Capítulo 10

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POV Alondra

La caminata hacia mi casa después de ver a Rai se siente como un trayecto en cámara lenta. Cada paso retumba en mi mente, y aunque intento alejarme de la conversación, es como si sus palabras todavía colgaran en el aire. Quiero convencerme de que aceptar verla el sábado fue un error, un impulso momentáneo que terminará lastimándome de nuevo, y que al final solo estoy prolongando una herida que debería haber sanado hace mucho tiempo.

Al llegar, me desplomo en el sofá sin siquiera encender las luces. A oscuras, con el único sonido de la calle filtrándose por la ventana, intento ordenar mis pensamientos. Pero su imagen no me deja en paz. Las veces que imaginé este momento, donde ella intentaba darme una explicación, pensé que tendría fuerzas para mirarla con frialdad, para decirle que nada de eso me importaba ya. 

Pero la realidad fue otra. 

Siento un impulso enorme de largarme a llorar, pero las lágrimas simplemente no salen. Miro la pantalla de mi teléfono, donde ahora está guardado su número. Es extraño tenerlo allí, otra vez tan accesible. Mi primer impulso es borrarlo, como si eliminar ese contacto pudiera deshacer todo lo que ocurrió hace unas horas. Pero mis dedos se quedan inmóviles, incapaces de presionar el botón.

Por otro lado, tengo unas ganas terribles de llamarla, de escuchar su voz una vez más, de oírla decirme que me espera, con esa fragilidad que su voz dejaba escapar cuando rogó que no me fuera. Me pregunto si realmente tiene sentido seguir arrastrando esto, si, después de todo, la charla del sábado no será más que el alivio que Rai necesita para liberarse de mí y continuar con su vida... una vida que ahora comparte con alguien más.

Suspirando, me recuesto en el sofá y miro al techo, intentando apartar de mi mente todos los recuerdos que nos han traído hasta aquí. Pero sus palabras, su expresión, incluso la insistencia en sus ojos cuando me pidió cinco minutos, vuelven una y otra vez, y me pregunto si tal vez debería haber sido yo quien se hubiera quedado aquella vez. Tal vez, si no me hubiera ido, si hubiera sido más fuerte... No. Sacudo la cabeza y me obligo a dejar de pensar así. No puedo torturarme con esos "tal vez".

Esa noche, me encuentro revisando fotos antiguas. No sé exactamente por qué lo hago, tal vez solo para recordar con más claridad lo que me hizo enamorarme de ella en primer lugar. Hay unas fotos en particular que siempre evité tirar, unas polaroid que nos tomamos durante un stream, en ellas ambas estamos sonriendo de una manera tan genuina que me cuesta entender cómo terminamos así, con este muro de distancia y palabras no dichas entre nosotras. 

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Al día siguiente me encuentro atrapada entre la ansiedad y el enojo. Tengo ganas de olvidarme del sábado, mandar al carajo todo y fingir que ese encuentro nunca ocurrió. Pero una parte de mí, una parte que todavía no entiende del todo qué está buscando, sigue esperando. Al final, cansada de darle vueltas al tema, decido que me encerraré a estudiar. Recuerdo que el lunes tengo una prueba importante y, al menos, concentrarme en eso me dará algo útil en qué pensar. Reúno mis libros y cuadernos, y me voy a la biblioteca cercana, como si el ambiente silencioso y ajeno pudiera ayudarme a poner en orden el caos en mi mente.

Me siento en una mesa cerca de la ventana y abro mis apuntes, mirando las líneas y los párrafos como si fueran una barrera contra mis propios pensamientos. Pero la distracción no dura mucho, y mis ojos se deslizan una y otra vez hacia mi teléfono, donde su número sigue guardado. ¿Por qué siento tanto miedo y a la vez tanta curiosidad? ¿Por qué su insistencia en verme después de tanto tiempo? Y sobre todo, ¿Qué espera de mí? Si esta conversación es solo para aliviar su conciencia, ¿Qué sentido tiene para mí estar ahí?

La noche se va extendiendo, y yo aún sigo sin poder apartar mis pensamientos de ella. Después de un rato en la biblioteca, cuando ya los párrafos comienzan a entremezclarse en mi mente y mis ojos cansados se rinden, decido regresar a casa. Necesito descansar, aunque sé que dormir no será fácil.

En el camino, me detengo en una tienda abierta y compro algo para cenar: un paquete de mac and cheese y un refresco, lo primero que encuentro y que sé que me hará bien, aunque apenas tenga hambre. Mientras camino con la bolsa en la mano, trato de centrarme en mi prueba del lunes, en cualquier cosa que me distraiga de la ansiedad que ha estado acumulándose desde esta tarde. Llego finalmente a mi edificio, subo en silencio, y al abrir la puerta de mi departamento, me invade una mezcla de cansancio y alivio. Cierro la puerta detrás de mí y dejo las llaves en la mesita. Siento que, por fin, podría desconectarme de todo este remolino de emociones... aunque sea por unas horas.

Pero apenas coloco la bolsa de la cena sobre la mesa y estoy a punto de quitarme el abrigo, el teléfono vibra en mi bolso. Lo siento antes de escucharlo, y sé que es ella, incluso antes de ver el nombre iluminando la pantalla. La misma tensión de esta mañana me recorre al instante, y por un segundo, me debato entre contestar o no. Mi pulso se acelera. Respiro profundo y, sin permitirme pensar más, respondo la llamada.

—¿Hola? —digo, tratando de mantener mi voz firme, aunque sé que no puedo disimular del todo el temblor.

—Alondra... —Rai se escucha dudosa, y puedo imaginarla respirando profundamente al otro lado de la línea—. Perdón por llamarte a esta hora. Solo quería... quería confirmar el lugar y la hora para mañana, por si cambiaste de opinión.

Sus palabras llegan con un peso que había intentado ignorar todo el día. Apretando la mano que no sostiene el teléfono, le contesto con un tono que quiero que suene neutral, pero que a duras penas logro mantener.

—Está bien, no he cambiado de opinión. Mañana a las cuatro, en el café de la calle céntrica.

Ella permanece en silencio unos segundos, y ese instante se siente como una pausa infinita, cargada de emociones que ninguna de las dos se atreve a expresar.

—Gracias, Alondra —dice finalmente, y hay algo en su voz que no logro descifrar, una mezcla de alivio y tristeza que me llega hasta lo más profundo.

—Nos vemos mañana entonces —respondo, sin saber bien qué más decir, deseando que esta conversación termine, pero al mismo tiempo temiendo el momento en que lo haga.

La llamada termina, y el silencio de mi apartamento me golpea de inmediato, como un recordatorio de la distancia que existe entre lo que un día fuimos y lo que somos ahora. Me siento en el sofá, dejando el teléfono a un lado, y miro la bolsa de comida que ni siquiera tengo fuerzas para abrir.

Mañana, pienso, mientras el eco de su voz sigue resonando en mi mente. Mañana tendremos esa charla, y siento que todo lo que viene después es incierto. Porque aunque trato de convencerme de que esto no cambiará nada, una parte de mí no está tan segura. Una parte de mí todavía alberga el miedo y el anhelo de saber qué busca realmente con esta conversación y qué podría quedar de nosotras después de ella.

Mientras las luces de la ciudad se reflejan en la ventana, cierro los ojos y me doy cuenta de que en el fondo, aún no estoy segura si quiero darle un fin a todo esto.












Y hasta aquí el capítulo de hoy, espero que les haya gustado, recuerden comentar y votar, me ayuda a saber si les está gustando como va la historia. 


-Besos a todos en el lugar que lo prefieran 😘. Nos vemos la próxima semana con un nuevo capítulo-


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⏰ Última actualización: Nov 10 ⏰

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¿Aún existe un nosotras?- RailoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora