, Tancredi. Hay demasiadas coincidencias para que este sea solo su «trabajo». Y no olvidemos el hecho de que Michael Scofield, uno de los individuos más inteligentes y calculadores de toda esta prisión, logró escaparse ante nuestras narices. Y usted, su enfermera personal, resultó ser la última persona en verlo antes de su inevitable escape.

Se inclinó hacia delante, entrecerrando los ojos con sospecha. —Dime, Emily, ¿cómo explicas eso?

Emily podía sentir que la trampa se cerraba. Cada palabra que decía, cada movimiento que hacía, estaba bajo la lupa. —No tengo una explicación, señor. Sólo sé que lo traté como a cualquier otro recluso. Estaba aquí por sus necesidades médicas, y eso es todo.

𝐂𝐀𝐏𝐓𝐈𝐕𝐄 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓| 𝐌𝐈𝐂𝐇𝐀𝐄𝐋 𝐒𝐂𝐎𝐅𝐈𝐄𝐋𝐃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora