Prólogo: Mitad Adán, mitad Eva

18 2 2
                                    

—¡Alfa, espera! —JiHye cayó de la cama, aún débil después de haber sometido a su cuerpo a las horas y horas de estrés que un parto ameritaba, arrastrándose hasta su esposo que estaba tomando al bebé de la cuna.

El hombre no prestó atención a la omega y siguió envolviendo en una manta la atrocidad que Dios le había mandado como castigo, sin tener en cuenta la gentileza con la que un recién nacido debía ser sujetado.

—¡Dame a mi hijo, DongIk! –gritó tirando del pantalón del más alto, incapaz de ponerse de pie.

—¡Este no es nuestro hijo, JiHye! ¡Reacciona! —el alfa movió bruscamente su pierna, arrancando su pantalón de las frágiles manos de su amada. Salió de la habitación con el niño en brazos mientras la omega se quedó en el piso, llorando y gritando por su hijo tan fuerte que prácticamente se desgarraba la garganta cada vez que pedía que le regresaran a su bebé.

Pero es que el pequeño y hormonal cerebro de omega de JiHye no lo entendía, ese no era el bebé que habían esperado con tanto amor y anhelo por nueve largos meses, o al menos eso creía DongIk fervientemente, pues para él era un castigo de Dios, el cual le iba a regresar.

Abrió la cajuela de su auto y dejó al bebé dentro de una vieja caja de cartón que generalmente utilizaba como bote de basura. Era lo único que esa abominación merecía.

Manejó hacia las afueras de la ciudad a toda velocidad, con la mirada fija en el camino y sus nudillos blancos por la fuerza con la que apretaba el volante, un dolor de cabeza retumbando su cerebro resultado de su nivel de ira, en conjunto con la desesperación de tener que escuchar al bebé llorar tan fuerte. ¿Qué había hecho mal? ¿Qué pudo haber hecho para que Dios se molestara tanto con él?

Después de dos horas de viaje, y ya muy entrada la noche, finalmente vió como las luces fronteras del auto alumbraron la señal que tanto deseaba ver: “Convento de la Orden de las Hermanas de la Misericordia.”

Tomó la desviación hacia la derecha y siguió por el camino empedrado, adentrándose cada vez más dentro del oscuro y frondoso bosque que rodeaba el convento. Al llegar a su destino bajó del auto corriendo y abrió la cajuela para sacar la caja de cartón, sin importarle que gotas de la tormenta que acechaba esa noche cayeran sobre la cara del bebé mientras iba hacía la entrada.

Dejó la caja sobre el piso mojado, golpeó dos veces la puerta y regresó a su carro, huyendo rápidamente para evitar que hicieran cualquier conexión entre ese monstruo y él.

Ya estaba hecho. ¿Dios le había maldecido con ese bebé defectuoso? Pues se lo regresó. Ahora volvería a casa y lo intentarían de nuevo, a ver si Dios se atrevía a jugar con él otra vez. Tener un hijo alfa era un derecho universal que ni el creador podía negarle.

—¡No juegues conmigo más! ¡Gané! —exclamó mientras manejaba a toda velocidad por la autopista para después soltar una risa psicótica— ¡Te gané, maldito Dios! ¡Ahora dame lo que merezco!

Pidió y Dios cumplió.

Las llantas de su auto patinaron sobre la húmeda carretera, sus frenos fallaron y en cuestión de segundos terminó aplastado bajo las ruedas de un enorme trailer que, por verdadera gracia divina, siguió su camino sin molestias hasta que kilómetros más tarde, DongIk y su carro terminaron en un barranco como lata aplastada.

Mientras tanto, unas monjas corrían por la enfermería intentando hacer todo lo posible para atender al pobre bebe que lloraba con desesperación y temblaba de frio.

La hermana EunMi, quien había estado cargando al pequeño ángel, lo dejó suavemente sobre una de las camillas para liberarlo de aquella manta húmeda, sorprendiendose al ver la diferente anatomía del pequeño

「Devil's Work」yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora